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"Mi límite es no quebrar personas"

A pesar de que presenta temas cada vez más rebuscados, o acaso precisamente por eso, Lía Salgado es la reina de los talk shows.

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Por Luis Vivori

t.gif (67 bytes)  Lía Salgado se prepara para un avance de "Hablemos claro", el talk show de Canal 9. ¿El tema? El bebé nos arruinó la vida. Una más de las cuestiones que este tipo de ciclos suelen abordar, y que en más de una oportunidad parecen pasos de comedia. La conductora, despojada de toda preocupación estética --cuestión que la diferencia del resto de los talk shows-- se afirma en su franja horaria con algo más de ocho puntos de promedio, liderando el pelotón de su género. Y acaba de voltear una competencia, al levantarse el programa "Sin vueltas", que conducía por América Karin Cohen.

 

--¿Cuál le parece que es el mérito de los talk shows?

--Desbaratar los prejuicios sociales. Se trabaja con la gente y ésta tiene acceso a la televisión. De esta manera la TV no queda sólo para cinco o seis ideólogos. El talk show es un lugar donde la gente puede contar sus problemas y se trata de llegar a un acuerdo. Refleja la realidad que vivimos, le guste o no a algunos intelectualoides que se vean reflejados ahí.

 

--¿Los talk shows reemplazaron a las telenovelas?

--Es posible, porque la realidad es más fuerte que la ficción. Lo que les sucede a los participantes del programa nos sucede a todos. Los que nos critican son falsos intelectuales que no soportan ver reflejada en la pantalla a la gente sencilla contando su historia. Prefieren sentarse a teorizar sobre la vida de otros. La verdad es dura y es difícil bancársela. Los intelectuales de verdad aceptan el programa.

 

--Las pantallas llenas de talk shows, ¿no denuncian la mediocridad de la televisión?

--Puede ser. Pero ya que está la moda, hay que aprovechar y hacer algo bueno. Lo que falta es la buena televisión. La que trataba los temas con más seriedad, con más profundidad. Ahora es todo light, sin alcohol. El alcohol lo ponemos nosotros con los talk shows, y muchos no se lo bancan.

 

--¿No es una forma de meterse en la vida de la gente por la ventana?

--No lo siento así. Pienso que los estoy ayudando, que cumplimos un rol social. La gente que viene tiene la posibilidad de hablar de cosas que en la casa no puede porque se agarran a las patadas.

 

--Aunque tengan que asumir el riesgo de que se haga público.

--Sí, en alguna medida. Pero es lo que la gente plantea cuando viene. La atracción no es la televisión, en realidad. Es gente muy sencilla, sin posibilidades ni amparo de las instituciones. En muchos casos no conocen los derechos que tienen.

 

--¿No sería mejor sugerirles que hagan algún tipo de tratamiento psicológico?

--En muchos casos no quieren. Nosotros tenemos establecidas redes solidarias fuera del programa, pero a veces no aceptan participar. Además, el psicólogo no entra en su universo.

 

--¿Considera que su trabajo es periodístico?

--Lo que hago es periodismo. Es investigación y tengo que preguntar y repreguntar y ahondar en las respuestas. En todo caso, no es periodismo de actualidad. Yo pregunto lo mismo que cualquier otro ante un hecho, no interpreto. Es algo muy concreto.

 

--¿Cuál es su límite?

--El que me fue dando la experiencia. De los errores aprendí cosas que no tendría que haber hecho, como llevar a Samantha o hablar de temas sexuales en un horario inadecuado. A veces me lanzo, no me controlo. Reconozco que hay un juicio moral de parte mía. Sucede cuando determinada persona no se anima a plantear lo que piensa, como decirle a un hombre "¡pero vos sos un caradura!", cuando su mujer no se atreve a hacerlo. Cuando me equivoco lo digo, pero si la situación es muy perversa no puedo callarme.

 

--¿No es muy fino el hilo de la ética en esas situaciones?

--Es difícil saber hasta dónde ahondar. Mi límite es no quebrar a la persona. Las excepciones son cuando viene gente como el pastor Giménez, que le vende buzones a la gente. Ahí me veo obligada a ir a fondo.

 

--La fórmula parece ser "cuanto más dura es la historia, mejor es el resultado".

--Hay algo de eso. Supongo que hay morbosidad en la gente que lo mira pero también pasa eso de los que gritan: "Qué horror, eso a mí no me sucede, yo no soy así". Nos pasa todo a todos y por eso se quedan enganchados con el programa. Es un tiempo en el que lo público se ha hecho privado y al revés.

 

--¿Es difícil manejar la desesperación de la gente por llegar a la TV?

--Lo que pasa es que para la gente la TV es un lugar de pertenencia. Los trabajos, las instituciones, la Justicia, no son seguras y la televisión les da un ámbito. A eso llegó la sociedad, hay que asumirlo.

 

--¿Cómo se relaciona con los otro talk shows, los ve a menudo?

--No muy seguido, pero son diferentes a lo que hacemos nosotros. El de Karin Cohen seguía la línea de lo testimonial que yo ya abandoné, porque me gusta escuchar todas las voces, no sólo una, incluso las que no me gustan. El de María Laura Santillán no es un talk show, es una especie de remake de "Volver a vivir": llevar famosos a contar su vida.

 

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