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Una versión de Lulú que abrió al público la caja de Pandora

La platea del San Martín polemizó a los gritos sobre la decisión del director de hacer algunas escenas en inglés, como lo solicitaba el autor.

Mía Maestro, como Lulú, demuestra ser una actriz completa.
La puesta de Alberto Félix Alberto es de una gran estilización.

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Por Hilda Cabrera


t.gif (862 bytes) Es, extrañamente, en la controvertida escena final --desarrollada en inglés, porque la acción transcurre en Londres y el director Alberto Félix Alberto quiso ser fiel en ese tramo a la anotación del autor, de que fuera en ese idioma-- donde irrumpe lo más desesperante de Lulú, una tragedia monstruo. Ese es quizá también el momento más iconoclasta, porque, a diferencia de otros de remanido impacto, destruye toda esperanza con su entramado de horror y misterio, fragilidad y humor negro. Si bien éstos se encuentran en la totalidad de la obra del mítico Frank Wedekind, un maestro del expresionismo alemán, rara vez adquieren el tono alucinado de la última secuencia. En cuanto a la calificación de controvertida, ésta surge de la reacción que suscitó en un sector del público el hecho de que fuera interpretada en inglés. En la función de estreno hubo reproches a viva voz: "¡Félix, estamos en la Argentina!", y también, "¡Félix, éste no es el Teatro del Sur!" (se referían al espacio off en el que Alberto presenta sus propias producciones). De inmediato surgieron varios replicantes: "¡Es una vergüenza! ¡Que se callen! ¡Si no les gusta, que se vayan!" Pero en la sala, colmada, no hubo deserciones.

Finalizada la obra, Alberto, antes de agradecer a todos los que en el teatro hicieron posible estrenar Lulú ..., explicó a quien quiso oírlo que, justamente para no entorpecer la comprensión de la obra, no había respetado íntegramente el original en sus cambios de idioma. El cuarto acto, que se desarrolla en París, debía estar todo en francés, y el quinto, exclusivamente en inglés. De todas formas, y más allá de este tropiezo, que se produjo en la secuencia más dolorosa y reveladora, el director se mostró como un hábil constructor de imágenes. Nada nuevo en él si se recuerdan algunos de sus hitos, como En los zaguanes ángeles muertos, pieza de su autoría en la que los actores manejan un idioma inventado. Tal destreza y su actualización respecto del teatro europeo (Alberto es uno de los directores argentinos que más ha participado en festivales internacionales, especialmente con ... ángeles muertos, Tango varsoviano y La pasajera) han marcado esta puesta. De modo que esta Lulú, una tragedia monstruo, adaptación del original escrito en 1894, puede ser vista como una conjunción de estéticas. La pieza, redescubierta en 1988, es la que, por otra parte, se representa hoy en Europa. Hubo dos últimas puestas en París y una en Amsterdam.

Censurada en su época (lo que dio lugar a que el alemán Frank Wedekind sepultara el original y lo sustituyera por dos piezas, El espíritu de la tierra y La caja de Pandora), la obra posee apariencia frívola, en parte por la exagerada estilización de algunas secuencias. Nada ha sido descuidado en este trabajo que toma elementos del vodevil y el gran guiñol, y logra mantener al espectador activo a pesar de los 180 minutos que insume. El expresionismo arquitectónico de la escenografía, los colores vivos y contrastantes y la exquisita banda sonora aportan clima. Entre el elenco, no precisamente parejo, sobresalen Osvaldo Bonet, Jorge Petraglia (en un papel central), Marta Riveros y Roberto Mosca. En el papel de Lulú, la singular Mía Maestro (una actriz completa) es la joven que de niña se desarrolló en un medio siniestro. Fue forzada sexualmente y tuvo amantes desde los siete años. Su protector, el burgués Schöning (Juan Carlos Dual), buscó para ella el refinamiento y la introdujo en su medio, un mundo conformado por poderosos y oportunistas, personajes sórdidos en su mayoría: tratantes de blancas, banqueros inescrupulosos y funcionarios corruptos. Lo que no previó fue que la muchacha, prototipo de mujer fatal, desatara males, como la mítica Pandora, en la sociedad a la que pertenecía, la high society, como advierte Jack el Destripador al ver un retrato de Lulú vestida de Pierrot en su época de rica mantenida, colgado en la mísera habitación de Londres en la que la joven se prostituye. Es la escena en inglés que, al menos la noche del estreno, dividió a la platea.

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