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LAS DIFERENCIAS ENTRE MALVINAS Y LA DICTADURA EN UN DIALOGO CON EL GENERAL MARTIN BALZA EN LONDRES
“Viví mis mensajes como un parto”

El jefe del Ejército aceptó relatar ante Página/12 su experiencia en el  Reino Unido, donde asistió a la misa de reconciliación en Saint Paul, y discutir la dictadura, los derechos humanos y cómo llegar a la verdad. También criticó la teoría de los dos demonios, que quita al Estado su responsabilidad en la represión.

“¿Por qué íbamos a sentir odio? Hay odio cuando entran factores religiosos profundos”.
“En nuestro caso, cada uno combatía por lo que decía que era suyo. En el combate era otra cosa.”

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Por M. G. desde Londres
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t.gif (67 bytes) Hace frío en la mañana londinense. Sin actividad oficial a la vista, el general Martín Balza (64, hijo de un vasco antifranquista de la provincia de Alava, padre de una hija de 16 y tres hijos de 22, 25 y 27, ninguno de ellos militar) viste polera negra, pantalón de corderoy, piloto y gorra a cuadros. Dice que ama Londres pero se queja de la lluvia, como la gente de Londres. Parece tranquilo: en dos horas de conversación usa una sola vez el celular, para combinar una cena con un suboficial mayor que, como él, combatió en Malvinas. En la guerra del ‘82 era teniente coronel y el Informe Rattenbach aprobó su comportamiento. Vuelve una y otra vez a la guerra.
–El martes, en la catedral de Saint Paul, cuando el Presidente rindió su homenaje a los británicos caídos en Malvinas, usted parecía emocionado. ¿Puedo pedirle que me explique exactamente por qué?
–Una de las cosas que recordé fue el recibimiento de las autoridades militares argentinas a los que habíamos ido a pelear: nos recibieron en la oscuridad. Y eso que el pueblo quería recibirnos, porque habíamos peleado por sus mismos sentimientos.
–¿Qué experimentó hacia los británicos?
–Que ellos también sintieron los horrores, el dolor de la guerra. Esos veteranos, algunos de ellos mutilados, algunos de ellos con quemaduras y el rostro desfigurado, no dejan de conmover a cualquiera, civil o militar. Y cuando veía y leía los nombres –algunos de ellos los conocía– recordaba a nuestros muertos en el cenotafio en Retiro. Pensé que así como nosotros sentimos dolor por nuestros muertos, y tenemos hijos que los lloran, hermanos que los lloran, padres que los lloran, también los ingleses tienen gente que llora por los caídos. Y me conmovió su respeto, y el Padrenuestro en inglés. Desde que estuve en el Medio Oriente como observador de las Naciones Unidas, me acostumbré a seguir los rezos en inglés: “Lord father...”.
–¿Lo rezó con los británicos?
–Lo recé tan emocionado como el veterano de ellos quemado... Nosotros tenemos en hospitales nuestros a postrados en la guerra de Malvinas. Cuadripléjicos que no tienen dónde vivir. En la catedral me dije “éste es un punto de inflexión”. Rendir un homenaje al muerto no es claudicar. Peleó por una causa que él creía justa y nosotros, por un sentimiento hacia algo incuestionablemente nuestro. Más allá de la decisión política del gobierno y de las causas por las cuales fuimos a la guerra.
–¿Las cuestionó en ese momento?
–Era teniente coronel. Me preocupé por combatir por ese sentimiento arraigado en los argentinos, aunque en ese mismo momento pensé que los supuestos de la guerra eran equivocados: ni Estados Unidos sería neutral ni Gran Bretaña aceptaría un fracaso. Malvinas fue una experiencia muy fuerte. Yo lloré en Malvinas, algunas horas después del cese del fuego y después, el día de la rendición, cuando venían soldados a abrazarme. En ese abrazo había la satisfacción de haber hecho todo lo posible. Me conmoví cuando dos días después, el 14 de junio, vinieron unos oficiales británicos, me tendieron la mano y me dijeron: “La guerra ha terminado, ahora el problema es entre mister Galtieri y miss Thatcher”. Era un capitán. Un galés, me acuerdo. Estaba al sur de Puerto Argentino, cerca del mediodía, estaba nublado, no llovía, y me acuerdo de que viene el cocinero y me dice: “Lo buscan los ingleses”. “¿Cómo sabe que me buscan los ingleses si usted no habla inglés?”, le pregunté. “Porque tienen anotado su nombre en un papel.” Lo veo y me dice si podíamos hablar. Me dice: “Sus cañones, los 15.5, fueron muy buenos”. Nos intercambiamos latasde duraznos al natural. Me dijo que no conocía la existencia de las islas, pero que era el trabajo de ellos. Vinieron, pelearon. Ahí fue cuando me dijo: “La guerra ha terminado, ahora es un problema de Mr. Galtieri y Mrs. Thatcher. ¿Podemos ser amigos?” Nos dimos la mano.
–¿Y después?
–Después estuve un mes como prisionero de guerra. Es un momento duro, porque uno se siente afectado en su dignidad, pero son las reglas de juego. En todo momento, y esto también estuvo en esos quince minutos de ceremonia, me respetaron como prisionero. Hicieron travesuras: que no había sacarina o azúcar cuando en realidad había. Pero en general me respetaron. Y nosotros también a ellos, por lo menos en lo que a mí me consta, y no analizo el caso del Belgrano. Sé del caso de ese soldado que por un accidente se estaba quemando y un soldado inglés abrió fuego y lo mató. Al inglés le hicieron consejo de guerra y lo absolvieron porque consideraron que era un acto humanitario. Fue una guerra sin odio. Fíjese que ese capitán vino el 16 de junio a ver mis cañones. “Nos tiraron, y tiraron muy bien”, dijo. “Bueno, van a quedar acá”, le dije yo. Sin odio, eso no hubiera pasado.
–¿Por qué no hubo odio?
–Quizás por formación. El Ejército británico y nosotros en términos generales respetamos los mismos valores. Por ejemplo, a un herido que no está en condiciones de combatir hay que atenderlo. Además, ¿por qué íbamos a sentir odio? Hay odio cuando entran factores religiosos profundos, como el fundamentalismo, o factores étnicos. Pero no era el caso nuestro. Cada uno combatía por lo que decía que era suyo. En el combate era otra cosa. Me acuerdo del combate del 8 de junio. Mire, como si lo tuviera acá delante: el hongo, el paracaídas que cae, y al hombre no se lo encontró. En ese momento los correntinos me acuerdo que gritaban sapucais. Pero era ese momento del combate. Cuando en la noche del 10 al 11 de junio un radar terrestre fija un buque inglés, y habíamos hecho un equipo con Exocets de la Armada adaptados de mar-mar a tierra-mar, cuando sale el Exocet y hace impacto, y se vio el fogonazo, hubo gritos, euforia ante el daño. Y en ese momento uno no piensa en el dolor de lo que pasaba en el buque. Pero cuando el enfrentamiento terminó, no se puede matar. Hay leyes de guerra que respetar. Por eso no fuimos asesinos. Ocasionamos bajas. Y ellos nos ocasionaron bajas a nosotros. Eso es lo que vimos en Saint Paul.
–Reglas de guerra, muertos enterrados, tener dónde poner flores. ¿Por eso no hay odio? ¿Por eso hay odio después de la represión?
–Yo dije en mi mensaje del 25 de abril de 1995, y lo repetí en el otro, que pocos, muy pocos, y hoy diría que poquísimos, se marginaron de las normas éticas.
–Pero el Ejército es una institución vertical. Usted mismo asumió institucionalmente el pasado.
–Sí, pero fueron pocos. Estaba todo muy descentralizado. Y había una descentralización dentro de la descentralización.
–Esa fue la idea en su segundo mensaje, general. Pero el fallo de la Cámara Federal de 1985 habla de un plan criminal.
–No quiero dudar de un fallo de la Justicia, pero tengo mi opinión. Y vea, lo importante de mi segundo mensaje, por lo menos lo importante en mi criterio, es que fui más allá en muchas cosas. Lo pude decir porque había hecho el primero. Dije que no fue una guerra, porque eso jamás se aceptó. Pero aun si hubiera sido una guerra, hay códigos, hay leyes. Y yo tengo que respetarlas. Otra cosa: en Malvinas se peleaba por un sentimiento arraigado, compartido por todo el pueblo argentino, contra alguien extranjero y desconocido. En la lucha ésta, lo ideológico hizo perder el rumbo. Se luchó contra otro argentino. Y eso produjo heridas terribles.
–¿Cómo se produce, en su visión, la entrada de ese factor ideológico que usted menciona? –No fue de la noche a la mañana. A fines de la década del 50 se incorporó la doctrina de guerra interna traída de Francia, donde se experimentaba en la guerra de Argelia. Eran los años del conflicto EsteOeste. Súmele la Doctrina de la Seguridad Nacional y tendrá la idea de un “enemigo”. Un “enemigo” que además, y lo dije en Hanoi y en Moscú, después terminaría estallando por las inversiones y la apertura comercial. Convengamos también, y seamos justos, o tratemos de serlo, y recordemos la masacre de Ezeiza en 1973, la Triple A, el ataque a cuarteles. Hace poco estuve en Formosa. No hablo de los dos demonios, pero diez soldados que se estaban bañando murieron acribillados. ¿Había algo que justificara el ataque, o una bomba indiscriminada como las que se pusieron en la AMIA y la Embajada de Israel? Por lo menos compartamos el dolor de los familiares. Hubo una agresión y hubo una respuesta que no aplicó el orden jurídico vigente. ¿Por qué? “No se podía”, dicen algunos. Tal vez no se supo. O tal vez no se quiso.
–¿Qué cree?
–Eso. Lo que le dije. Alguna de esas tres cosas. Tengo 64 años y estoy en la recta final de mi gestión. En 1976 era mayor. No estaba en la conducción superior del Ejército. Había un código de Justicia militar que podía aplicarse. Pero convengamos también en que no fue de la noche a la mañana como sucedió todo. Que las bombas en la casa de (el jefe de policía Cesáreo) Cardoso o de (el almirante Armando) Lambruschini fueron agresiones demenciales.
–Fueron demenciales. Pero, ¿cómo operó la ideología sobre los oficiales como para que llegaran al secuestro, la tortura y el asesinato?
–La ideología los hizo abandonar las normas éticas. Mis mensajes fueron para decir que estábamos dispuestos a iniciar un diálogo doloroso y a aceptar nuestras responsabilidades. El hecho de que hubieran sido pocos, muy pocos, no evita que haya una responsabilidad, no digo institucional, porque las responsabilidades son de los hombres...
–Pero había una cadena de mandos.
–Sí, pero que el jefe tenga responsabilidad sobre lo que su unidad haga o deje de hacer tiene un alcance operacional. Si yo ordeno que se ataque por allá y como consecuencia las cosas van mal, seré el responsable. Pero si alguien de la organización, sin haber recibido una orden, se margina de las leyes y los reglamentos militares, no se puede transferir al superior. Además, antes le hablé de Ezeiza, de la Triple A, de las agresiones. ¿Usted sabe la cantidad de veces que a nosotros nos llamaron “salvadores de la patria”, “reserva moral de la república”. Yo lo recuerdo de cuando era teniente primero. Teniente, no teniente coronel. Imagínese después. Y eso llevó a que la Argentina después de 1930 perdiera el rumbo y empezara la etapa, que nunca debió empezarse, de los golpes de Estado. Y cada golpe de Estado tuvo apoyo civil, o aliento civil. Cada acción militar la tuvo. Recuerdo muy bien los bombardeos a Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955. Tuvieron gente que aplaudía. Y el golpe de 1955. A Eduardo Lonardi también lo aplaudieron. Y lo mismo con el golpe contra Frondizi, un desastre, o el golpe contra Illia, otro desastre, y con el de 1976. Por eso el Ejército no debe apartarse del camino institucional ni la sociedad puede empujar al Ejército a salirse de sus funciones. Por eso quiero el diálogo. Porque asumir el pasado es un largo y doloroso proceso, como un parto. Así viví mis mensajes.
–¿Como un parto?
–Sí.
–¿Y después del parto vino la alegría?
–No la alegría, pero puedo asegurarle que vino la tranquilidad. Empezamos a ponernos en condiciones de dialogar con la sociedad. La sociedad decía cosas en las que tenía razón. Nosotros asumimos muchos de los hechos del pasado. Dejamos de negarlos, y ésa fue la base para quepudiéramos iniciar un diálogo. Yo creo que nos costará mucho, porque no se puede anular el horror y no se puede anular el dolor, pero lo haremos.
–General, ¿qué hará cuando se retire?
–No lo tengo pensado. Pero en tres días cumplo siete años al frente de la institución y sé por supuesto que estoy en la recta final.
–¿Se va a dedicar a la política?
–Le dije: no tengo pensado qué voy a hacer.
–No me contestó que no.
–¿Usted sabe que siempre me hacen la misma pregunta?

 

Quién carga las armas

Un solo tema parece irritar a Balza: el contrabando de armas. Está preocupado por deslindar la responsabilidad del Ejército y la suya en las operaciones con Croacia y Ecuador, donde la Justicia investiga estos días una cadena de mandos –en su versión civil– que tiene su eslabón clave en el ex director de Fabricaciones Militares Luis Sarlenga.
–¿Lo conoce bien a Sarlenga?
–Sí, yo era jefe de Estado Mayor y él estaba en ese puesto. Pero yo no mando sobre Fabricaciones.
–¿Qué opinión tiene de Sarlenga?
–No voy a dar ninguna opinión. El Ejército no ha participado en ningún tipo de operación de venta de armas, no entregó armas y nadie se lo pidió. El Ejército tiene lo que debe tener. Me enteré de las operaciones a Venezuela y a Panamá cuando se hicieron públicos los decretos secretos autorizando la venta de armas.
–El teniente coronel Gordillo dijo que salieron armas de Tucumán por transporte privado.
–Con Fabricaciones Militares el Ejército tiene un convenio. Cuando la munición se vence (y tenemos cientos de toneladas de munición vencida), cambiamos munición nueva por vieja, y nunca en las mismas cantidades: a veces tres por uno y a veces dos por uno. Cuando cambiamos, Fabricaciones fue a buscar la munición. Eso es todo. En el Congreso el diputado Horacio Viqueira me preguntó por qué habíamos usado contenedores. Le expliqué que ahora siempre se usa esa forma de transporte.
–¿Usted dice que el contrabando de armas no existió?
–Lo está investigando la Justicia.
–Pero el general Matalón dijo que él vio una pistola argentina en Croacia.
–Se pueden comprar pistolas argentinas en armerías de Buenos Aires. También se habla de cañones de 1993. Esos cañones, Fabricaciones los hace. En su momento nosotros le compramos. Hemos enviado al juzgado los diarios de guerra y los libros históricos de las unidades que estuvieron allí.


Nada de los dos demonios

“Le aseguro que mis hombres tienen internalizada la democracia, la libertad y los derechos humanos”, dice el general Balza. Agrega que harían “cualquier cosa para aliviar el dolor de una madre, para que una madre sepa dónde poner una flor a su hijo”.
–¿Esa es realmente una preocupación de sus oficiales?
–De los oficiales en actividad, que son los que yo mando. No puedo darles órdenes a los retirados. Pero quiero decirle más: no es una preocupación sino una carga que tienen.
–Usted, en su primer mensaje de 1995, ofreció confidencialidad a los oficiales que dieran información sobre el destino de los desaparecidos. ¿Realmente no puede hacer más?
–No puedo interferir con la Justicia.
–Me refiero a canales informales.
–Le repito: no mando sobre los retirados.
–Pero puede desarrollar una investigación por ejemplo en los hospitales militares.
–La Justicia sabe cómo colaboramos. Y créame que los valores democráticos están internalizados en la fuerza. Pero yo no me engaño. Ni en la Argentina ni en ningún país se puede bajar la persiana. La historia es pasado esclarecido.
–¿Esclarecido cómo?
–No hablo de opiniones. Hablo de hechos. Por eso yo quiero dialogar. Por eso quiero que se analicen las cosas con justicia. Y no le voy a hablar de la teoría de los dos demonios.
–¿Cree en ella?
–No.
–Me sorprende.
–Es injustificable la violencia demencial. Es injustificable una bomba contra soldados que se estaban bañando, como en Formosa. Pero el Estado no puede apartarse nunca del orden jurídico, porque si la fuerza del Estado se corre de la Constitución los resultados son tremendos. Por eso no sirve alegar que después del golpe se cumplieron órdenes de un gobierno constitucional, cuando el golpe violó la máxima orden, que es la Constitución.

 

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