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PANORAMA POLITICO
Yira, yira
Por J.M. Pasquini Durán

T.GIF (862 bytes) “El martes 9 de diciembre de 1948 a media tarde, en París, nació para la humanidad el delito de genocidio –”destrucción intencional de un grupo humano”– gestado en la Organización de Naciones Unidas. Ayer, otra vez, valió la pena tenerlo. Con una decisión que hará historia, la Audiencia Nacional española autorizó al juez Baltasar Garzón para que prosiga los juicios iniciados contra delitos de lesa humanidad cometidos en Chile y Argentina durante las dictaduras que encabezaron Augusto César Pinochet y Jorge Rafael Videla. En lo inmediato, servirá de escarnio moral y profesional para el tribunal inglés que le otorgó impunidad al dictador chileno sólo porque fue jefe de Estado en su país, sin llevarle el apunte a los crímenes que cometió y ni siquiera a que ese cargo lo ocupó por asalto. Los sátrapas del mundo entero ya saben con quién pueden estar a salvo. Curt Goering, alto funcionario de Amnesty International, calificó el fallo inglés con precisión: “Es un retroceso alarmante”. Tiene razón: que la Justicia sea ciega, no quiere decir que sea loca.
No fue el único dato para indignarse, a propósito de lo mismo, durante el trámite de las últimas dos semanas. Los cuatro gobiernos (España, Gran Bretaña, Chile y Argentina) involucrados de manera directa, a pesar de sus diferentes orientaciones políticas, coincidieron en oponerse a las gestiones justicieras de Garzón. Así, como una cruel paradoja, los líderes de la Concertación chilena salieron a defender, en nombre de principios jurídicos, al hombre que ordenó matar y torturar, que envió al exilio o a la prisión a varios de ellos, y a millones de sus compatriotas, oponiéndose al magistrado español que en estricta justicia no hace otra cosa que defender la propia legitimidad de estas democracias. Sin tanta vuelta, como editorializó El País del jueves: “Es incluso probable que la libertad de Pinochet evite problemas añadidos a la transición chilena. Pero ¡cómo olvidar sus crímenes y dejar sin amparo a las víctimas!”. En el mismo diario, la escritora Maruja Torres apuntó otra contradicción de estos días: “Lo razonable sería que sólo odiáramos a los tiranos”.
La política democrática en América latina no alcanza la suficiente autonomía para enjuiciar al pasado ni para planificar el futuro. Sus líderes parecen atrapados en compromisos de transiciones que recuperan todas las formalidades republicanas, pero preservan los privilegios de los poderosos que no pasan por el juicio de las urnas (genocidas y corporaciones económicas). No sólo defraudan a sus sociedades, tampoco impiden que los espectros vuelvan a cortarlas en bloques sin sentido. No hay políticas de Estado, aunque existan concertaciones electorales, y los proyectos navegan en el día a día, inestables y frágiles entre las turbulencias de la economía mundial. Los derechos humanos no alcanzan la dimensión de políticas públicas, condenados por el pragmatismo a ser demandas callejeras o temario de víctimas. La libertad deja de ser un espacio para la convivencia y la resolución de conflictos, porque se vuelve una pesadumbre más entre las
muchas que soporta la población.
A principios de este año en Argentina, el decimoquinto desde aquel triunfo de Raúl Alfonsín el 30 de octubre de 1983, los demócratas locales, incluso algunos defensores de derechos humanos, pasaron un sofocón parecido, menos retumbante que el chileno, cuando creyeron que derogar las leyes de obediencia debida y punto final era una provocación contra la Alianza opositora. Con las salvedades de situaciones y matices, esta recurrencia al susto cívico debería tener explicaciones más largas que la simple enumeración de las conveniencias tácticas o las razones oportunistas. Si la conclusión fuera que la política democrática sólo puede desamparar a las víctimas, pues entonces habría que correr hacia los bosques de Sherwood, donde dicen que hay un señor dispuesto a robar a los ricos para darle a los pobres. ¿Con qué disposición ética podría reclutar la democracia a las jóvenes generaciones, si la condición es proteger a los que envenenaron los pozos de agua en el desierto?
A lo mejor están cambiados los roles en esta película de fin de milenio, y los duros sólo pueden ser los economistas. “¿Funcionará el paquete de austeridad de $ 28,000 millones presentado al Congreso brasileño por el presidente Fernando Henrique Cardoso el miércoles?”, le preguntó Andrés Oppenheimer, en The Miami Herald, a Alexandre Barros, presidente de la consultoría de riesgo político Early Warning, de Brasilia. La respuesta fue, en lo inmediato, “cautelosamente optimista” pero escéptica en la perspectiva: “Una vez que la gente empiece a llorar, dentro de seis meses o un año, su tendencia [la de Cardoso] va a ser a relajar las medidas de austeridad”. O sea, no hay que mosquearse si la gente llora. Una línea semejante sólo podía encontrarse en las policiales negras, cuando el usurero mafioso instruía al cobrador rompehuesos.
Con la misma rudeza, el Banco Mundial desplegó ante el ministro Roque Fernández un pliego de condiciones para aprobar futuros préstamos, que incluyen aranceles en la universidad, supresión de indemnizaciones laborales, extensión a 65 años de la edad femenina para jubilarse, y otra serie de disposiciones (también una para el control de corruptos) que podrían hacer un programa de gobierno para el futuro próximo. ¿Presentará candidatos el Banco Mundial en las próximas elecciones argentinas? No necesita, ¿para qué? Bastará con que los políticos sigan aceptando la condición de “democracia vigilada”, en la que a muchos les toca recitar las líneas del Tartufo de Molière. Desde ya, que sepan el consultor Barros y los del Banco Mundial que aquí nadie aflojará aunque la gente se ponga a llorar, ni aunque ayune, no se cure o se quede sin empleo. Los que gobiernan este país son duros como el pedernal, faltaba más.
Será por eso que su fama los precede cuando viajan hacia lejanos territorios de ultramar. A sabiendas de esa ventaja, el presidente Carlos Menem decidió gastar el último tramo de su segundo mandato en una gira mundial que le permitirá, cuando menos, ser el golfista amateur nacional que desahogó esa pasión deportiva en las mejores canchas de todos los continentes. Esta semana le tocó al Reino Unido asombrarse ante la visita de este hombre menudo, que viaja con su joven hija, alabada como una Little Princess, y una comitiva de decenas de personas, dispuesto en este caso a seducir a sus anfitriones para que devuelvan las islas Malvinas a la integridad territorial argentina. De acuerdo con el balance ofrecido por el Presidente y sus estrechos colaboradores, ese momento está cada vez más cercano. Menem (Carlos) apoyó el pronóstico en su “intuición” (“no me pregunten por qué”, acotó, coqueto) y Menem (Eduardo) en sus
impresiones sobre la actitud subjetiva de sus interlocutores parlamentarios.
Lo que son los saberes y percepciones de los hombres de fama y fortuna, tan lejanos de la comprensión de la gente sencilla. A simple vista, por la lectura de las reacciones británicas, nadie podría compartir el entusiasmo oficial. El socialdemócrata Tony Blair respondió sobre la situación de Malvinas: “Tenemos posiciones distintas”. El conservador Times publicó una columna que difiere con el resultado: “A cambio, el visitante no recibió nada excepto una buena cena [...] Creo que el señor Menem debería dejar de chuparle las medias al señor Blair, ahora” (La Nación, 30/10/98). Si el líder socialdemócrata y primer ministro sigue en desacuerdo y la opinión conservadora descarta cualquier saldo positivo en esta visita, siendo ambas tendencias las que determinan las decisiones del Estado británico, no hay otra cosa para celebrar que la intuición nativa del Presidente. Anoche, con generosidad, el Presidente no quiso nada para sí de lo que haya conseguido en esta visita y aseguró que se lo dejaba en herencia a los argentinos.
¿Cómo pudieron los ingleses capturar a esta ciudad?, se preguntaba hace ciento noventa años el abogado Mariano Moreno, al describir la invasióncomandada por Lord Beresford. Luego de relatar las defecciones del marqués de Sobremonte y la “estupidez y desidia” de “nuestros jefes militares” (es otra tradición, parece), su diario de esos días terminaba el relato de este modo: “Yo hé visto en la plaza llorar muchos hombres por la infamia con que se les entregaba; y yo mismo hé llorado más que otro alguno, cuando, á las tres de la tarde del 27 de junio de 1806, vi entrar 1,560 hombres ingleses, que apoderados de mi pátria, se alojaron en el fuerte y demas cuarteles de esta ciudad”. En esa época, los patriotas todavía lloraban con su gente.

 

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