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Por Carlos Rodríguez En las cárceles del Servicio Penitenciario Federal (SPF) hay 1261 presos extranjeros que constituyen el 20 por ciento del total de internos. El Procurador Penitenciario, Oscar Fappiano, para graficar el notable incremento, puntualizó que "si todos fueran ubicados juntos llenarían la cárcel de Caseros", una de las unidades con mayor nivel de hacinamiento en el país, que alberga a 1338 reclusos. La mayoría de los presos importados son de países limítrofes como Chile, Paraguay, Bolivia o Uruguay, pero también los hay de Inglaterra, Estados Unidos, Italia, Alemania, Austria, Holanda, Rusia, Sudáfrica, Kenia, Australia o Camerún. El idioma, las costumbres, la distancia geográfica que los separa de sus familias tornan mucho más difícil el cautiverio de este tipo de detenidos. La peor parte les toca a las mujeres con hijos. Muchas deben desprenderse de los niños, que tienen que vivir --en un país extraño-- con familias sustitutas. La mayoría de los extranjeros están detenidos por causas vinculadas con el tráfico de drogas o con los delitos de robo o hurto. "Claro que no son grandes narcotraficantes sino consumidores utilizados como correos", explicó Fappiano. En cuanto a las mujeres detenidas "son por lo general lo que se denomina 'mulas' (ingresaron en el país portando pequeñas cantidades de estupefacientes) que han sido inducidas a delinquir por hombres que en algunos casos son de su entorno familiar", explicó el ombudsman penitenciario. Agregó que algunas de ellas "ni siquiera sabían lo que estaban llevando y se dedicaban al contrabando por una cuestión hasta cultural, ya que antes habían ingresado con cigarrillos o whisky porque ése es el único medio de vida de toda la familia". Fappiano citó el caso concreto de mujeres paraguayas detenidas en Misiones que ahora "están alojadas en la cárcel de Ezeiza o en La Pampa (son las únicas dos unidades disponibles para ellas en el SPF), a miles de kilómetros de sus familias". Esta soledad, que sufren también los extranjeros varones, agrava su situación: al no recibir visitas disminuyen sus posibilidades de aprovisionamiento básico (comestibles, cigarrillos, etc.); el aislamiento psíquico suele tener secuelas patológicas; la asistencia complementaria queda en manos de las autoridades diplomáticas de sus países que "en muchos casos deja que desear"; el desconocimiento de la normativa legal los inhibe del goce de determinados derechos en un nivel "superior al que sufre el resto de la población penal"; los presos con sida quedan totalmente desvalidos por "la falta de apoyo familiar". Fappiano, en un informe anual sobre la situación de los extranjeros, destacó que los únicos que tienen "una mejor asistencia por parte de los cónsules" son los presos provenientes de países del Primer Mundo porque cuentan con reglamentaciones nacionales que contemplan planes de asistencia a los detenidos. La Procuración realiza gestiones para lograr la extradición de los detenidos a sus países de origen, pero en la actualidad sólo hay tratados vigentes con España, México, Paraguay y Bolivia. El único convenio que ha demostrado ser operativo es el suscripto con España. Sobre 49 trámites iniciados, se han hecho efectivos 23 traslados a ese país. "La extradición es lo más conveniente --subrayó Fappiano-- no sólo para el cumplimiento de la pena sino también para la etapa posterior, cuando el detenido queda en libertad". Los liberados se encuentran en un país extraño, sin documentos, sin posibilidades de conseguir trabajo y la reincidencia en el delito pasa a ser una probabilidad muy concreta. En lo que respecta a la documentación para que los liberados puedan permanecer en el país legalmente, el trámite corre por cuenta del Servicio Penitenciario. En su informe, la Procuración resaltó que "se ha advertido cierta negligencia" en la materia por parte del SPF "excusable en parte por las dificultades para coordinar la tarea con los servicios consulares extranjeros". Para los extranjeros que no hablan en castellano, el aislamiento es atroz. Fappiano citó como ejemplo el caso de un detenido de apellido Fisher, quien con su precario castellano decidió enseñarle a hablar en inglés a sus guardias y compañeros en un esfuerzo por "romper el hielo".
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