Por Cristina Mascó
Me desperté a las nueve y treinta, oí que llovía y entonces pensé en la fortuna de disponer de cinco sentidos. Cosa interesante esto de los cinco sentidos, porque si sólo tuviéramos uno, el de la vista por ejemplo, no me hubiera notificado acerca de la lluvia, porque estaba acostada y con las ventanas cerradas.
Pero la oía: sentía que caía en el techo de la vecina, que se transformaba en abanicos cuando ya no era lluvia, era agua muerta en la calle, sepultada por las ruedas de los autos.
Después oí un auto cerca y deduje, según la frecuencia del sonido que ya en unos segundos pisaría el charco grande que había estado oyendo.
Me levanté y descubrí otro sentido vivo en mí; veía la lluvia por la ventana de la cocina: ya no veo como antes pero todavía puedo ver la lluvia. Caí despacio, después seguida de un trueno (otra vez oía) cayó más fuerte.
Salí al balcón y en una dimensión más extensa comprobé que efectivamente estaba lloviendo.
Me faltaban tres sentidos.
Hay pocas cosas capaces de despertar los cinco sentidos a la vez.
Pensé un rato y resultaron ejercicios de asociación de palabras con sensaciones, como en la escuela primaria. Por ejemplo: torta quemada:
Olfato: A algún vecino se le quema una torta, el olor corre por el edificio y subiendo (o bajando) por el ascensor pensamos o decimos, en el caso de que subamos o bajemos con alguien, a la del quinto se le quemó la torta.
Gusto: se nos quemó la torta, la raspamos bien y la cubrimos con excesivo dulce de leche para que no queden rastros visibles. Viene la suegra, le ofrecemos una descomunal y visible torta perfecta. La suegra muerde, no prueba, muerde y sentencia: se te quemó la torta.
Nos queremos arrojar por la ventana; por suerte se va enseguida. Menos mal. Y eso que habíamos vaciado medio aerosol (de esos que no dañan la capa de ozono por supuesto) hasta en el palier, desodorante de ambientes que le dicen, que "no tapa los olores, los elimina".
Vista: se nos quemó la torta, la suegra llega antes de lo esperado, nunca la esperamos pero llega igual. La queremos raspar, a la torta, claro, aunque a veces también a la suegra. Y no, porque ya está acá. Nos tranquilizamos hasta donde podemos. Abrimos la puerta, el personaje entra, ve sobre la mesada de la cocina la torta oscura, muy oscura y deformada y dice: qué pena, nena, se te quemó la torta.
Nos queremos morir.
Sigo asociando: mate. Cebar un buen mate es toda una ciencia y despierta o puede despertar a mi modesto entender cuatro sentidos a saber:
Viene mi amiga, a la amiga siempre la esperamos, a tomar mate.
Vista: dice que hermoso mate, es de verdad, digo, de calabacita, ella dice el mío es de madera, cubierto de algo metálico, una porquería, no me sale bien el mate, yo le contesto viste qué lindo, te voy regalar uno, un día de estos voy y se lo compro.
Tacto: ella toma con la mano izquierda el mate (es zurda, de mano nomás) y siempre dice que tiene fea letra porque es zurda, dice me quemo, qué suave es este mate, re--lindo, expresión adolescente adoptada por los adultos empleada para poder expresar sin inhibiciones que algo nos re--gusta: RE.
Gusto: lo prueba, está caliente, el mate digo, y un poco amargo. Ponéle azúcar, yo digo no, porque se lava y ella se lo toma así de amargo. Pregunta qué yerba es, le paso la marca, le acerco el paquete.
Olfato: le acerco el paquete, lo mueve y lo presiona en el medio, siempre con la mano izquierda, la boca del paquete se abre, acerca la nariz, siente el olor fuerte y perfumado, el polvillo la hace estornudar.
Concluyo: hay pocas cosas que nos despiertan los cinco sentidos.
Recorro tu cuerpo con mis ojos. Abro tu envoltura de caramelo de menta relleno de chocolate y tiembla en mis manos el papel metalizado.
Penetra el olor a menta en mi nariz y respiro hondo y profundo.
Pruebo despacio hasta descubrir el interior de chocolate. Te saboreo y te digo: sos exquisito.
Conclusión: un caramelo de menta, relleno de chocolate despierta los cinco sentidos.
Releo hasta aquí y compruebo que la superestructura argumentativa es aplicable y sostenible para cualquier tipo de texto. Tanto leer Van Dijk para terminar marcando tesis, argumentos y conclusión sobre un caramelo.
Paró de llover, quiero buscarte y encontrarte en algún kiosco, salón de ventas, minishop, venta exclusiva de golosinas, supermercado, mercadito, hipermercado. Suelto o en paquetes, en bolsitas de cuarto, medio o un kilo, de contado o con tarjeta, para regalo o consumo propio, quiere la boleta o le hago un descuentito, esto de los impuestos es algo terrible. Tiene razón, muchas gracias, hasta luego.
Encontrarte y llevarte en el bolsillo, en la cartera, en el portatarjetas.
Desenvolver tu envoltura frágil, aunque se vea fuerte tu papel metalizado, olerte, probarte, saborearte, como a un caramelo de menta relleno de chocolate.
Vos... hay pocas cosas que despiertan mis cinco sentidos.