Insomnio
Por Antonio Dal Masetto |
|
Llego al bar pasada largamente la medianoche. Los parroquianos
tienen mal aspecto, los párpados a media asta, los ojos rojos como si les hubiesen
arrojado arena o vidrio molido. Incluso el gallego.
Buenas noches estimados señores digo.
Será buenas noches para usted me contesta uno. Dentro de un rato nos
espera el enemigo.
¿Qué enemigo?
El insomnio.
Y empiezan las historias. Cada cual tiene la suya. Probaron de todo. Vino caliente con
canela, chocolate tibio, té de manzanilla, autohipnosis, autoestrangulamiento, etcétera.
Hay uno que descubrió guardada con naftalina en el fondo de un baúl la almohadita de la
cuna de cuando era bebé. La usa al acostarse. Cierra los ojos y se chupa bien el dedo.
Pero no hay caso.
¿Alguien intentó contando ovejas? pregunto.
Yo probé dice la señorita Nancy. Durante mucho tiempo probé. El
problema era que después de un rato las ovejas empezaban a acelerar, saltaban la valla
demasiado rápido, no me daban tiempo a contarlas. Me empecé a poner nerviosa, a
desesperarme, y como consecuencia me agarró una alergia a la lana impresionante. Ahora no
me puedo poner un pulóver de lana ni cinco minutos que me lleno de ronchas. Y sigo sin
dormir.
¿Por qué no prueba con otros bichos?
¿Por ejemplo?
Hipopótamos. Elefantes. Son animales más lentos y fáciles de contar. Salvo que le
agarre alergia al marfil. Pero no se conocen casos.
Muy gracioso ese chiste de cazador blanco. ¿Quién se lo contó, Hemingway?
Yo había descubierto un lindo sueño que me hacía dormir bárbaro cuenta
otro. Me acostaba, soñaba con una novia que tuve a los dieciocho años, pasábamos
una noche sensacional y me despertaba contento y fresco como una uva. No quería usarla
demasiado, para no gastarla. Me dije: si abuso en una de esas se molesta y no quiere
volver más o qué sé yo. Así que la iba racionando y las cosas estaban realmente bien.
Pero sucedió que de pronto empezó a venir sin que la convocara y sin fallar una noche.
Cada vez con más edad, cada vez más gorda, más fea e inclusive mala, horriblemente
mala. Ya no me la pude sacar de encima. Pesadillas y pesadillas. Cierro los ojos y ahí
está, esperándome.
Yo traté con baños de inmersión dice otro. El inconveniente es que me
quedo dormido y me paso la noche entera en la bañera. En el último mes cambié la piel
cuatro veces de tanto dormir en el agua. Tuve que ponerme un despertador para ir a la
cama. Pero cuando me acuesto no puedo dormir. Entonces vuelvo a la bañera. Estoy
estudiando cómo realizar el tránsito de la bañera a la cama sin despabilarme.
Yo también recurrí al agua, pero no baño de inmersión total, sino de un pie, uno
solo dice otro. Me inspiré en una película donde el protagonista sufre de
insomnio y, para relajarse, se acuesta con una pierna colgando de la cama y el pie puesto
en una palangana de agua con un puñado de sal gruesa. Probé varias veces y la verdad es
que el sistema funciona. Pero resulta que en cuanto me duermo empiezo a sentir que uno de
mis pies es el Titanic en el momento de irse a pique y el otro es un barco que
intenta acudir en su ayuda pero queda apresado en los hielos del Mar Artico. Paso unas
noches espantosas, llenas de S.O.S., con los dos pies enviándose mensajes:
Emergencia extrema, posición 45 grados, sur sur oeste. Ya vamos al
rescate, aguanten. Mensaje recibido, explotaron las calderas.
Luchando contra hielo asesino, avanzando metro a metro, no pierdan las
esperanzas. Barco en posición vertical, perdimos la orquesta, músicos en el
fondo del océano. Y así estoy, durmiéndome y despertándome cada cinco minutos.
¿Y cómo termina la historia?
Siempre igual: un pie se me hunde y el otro sigue atrapado en los hielos árticos.
|