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Por Verónica Abdala
El novelista argentino residente en el exterior desde hace 30 años --ganador del Premio Internacional Rómulo Gallegos por Los perros del paraíso, del Extremadura América por El largo atardecer del caminante y Diana-Novedades de México por El viajero de Agartha-- dialogó con Página/12 sobre su atípico acercamiento al cosmos del hombre al que Jean Paul Sartre calificó como "el más completo de nuestra época". Entre las personas que Posse entrevistó como parte de la investigación que realizó entre 1993 y 1997 se incluyen Aleida March, la segunda esposa del Che, "Benigno" (Daniel Alarcón Ramírez), un ex compañero de combate, Regis Debray, el famoso intelectual francés que adhirió a la guerrilla guevarista y luego se arrepintió, Vlasek, encargado en 1966 de la vigilancia del guerrillero en Praga, Ulises Estrada, importante agente de la revolución cubana, Vladimir Holan, un jardinero que lo acompañaba durante sus extenuantes entrenamientos físicos en el '66, y Melchor Echagüe, diplomático y amigo de la niñez. --¿Por qué hay tan poca información sobre lo que ocurrió durante aquellos meses del '66, en Praga? --Porque la estadía de Guevara allí era un estricto secreto. Hoy día, Castro sigue diciendo "Guevara estuvo un tiempo en una ciudad del este europeo...", sin especificar cuál era ese lugar y qué pasaba allí. Y lo que pasó allí fue muy importante, porque es en ese sitio donde Guevara convoca a Tania y a todos los que lo acompañarían en lo sucesivo. En Praga vivió disfrazado, alternativamente de burgués, de comerciante español y de funcionario uruguayo, tramando lo que yo considero una fascinante urdimbre de combatientes y espías que lo acompañarían en Bolivia, Ese período fue, además, una etapa de reflexión profunda sobre la política internacional y sobre su propia vida. Praga fue la ciudad en la que el Che le veía la cara a (Franz) Kafka y a la muerte todos los días.
--Pasada la fiebre de biografías del Che luego del aniversario número 30 de su asesinato, ¿qué lo llevó a escribir una novela sobre él? --En un principio Guevara fue un chico de familia aristocrática empobrecida lanzado a la aventura. A una aventura que lo llevaría a liderar un movimiento inmenso y liberador. Lo que más me sedujo de él fue su coraje, su inflexibilidad para renunciar a las ideas en nombre de la razón política transaccionista. El tenía una idea revolucionaria y se jugó por ella hasta la muerte. --¿Usted diría que su convicción bordeaba la fe mística? --Se podría decir que sí... él no dudaba de que el capitalismo llevaba a la inviabilidad de la condición humana y ese convencimiento sólo hasta un punto era racional. En otro sentido, sí, su creencia era mística, porque su acción no nacía de la razón política sensata sino del sueño del poeta y del guerrero. El era esencialmente eso, en realidad: un guerrero absoluto. Y genial. El mismo, que inicialmente había sido convocado por Castro como médico, se sorprendió de esa faceta de su personalidad. Estaba convencido de que la madre de la historia era la guerra, en su caso contra el capital.
--¿Qué aspectos de su personalidad, diría usted, eran inescindibles de su nacionalidad argentina? --Muchos aspectos. El Che, en el fondo, siempre fue un muchacho muy argentino, criado en los cafés, que no hubiera llegado a ser lo que fue si no hubiese nacido en Buenos Aires. Era narcisista y arrogante, una cualidad que habitualmente se les atribuye a los porteños, y quienes lo conocieron dicen que era muy difícil conocerlo íntimamente porque él preservaba la distancia con los demás. Otros, claro, dicen que era un suicida y puede que, al igual que en el caso de Jesucristo, fuera verdad.
--¿El conocía su destino? Algunos de los entrevistados de su libro dicen que él les advertía sobre las altas probabilidades de que el último escalón de la escalada revolucionaria fuera la muerte... --Yo creo que sí, que él quería ser símbolo, ser mártir, ser la encarnación de la grandeza. Y lo logró: Guevara es, en estos tiempos grises de fin de milenio en que los políticos empiezan por la transacción antes que por las ideas, un símbolo moral de fidelidad a un ideal. La muerte era el vehículo que le permitía ser eso, y él no le temía: recordemos que era asmático desde chico y que estaba, por ende, acostumbrado a que en numerosas ocasiones su vida pendiese de un hilo endeble. --¿Usted lo admira como hombre, como guerrero o como político? --Como guerrero, supongo, porque encarna esa frase de (Albert) Camus que dice "el único testigo de una idea es el que se deja matar por ella". No podría admirarlo como político porque la política es el arte de lo posible. Y la suya fue una lucha imposible, como la de todo héroe.
--¿Por qué cree que, después de haber estado levemente adormecida durante los 80, su figura resurge con tanta fuerza en los 90, aparte del aniversario? --En realidad sigue adormecida en la Argentina, cosa que no ocurre en el exterior. Este país desprecia a sus héroes, los mata con cuidado y después los vela con honores. Aquí Evita fue despreciada a muerte y Guevara sigue siendo desconocido hasta hoy, porque nadie puede decir que los chicos que llevan su cara en la remera saben quién fue el Che en realidad. En fin, si hoy se ha convertido en mito, aunque vacío de contenido, es porque vivimos una era en la que estamos sedientos, desahuciados, anhelantes de modelos.
--¿La suya fue, entonces, una victoria o una derrota? --Fue una derrota en el sentido político, histórico e inmediato, pero fue una victoria en tanto convocatoria. Hoy, el Che sigue siendo, en todo el planeta, un símbolo de rebeldía.
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