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El largo camino a casa empieza justo allí donde terminaba La lista de Schindler. ¿Qué sucedió cuando las tropas aliadas ingresaron en Bergen-Belsen, en Treblinka, en Auschwitz? Lo que tiene para contar el film escrito y dirigido por Mark Jonathan Harris, combinando materiales de archivo inéditos, viejos noticiosos de la época y entrevistas actuales es un proceso mucho más penoso y complejo de lo que habitualmente se piensa, una suerte de conspiración de silencio internacional, donde al shock que produjeron el fin de la guerra y el descubrimiento de los campos de exterminio le siguió una intrincada red de intereses políticos, de la que fueron víctimas decenas de miles de refugiados judíos, sobrevivientes del Holocausto, hombres, mujeres y niños que habían perdido absolutamente todo, menos la voluntad de rehacer sus vidas. El comienzo de El largo camino a casa es particularmente impactante porque, tal como lo expone la voz del narrador del film (Morgan Freeman), "pocos estaban preparados para el infierno que iban a encontrar". Allí están las fotos y algunas impresionantes imágenes de archivo de las primeras tropas aliadas que llegaban a los campos y descubrían, detrás del alambre de púa, las consecuencias de la barbarie nazi, el último grado del proceso de destrucción del hombre. "Los soldados norteamericanos se acercaban y nos miraban con horror. Algunos incluso vomitaban. Eramos repugnantes y, de pronto, sentimos vergüenza de nosotros mismos", comenta uno de los sobrevivientes. "Nuestro primer acto como hombres libres fue avalanzarnos sobre las provisiones", reconoce otro, mientras la imagen testimonia la ciega desesperación ante un camión cargado de papas. El film consigna que en esos primeros días muchos sobrevivientes a los peores tormentos murieron súbitamente, con los estómagos desgarrados. Lo que siguió no fue mejor. Incapaces de hacer frente a la situación, en un continente arrasado por seis años de guerra, las fuerzas aliadas no tuvieron mejor idea que trasladar a los sobrevivientes a campos de "expatriados" cuyas condiciones no diferían en mucho de los lager nazis. Distribuidos según su país de origen, muchos judíos se encontraron compartiendo las barracas con otros expatriados y prisioneros de guerra, entre quienes no faltaban colaboracionistas y simpatizantes nazis. Aquellos que lograban escapar y regresaban a los que habían sido sus hogares descubrían que allí no había quedado nada, salvo la semilla de odio antisemita. "Nos odiaban porque habíamos regresado de la muerte", se escucha un testimonio. "Y a nadie le gusta ver fantasmas." El largo camino a casa también da cuenta de los conflictos y resistencias que provocaba en el ejército norteamericano la cuestión judía y no duda en recordar el antisemitismo del general George C. Patton, quien como gobernador militar de la región de Bavaria impuso una férrea disciplina militar a los campos de expatriados, alegando que si no "se dispersarán como langostas", lo que le valió el relevo del mando a manos del general Dwight Eisenhower. Entre quienes lucharon para revertir la situación y compilar listas de sobrevivientes estaban los rabinos que oficiaban de capellanes del ejército, particularmente Abraham Klausner, quien según narra en el film estableció también los primeros contactos con las organizaciones judías de Palestina que iniciaban la llamada "operación bricha (vuelo)", de emigración clandestina hacia la Tierra Prometida. La situación en Medio Oriente tampoco era sencilla. En su amplio movimiento de abanico, el film expone la infame resistencia del gobierno británico, por entonces a cargo del control político y militar de Palestina, a autorizar la llegada masiva de refugiados judíos. Esa resistencia --que tuvo su episodio más sonado en el calvario del buque "Exodus"-- respondía a la necesidad de los laboristas que habían sucedido a Winston Churchill en el poder de asegurarse para las islas británicas el petróleo necesario para volver a poner en marcha el país, petróleo que solamente les podían asegurar los países árabes. Finalmente, Gran Bretaña ya no estuvo en posición de mantener la hegemonía en la región y en 1948 una Asamblea de las Naciones Unidas (en la que Argentina votó en abstención) aprobó la formación del Estado de Israel. Más allá de su estructura convencional y de su concepción ya
superada del documental (el narrador en off, la música utilizada para dar acentos
sentimentales), El largo camino a casa impresiona por su capacidad para descubrir detalles
desconocidos de un período crucial de la historia contemporánea, no sólo en términos
geopolíticos sino esencialmente humanos. "Para muchos de nosotros la victoria aliada
había llegado tarde, muy tarde; el mundo había callado mientras nos incineraban",
señala uno de los sobrevivientes. Pero la película también consigna cómo la vida se
abría camino aún en las situaciones más adversas, como en los campos de refugiados,
donde los casamientos y los nacimientos (en 1947, más de mil bebés nacían por mes en
los campamentos de Chipre) eran una forma de exorcizar la muerte, de conjurar la tragedia,
de imaginar un futuro mejor.
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