UN EQUIPO DE LA UBA TRABAJA
CON COMUNIDADES INDIGENAS
Para salvar la voz del aborigen
Estudiantes y profesores de Antropología
investigan en la región chaqueña. Ayer se presentó el primer libro
wichí-castellano.Por Cecilia Sosa
Hoy
en día, a nuestros chicos les gusta más comer el alimento de los criollos. Pero, ¿qué
va a hacer mi chico si no tengo trabajo, si no tengo dinero para comprar el alimento
criollo? ¿Qué va a ser de mi hijo cuando yo muera? ¿Quién le dará comida si la comida
es ajena? El dolor de los ancianos wichís no caerá en el olvido: su voz ya habla
desde las páginas del primer libro bilingüe castellano-wichí. Nuestra Memoria, Olhamel
Otichunhayaj fue posible gracias a un programa de investigación que alumnos, docentes y
graduados de Antropología de la UBA realizan desde 1994 con las comunidades aborígenes
de la región chaqueña. El libro fue presentado ayer por su autor, Laureano Segovia, un
wichí de la Misión La Paz, en Salta. La imagen que la gente tiene de los
indígenas suele ser folclórica y exótica. Siempre se los piensa por fuera de la
civilización, como portadores de una mentalidad arcaica. Pero en las comunidades se
sufren problemas muy concretos. Desde la universidad abrimos una ventanita para que puedan
expresarse, explica Hugo Trinchero, director del programa.
Sobre el río Pilcomayo, en el límite con Bolivia y Paraguay y en el límite del
olvido y la exclusión, viven 35 comunidades indígenas, casi siete mil wichís,
tobas, tapietes, chorotes y chulupíes que afrontan la más alta tasa de desnutrición
infantil del país, alternando la pesca con los períodos de cosecha, cuando los capataces
se llevan familias enteras a trabajar por sueldos míseros. En sus casas no hay luz, ni
gas. Los más jóvenes y los hombres salpican con castellano su lengua materna. Una
cosa es hablar de la marginación de las poblaciones indígenas en la facultad y otra
convivir con ellos, asegura Victoria Polti, de 24 años, integrante del programa
impulsado por la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Ella, como la decena de miembros
del proyecto, viajó a Salta para realizar trabajos comunitarios, distribuir medicamentos
y coordinar talleres para la recuperación de la memoria y de apoyo escolar.
El libro de Segovia, recién editado por Eudeba, nació en los talleres para conservar la
memoria, que funcionan en una biblioteca construida a pulmón por nativos y
universitarios. Nosotros conversamos con nuestros ancianos, les preguntamos sobre
nuestras costumbres, para que podamos entender. Son cosas muy antiguas, historias que
ellos nos relatan para que no se pierda la cultura que está en nuestros corazones.
Así comienza Nuestra memoria. Costumbres, juegos y trabajos se plasman en el relato que
los ancianos quieren dejar como legado de resistencia, pero también de lamento y
desesperación, a sus hijos y nietos. El libro se basa en numerosas entrevistas realizadas
por un grupo de narradores orales wichí, coordinados por Segovia. Ante todo, se
privilegió el relato histórico. Durante la dictadura, la antropología sólo
rescató relatos míticos. Así, fomentó la imagen exótica de los indígenas dice
Trinchero. Los medios de comunicación los ignoran o los muestran como portadores de
la catástrofe. Cuando se produjo la epidemia de cólera, se dijo que comían pescado
crudo. Y eso es mentira. Pero Gendarmería lo usó para incautarles el pescado, se
indigna.
El reclamo territorial también quedó expresado en doble lengua. Los criollos nos
quieren quitar la tierra que es nuestra dice el cacique Alberto Pérez. Los
huesos de nuestros abuelos están enterrados aquí. Durante la dictadura, las
comunidades eran consideradas intrusas y se las quiso erradicar. Luego, la democracia
trajo planes de regularización de la tierra. Pero fueron puras declamaciones
progresistas arguye Trinchero. Ahora el Chaco Central tiene mucho valor
estratégico en el proceso de integración del Mercosur. Todas las obras que están en
germen impactarán brutalmente sobre las comunidades. Y ninguna las contempla.
Con la certeza de que los problemas de los aborígenes son los mismos en todas las
comunidades del país, en Filosofía y Letras el objetivo es extender el alcance del
programa. Es necesario que todas las comunidades intercambien sus experiencias y
sumen los reclamos por sus tierras, portrabajo y salud, planea Polti. Además, ya se
inició la búsqueda de registros para un segundo libro. Y los estudiantes se han puesto
en campaña para aprender el wichí. Vamos a pasar todo enero en la Misión La Paz y
después volveremos para enseñarles a los chicos que viajen más adelante, asegura
Cecilia Giménez, una estudiante de 20 años.
Queda demasiado por hacer
A orillas del Pilcomayo, la universidad se funde con el paisaje salteño.
Un coordinador residente casado con una mujer charaote y los viajes de alumnos
y docentes articulan la dinámica del programa, que surgió en la cátedra de
Antropología Económica. Luego, lo adoptó la Secretaría de Extensión de Filosofía y
Letras y el proyecto UBACyT aportó una beca. A pesar de que la facultad provee algunos
sueldos y pasajes, y publica un boletín informativo (que se distribuye también entre los
aborígenes), la sensación es que queda demasiado por hacer. Lo estructural no se
puede resolver confiesa Victoria Polti. En los talleres, las mujeres cuentan
que muchas se prostituyen por unas monedas de los gendarmes. Pero el problema no es la
prostitución, sino la falta de expectativas: no hay trabajo, no hay leña, ni lana para
la producción artesanal. Con todo, los universitarios aseguran que el compromiso
afectivo los diferencia radicalmente de las tradicionales tareas de extensión.
Creemos que se pueden conjugar los intereses de los aborígenes con nuestros
proyectos académicos. No hacemos asistencialismo, hay un plan de lucha contra la
marginación de los indígenas. En otras facultades la extensión es una mera bolsa de
trabajo, el lugar donde se dictan cursos o se disputan cargos, remata Juan Carlos
Leguizamón, coordinador del programa. |
|