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¿Más cerca o más lejos de discutir soberanía?


Por Martín Granovsky
desde BirminghamNa04fo01.jpg (13809 bytes)

t.gif (862 bytes) Carlos Menem cerró los ojos durante varios segundos que parecieron eternos, como si durmiera o se estuviera concentrando, y el resto de la delegación tembló. Faltaban pocos minutos para el encuentro con el primer ministro inglés Tony Blair y todos --funcionarios políticos y diplomáticos-- habían llegado a su estado de máxima tensión. En el caso de ellos, como en el de cualquier burocracia estatal, los temores se resumen en dos preguntas: ¿se mantendrá dentro del guión acordado? ¿Improvisará sin patear el tablero? "Vamos", dijo Menem.

Era su promesa de gloria. Pocos minutos después, al mediodía del jueves 29 de octubre, entraría a Downing Street 10 para un largo almuerzo de trabajo y le pondría un final a la normalización diplomática que él mismo había ordenado en 1989 con un mensaje más político, o incluso más publicitario, que diplomático. Si el mundo creía que el peronismo era una forma argentina de ser fascista, y Menem un Kadafy con patillas, y la Argentina el reino de los populistas incurables, un efecto propagandístico debía lograr la síntesis perfecta. Que el establishment --el local, y también los distintos factores de poder en Washington, Londres y Nueva York-- reconociera de un solo golpe que en Buenos Aires había un político capaz de traducir a Margaret Thatcher al castellano sin saber inglés.

Ayer, Menem jugó al golf en Saint Andrews, un mítico link de golf a una hora de Edimburgo, en Escocia. Quizás los greens más famosos del mundo. Y anoche durmió en un hotel de las afueras de Birmingham enclavado en otro campo de golf. Hoy por la noche hablará como invitado de la Confederación Británica de la Industria en esta ciudad fastidiada por Thatcher a dos horas de tren de Londres. La parábola se habrá cerrado. Nueve años después del diseño de su golpe de efecto, el presidente latinoamericano más elogiado por la City de Londres terminará aplaudido también por miles de industriales. Acaso el aplauso consiga que Menem olvide su promesa --en los últimos días, es cierto, le quitó contundencia y la convirtió en intuición-- de recuperar las Malvinas antes del 2000.

Cuando la visita al Reino Unido ya termina, la pregunta, más allá de la gran operación publicitaria para consumar el matrimonio de Carlos Menem y el capitalismo sin aditamentos, es si la soberanía argentina sobre las islas está más cerca o más lejos.

El Gobierno, naturalmente, opina que está más cerca, y ofrece indicios diplomáticos y políticos.

Entre los primeros, el lugar descollante le corresponde al párrafo de la declaración conjunta que habla de las diferencias en cuestiones de soberanía e informa, sin un punto y aparte, sobre el compromiso de los dos países con las Naciones Unidas. Los lectores de Página/12 ya conocen la explicación de los diplomáticos argentinos: se trata de una "ambigüedad constructiva", un gesto de buena voluntad del Foreign Office que sería --los diplomáticos son prudentes-- el comienzo de algo todavía indefinido.

--¿Efectivamente ustedes quisieron hacer un gesto? --fue la pregunta a un diplomático del Reino Unido que pidió reserva de su nombre.

--¿Por qué me lo pregunta? --respondió a lo Woody Allen.

--Eso es lo que interpretan los argentinos.

--¿Dicen eso? --sonrió el británico, contestando otra vez una pregunta con otra--. Y bueno.

Este diario pudo saber que el parrafito milagroso llevó tres meses de negociación y terminó de redondearse en los últimos tiempos, con el visto bueno de Guido Di Tella y Robin Cook.

También pudo establecer que Blair no tomó la iniciativa de lanzar él la cuestión de la pesca --que para Londres es un motivo de protesta por los proyectos legislativos argentinos de castigo a los pescadores furtivos-- sino que así lo presentó después su vocero Alastair Campbell en una de sus típicas operaciones de prensa. "Campbell dijo esa frase de que ellos no estaban contentos, tajante, justamente para disimular que Blair no había sido tan duro en la reunión", dijo uno de los asistentes al almuerzo de Downing Street.

¿De qué cosa exactamente es la punta el párrafo acordado? "No queremos ser exitistas", dijo un diplomático argentino. "Y tampoco vamos a echar todo a perder presionándolos para negociar la interpretación concreta mañana, pero estamos en un punto de inflexión."

El razonamiento oficial, y aquí a la interpretación técnica de los diplomáticos se suma la percepción política del Gobierno, es que el Reino Unido ha sido "inmunizado" con la idea argentina de sentarse a discutir la soberanía sobre las islas. "Ya no es un tema extraño", dijo un ministro. "Ya nos podemos sentar con ellos como se sientan los españoles, que pueden gritarse sobre Gibraltar y seguir siendo amigos." El gran argumento es la prensa británica, y sobre todo las notas de los antiguos corresponsales en la guerra de 1982. Un título de tapa del Evening Standard, popular como La Razón de antes, emocionó a los adelantados de la primera invasión argentina: "Por qué es hora de hablar sobre las Malvinas". Lo firmaba Max Hastings y sugería escuchar a Thatcher con respeto "por su edad y sus logros, y después ignorarla".

Razones técnicas, cautela, optimismo más o menos prudente: tres elementos para tomar en cuenta hacia el pronóstico de un futuro que, por definión, es imposible de predecir. Razones técnicas, cautela y un pesimismo más o menos prudente pueden oponerse a los argumentos oficiales. Un puñado de ejemplos: los británicos, como cualquier potencia, quieren a quien los quiere; la Argentina concedió y, todavía, no consiguió; el efecto de los diarios, que en el '82 fueron más críticos de la guerra que el promedio de los británicos, se apagará tras la visita y el lobby de las islas, recalcitrante y duro, volverá a reinar en el Parlamento.

Una cosa es cierta: sin dialogar entre ellos, el oficialismo y la Alianza coinciden en que el peso de los intereses económicos puede ser, gracias a la ley de gravedad, el que atenúe el poder de los malvinenses en Londres. Otra más también: ni siquiera Menem parece tener ya esperanzas de una solución mágica. Y una tercera: quien gobierne desde el '99, justicialismo o Alianza, heredará una rutina.

Si la rutina es buena o mala, si es mejor la paz o la excitación, es por estas horas un enigma. Sorry.

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