Cuando tirar tierra es una fiesta
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Por Alejandra Dandan Un bombazo cruzó el patio del Pellegrini. El reloj marcaba 7.50. Laura y Carolina debían esperar otras dos explosiones. Zumbó la segunda bomba de estruendo. En el quinto tercero las dos mujeres terminan de rayarse las caras de tempera furiosa. A cada lado cargan baldes con pasta "de agua, papel higiénico y aserrín... una pasta blandita --suaviza Carolina-- como arena". La tercera estampida avisa el arranque para la Vuelta Olímpica del colegio. Son las 8.07; los 150 alumnos de quinto año turno mañana atraviesan la escuela a golpes de barro, comida podrida y mayonesa. La fiesta de fin de año se repite idéntica desde hace tres décadas. Los de quinto entran a golpes en cada división. Tiran barro y arengan a los más chicos para sumarlos a ese happening donde suciedad y desenfado se vuelven formas de exacerbar el goce. Ayer la Vuelta se clausuró con vidrios rotos, el colegio mugriento, dos chicos lastimados, veinte próximos a sanciones graves y la cara enfadada del rector. Aunque se confesó con ganas de "acogotarlos", Abraham Leornardo Gak terminó resignado: "Si nosotros formamos chicos así, tenemos que bancarnos chicos rebeldes". La clandestinidad es la norma de la fiesta, pero este año no fue correctamente vigilada. La noche del martes cada chico de quinto debía aguardar la alerta ante el teléfono: "Se hace una cadena de llamados --dice Laura-- para avisar que al otro día es la Vuelta, nadie sabe cuándo va a hacerse". Esta vez no se usó la clave. El martes algo falló y de mañana todos estaban al tanto. También sabían que ningún otro año debía enterarse de la Vuelta. De todos modos, la rectoría intuía la proximidad del drama olímpico: "Era hoy (por ayer) o mañana", confiesa Gak mientras enumera los datos ponderados por la regencia: "Les habíamos dicho que el viernes es día de elección y los chicos votan en las aulas durante todo el día". Con el viernes completo, evaluaciones de ingreso tres días de la próxima semana y los recuperatorios en quince días las opciones quedaban en evidencia. Por tradición, las Vueltas del colegio suelen dejar sectores destrozados porque "si los chicos intentan entrar a un aula --da cátedra Gak-- y los de adentro empujan para evitarlo al final siempre se rompen vidrios". Hace seis años que el hombre dirige el colegio. En estos años aprendió que "el camino de la prohibición no es el apropiado". Por eso el año pasado ofreció un asado a cambio de la suspensión de la vuelta, "pero al otro día la hicieron lo mismo y en la calle". Jessica esa vez estuvo en la calle. Como alumna de quinto fue al asado y después tiró huevazos a los patrulleros sobre Marcelo T. de Alvear. Algunos de sus compañeros quedaron detenidos y don Gak tuvo que ir a buscarlos a la comisaría. Sin ánimos de repetir la hazaña que, por otra parte, le arrojó demasiada responsabilidad, el rector se limitó ahora a imponer restricciones a la juerga libertaria (ver aparte) como la prohibición de tirarse comida. Metódica la preparación de la fiesta se hereda de año a año. Hace un mes cada división nombró un delegado. Varias reuniones decidieron integrar un pozo de cinco pesos por cabeza "para comprar petardos, bombas de gas --instruye ahora Carolina-- y baldes porque el resto lo traíamos nosotros de casa". Improvisaron depósitos en la escuela, se preparó el barro con anticipación y algunos metieron mano en tachos para agenciarse carne podrida. Las dos mujeres de quinto tercera armaron bolsos la noche antes de la fiesta, cargaron papeles y dejaron fuera la mayonesa o el aceite que, aunque vedados, lograron ingresar otros compañeros. Debían llegar a la escuela 6.45. "Para que el resto de los chicos --dice una-- no se diera cuenta". Cada uno ingresó en su aula, esperaron las 8 y llegó el aviso de las tres bombas. "Yo vivo a una cuadra, llegué hasta la puerta, entré y cuando vi que era la Vuelta me fui a casa". Sebastián está en cuarto y admite que la fiesta "no me va porque estoy en desventaja". La desventaja tiene que ver con las restricciones de la regencia. El descontrol es sólo patrimonio de quinto año, el resto debe someterse: "A los de cuarto nos dicen que quien tira barro va a ser sancionado". Marta se encarga de explicar el descargo de Sebastián: "El rector manda a los preceptores para que nos digan lo que no podemos hacer". De todos modos este año los de cuarto y sin Sebastián impusieron "la contravuelta: es eso, nos rebelamos. Nos arrinconamos todos contra un paredón. Esperábamos que vengan los de quinto con el barro, lo agarrábamos del piso y lo devolvíamos". Por eso este año hubo un alumno de cuarto sancionado. Los preceptores fueron quienes tomaron nota de los transgresores y ahora ellos --unos 20 en total-- tendrán ocasión de hacer el descargo. Otros dos turnos aguardan ahora la resolución del caso. También ellos piensan ejecutar la Vuelta. "Aunque este año --vuelve a contar Gak-- los de la tarde me pidieron una batucada --supongo que querrán batucada y Vuelta-- y los de la noche, choripaneada y --subraya el nexo-- Vuelta". El enojo de la rectoría existió, pero saben que no pueden prohibir la fiesta. "¡Niñas, niñas! A dónde van...eh...eh --intenta el portero incómodo por la indisciplina-- saben que tiene prohibido entrar. El colegio está cerrado". El hombre insiste pero las niñas --adiestradas-- no retroceden. Al fondo, un coordinador de gimnasia habla de la irracionalidad adolescente. Está solo y obstinado contra una mancha de barro que no sale.
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