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![]() Los primeros en ser sorprendidos por la "globalización" de ciertos principios antes propios de algunos miles de intelectuales progresistas europeos y americanos han sido los asesinos políticos de la derecha: se equivocaron al dar por descontado que haría escuela la transición española, en la que los criminales franquistas se vieron beneficiados por una amnistía muy eficaz que ni siquiera el juez Baltasar Garzón parece dispuesto a cuestionar, lo cual puede ser inequitativo desde el punto de vista de los dictadores y sus amigos pero, por suerte, éstos ya constituyen una minoría. ¿Quiénes serán los segundos en descubrir que la globalización significa mucho más que las peripecias de hordas de capitales nómadas? Con toda probabilidad serán los corruptos. Hasta hace muy poco, cualquier cleptócrata mayorista podía trasladar sin dificultades miles de millones de dólares de su país para depositarlos en Suiza, Luxemburgo o una isla antillana. Hoy en día el asunto no es tan sencillo y mañana podrá ser totalmente imposible. Al exigir "transparencia", los tantas veces vilipendiados liberales económicos están creando un orden en el que sea necesario explicar la procedencia de hasta la fortuna más modesta. Asimismo, en casi todos los países está consolidándose una prensa fiscalizadora a la que le encantan las cuentas bancarias secretas y que es reacia a dar a cualquiera el beneficio de la duda. Además, las nuevas teorías sobre las consecuencias devastadoras de la corrupción están proveyendo a sus muchas víctimas armas muy útiles que los ayudarán a internacionalizar sus preocupaciones, lo cual es una malísima noticia para quienes robaron cuando, lo mismo que los torturadores y asesinos de ayer, creían que hacerlo era perfectamente "normal".
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