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Por Luis Bruschtein "¿Los que tocan bocina están a favor o en contra?" pregunta un periodista extranjero en Santiago de Chile a un kiosquero ubicado frente a la embajada española. "A favor" responde el kiosquero. "¿A favor de que lo metan preso o a favor de Pinochet?", insiste, algo confundido por la telegráfica respuesta. "No, en contra". Ante la evidente reticencia del hombre, el periodista se fue sin saber la respuesta. Había pasado una hora tratando infructuosamente de escuchar alguna reflexión de los numerosos transeúntes que se acercaban a leer los titulares de los diarios vespertinos. Leían en silencio, como si los estuvieran observando, o como si pensaran que cualquier comentario pudiera provocar represalias. En un programa de televisión, la senadora Evelyn Matthei, hija del general Fernando Matthei, miembro de la primera junta de comandantes después del golpe de Pinochet, se indignó con un diputado del Partido Socialista que explicaba que las violaciones a los derechos humanos son considerados delitos en todo el mundo y que, si quería evitar lo sucedido, Pinochet no debería haber viajado. "Es cierto que se cometieron algunos excesos --reaccionó a su turno la senadora, casi descontrolada--, pero Pinochet no hubiera existido si no hubiera sido por el Partido Socialista y el nefasto gobierno de la Unidad Popular, que cometió todo tipo de atropellos e inclusive estaba preparando civiles armados para tomar el poder". El diputado sostuvo la mirada de la senadora y quedó en silencio. La primera pregunta que se le hace al precandidato presidencial del Partido Socialista, Ricardo Lagos, en otro programa, es sobre el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. "Es evidente que se tomaron medidas irreales que luego no se podían sostener" respondió el candidato, apretado por las reglas de la transición. No se puede hablar mal de verdad sobre Pinochet y no se puede hablar bien de verdad sobre Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular. La mayoría de la prensa y, sobre todo los medios electrónicos, se acoge a esa fórmula. Cuando hay temas de los que no se habla por decreto, se producen fantasmas y los fantasmas producen temor. Y con temor, la democracia no es plena. Durante 17 años de dictadura pinochetista se habló maravillas de Pinochet y barbaridades de Allende y la Unidad Popular. Ahora no se puede hablar mal de uno, ni bien del otro, eso es lo que consiguió la llamada transición. Las bases de la Democracia Cristiana no quieren a Pinochet. Las bases de los otros dos partidos gobernantes, el Socialista y el Partido por la Democracia lo odian. La Concertación tiene en total casi el 60 por ciento de los votos. En esa ecuación, la DC se mueve con más soltura, mientras que los socialistas y el PPD, --que juntos tienen un caudal electoral equivalente al de la DC-- siempre parecen arrinconados por las reglas de juego. Los partidos de la Concertación no quisieron convocar a su gente para festejar la detención de Pinochet. En la calle quedaron sólo la derecha por un lado, y el Partido Comunista, por el otro. Lagos expresó que apoyaba el juicio contra Pinochet, pero que entendía el reclamo del presidente Eduardo Frei por la inmunidad diplomática y la soberanía de los tribunales chilenos. Andrés Zaldívar, precandidato de la DC, acuñó una frase: "Lo que le pase a Pinochet, le pasará a la transición". Con esa idea se convirtió el tema de Pinochet en una causa de Estado. Y si Pinochet es liberado, será, sin duda, por los esfuerzos del gobierno de la Concertación y no por la presión de la derecha. La derecha tiene el 20 por ciento de los votos, divididos en dos partidos. Pero por la ley electoral de la Constitución pinochetista, tiene el 40 por ciento de los cargos elegibles, y además el Ejército y el sector empresario son pinochetistas. Si bien los empresarios resultaron favorecidos por la dictadura, la gran afluencia de inversiones internacionales se produjo con los gobiernos de la Concertación. Los mismos empresarios dicen que los capitales tenían renuencia a invertir en una situación de futuro imprevisible como era la dictadura. Esto explica la transición, más que la inexistente vocación democrática real de la derecha, los empresarios y las Fuerzas Armadas. Pero ésta también es su debilidad, porque volver atrás sería mal negocio y los militares no pueden declarar la guerra a España o Gran Bretaña. Los esfuerzos de Frei y Zaldívar a favor de Pinochet han expresado mejor que los partidos de derecha los reclamos de los militares y los empresarios, una perspectiva interesante para la DC, pensando en un futuro sin Pinochet. Esto explica la docilidad con que la conducción democristiana acepta las reglas de juego impuestas. Por otro lado ofrece un paraguas para el reingreso de los socialistas a la actividad política legal. A cambio de esto, los socialistas tragan sapos todos los días.
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