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“Lulú...”, la obra que espantaba a los burgueses

El director Alberto Félix Alberto explica las claves de su puesta de “Lulú, una tragedia monstruo”, que estrena hoy en el San Martín.

El Alberto capicúa ha devenido en experto en Frank Wedekind.
Antes dirigió en un teatro del off “Lulú ha desaparecido”.

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Por Hilda Cabrera

t.gif (67 bytes) Aunque la actriz Mía Maestro lleve el pelo cortado a lo Louise Brooks –la fascinante intérprete de La caja de Pandora, la película del alemán G.W. Pabst basada en dos piezas teatrales del también alemán Frank Wedekind–, el director Alberto Félix Alberto dice que su puesta de Lulú, una tragedia monstruo –obra que se estrena hoy en la Sala Martín Coronado del Teatro San Martín, en la que Maestro es figura central– nada tiene que ver con el cine. Tampoco con su anterior montaje en el Teatro del Sur, nombre del grupo que fundó y dirige, y sala del circuito under en la que ha presentado sus propias obras. “En mi anterior Lulú ha desaparecido, la figura de Louise Brooks me sirvió porque mi intención era referirme a los desaparecidos en la Argentina, y ella es una desaparecida, pero en otro sentido, como actriz del cine mudo. También porque en aquel momento yo estaba estudiando la obra de Wedekind”, puntualiza el director a Página/12.
O sea que, más allá del corte de pelo de Maestro, la obra que se verá en la Coronado se aleja de la estética cinematográfica y, por lo tanto, de la que los seguidores de Alberto vieron en su reducto del off (“algunos creen que vamos a traer pantallas aquí”). Queda claro entonces que Lulú, una tragedia monstruo opta por la “teatralidad”, implícita por otra parte en la pieza. No es ajeno a esto el que Wedekind (1864-1918) haya sido actor y, además de colaborador de una revista satírica, miembro del famoso Kabaret de Munich, Die 11 Scharfrichter (Los once verdugos). Para Alberto, la Lulú... que se estrena –traducción del original redescubierto en 1988 y censurado en la época de su escritura, anterior a El espíritu de la tierra (1895) y La caja de Pandora (1904), cuya temática antiburguesa y estética expresionista habían asomado ya en Despertar de primavera, de 1890– le atrajo, entre otras cosas, por “la estructura del fraccionamiento” y las varias y pequeñas historias que reúne.
“Ese fraccionamiento permite vincular la obra al cabaret y a lo circense”, explica Alberto. “Wedekind plantea un decorado no realista dentro de un circo, como si asociara los personajes a las fieras. A este autor lo apasionaban el music-hall, el cabaret, el circo y la figura del Pierrot, inventada por los franceses. Me interesa esto, y también el desarrollo psicológico de la obra, que es profundo pero no está planteado a nivel realista.”
–Lo habitual es relacionar a Wedekind con el expresionismo. ¿También su puesta sigue esta estética?
–Sí, está en esa línea, y también en la del constructivismo ruso, porque creo que, junto con el expresionismo, constituye la gran revolución estética de este siglo. El público lo va a ver en la escenografía y en lo sobredimensionado de los sentimientos. Hay escenas en las que hubiese querido mostrar más claramente ese recurso característico de los expresionistas de mostrar las imágenes deformadas en los espejos, pero no teníamos las condiciones técnicas para hacer el contraluz. Es la única cosa de esta puesta que me va a quedar como frustración.
–¿Qué era lo peligroso de Lulú ..., el motivo central por el que fue censurada en su época?
–Lulú desenmascaraba a la burguesía. Wedekind fue condenado por escandaloso y tuvo que huir para que no lo metieran preso. Pero como quería volver, se disculpó y modificó la obra original. Lo que quedó fueron las dos obras (El espíritu de la tierra y La caja de Pandora) que se conocieron durante todo el siglo sin que se supiera de la primera. La que vamos a estrenar tiene cortes. Tuvimos que abreviarla porque el público no está acostumbrado a las obras de larga duración. De seis horas la dejamos en tres.
–O sea que Lulú sigue siendo una caja de Pandora, o al menos el personaje que abre la caja ...
–Está para eso, no se sabe exactamente qué cosas va a develar, pero su sola presencia aviva el fuego ...
–En ese sentido aparece como un símbolo de lo que perturba, pero también de lo femenino ...
–Sí, es casi un mito de lo femenino, e incluso la obra se resuelve en ese ámbito, porque la única historia de amor profundo y desinteresado hacia Lulú es la que siente otra mujer, la Condesa. Yo diría que el espectáculo es esencialmente femenino, aunque visto desde la perspectiva masculina.
–Sin embargo, se habla de Wedekind como de un autor misógino ...
–Es lo que se dice, lo mismo que de Strindberg y de Ibsen. Yo no podría afirmarlo. Sí sé que sus obras revelan conflictos con la sexualidad femenina. Creo, de todas formas, que él se muestra piadoso con Lulú y la Condesa, por ejemplo, y en cambio es cruel con los personajes masculinos, a los que les reprocha su mentalidad mercantilista y autoritaria. A diferencia de ellos, Lulú es una dadora de amor.
–¿Cree que la obra conserva su poder transgresor?
–Sí, incluso temí que no se pudiera dar en esta sala. Que se estrene aquí significa que existe en este momento una gran apertura. Pensé que algunas escenas iban a ser cuestionadas, y ya me estaba preparando con uñas y fierros para la lucha, para que nadie tocara nada. Si uno piensa que en las escuelas alemanas se lee a Wedekind en la primaria, esto que digo puede mover a risa ...
–Transgresor también es Arlt y se lo lee en las escuelas ...
–Claro, pero no es transgresor en el sentido de Wedekind. Este autor se mete en zonas muy conflictivas de la sexualidad, y lo sexual es todavía tabú entre nosotros. Todo lo que sea político es hoy aceptado. Se puede hablar, no importa con qué consecuencias, pero se puede. En cambio, en el plano sexual subsiste la mentalidad puritana, la negación de todo lo que está vinculado con el placer sexual. Por eso somos un país de psicoanalizados, porque preferimos la palabra a la vida.

 

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