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Un testigo cuenta que hablo con Cattaneo poco antes de su muerte
“Me dijo que lo iban a matar”

Pedro Rodríguez, el hombre que encontró la ropa del empresario y la llevó a la Justicia, reveló a Página/12 que habló largamente con Marcelo Cattáneo en la Ciudad Universitaria. Relato de las últimas confesiones.

Pedro Rodríguez encontró a Marcelo Cattáneo en la tarde de un sábado mientras cirujeaba latas.
“El venía por ahí, como perdido, con el saco al hombro. Me dijo ‘hola’ y ahí empezamos a hablar.”

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Por Alejandra Dandan

t.gif (67 bytes) “Me dijeron que era mi familia o yo. Tengo dos hijos hermosos que por salvarlos a ellos doy la vida”. La confesión de Marcelo Cattáneo fue escuchada horas antes de que apareciera muerto en Ciudad Universitaria por Pedro Rodríguez, un hombre que recoge latas en la zona. Pedro fue quien encontró al otro día la ropa de Cattáneo en un tacho y la entregó a la justicia, pero sólo ahora se atreve a contar el diálogo con el empresario. En esta entrevista exclusiva con Página/12, Rodríguez afirma que, mientras conversaba con Cattáneo, dos hombres los observaron desde lejos: el empresario señaló a uno de ellos como su hermano y dijo que era su “peor enemigo”. Cuando se despidieron caminó hacia ellos. No faltaba mucho para que su cuerpo apareciera colgado cerca de allí.
Pedro Rodríguez conoce muy bien la zona. Vivió en la denominada “Aldea Gay”, tras la Ciudad Universitaria, hasta que los obligaron a desalojarla en el mes de junio. Pero siguió yendo: junto a su pareja –también Pedro– recoge latas de los tachos que luego venden. Eso hacía cuando vio venir a Cattáneo. Eran las 14.15 del sábado 3 de octubre: hoy Pedro tiene anotado cada detalle de aquel día. Escarbaba en un tacho alto, entre los pabellones de Ciencias Exactas y Arquitectura, cuando el empresario se acercó. “De repente se me apareció aquel señor alto, pelo corto, de pantalón de vestir”. No sabía entonces que se trataba de Cattáneo.
–¿Por dónde venía caminando?
–El venía por donde entran los colectivos, por entre medio de la facultad. Ese tipo venía por ahí, como perdido, con el saco al hombro. El sábado en Ciudad hay poca gente. Sólo aparecen unos maricones que van a levantar ahí. Se acercó, se paró delante mío. Yo me entré a perseguir.
–¿Por qué?
–Porque me daba vergüenza que me viera recoger latas. Se acercó y me dijo “hola”. “Hola, que tal” le digo yo. Y ahí empezamos hablar.
–¿Qué dijo?
–“Qué estás haciendo”. Juntando latas, le dije. Me preguntó “¿sos de por acá, de la zona?”. Le dije que fui de por acá. Yo vivía acá, en junio nos desalojaron y ahora estoy en un hotel, en el centro. Pero venimos acá porque siempre juntamos acá. Me preguntó si tenía familia. Le dije que no, que Pedro era mi pareja. Yo le pregunté si él tenía familia y me dijo “mi mujer y mis hijos hermosos” y ahí me entró a hablar.
–¿Nombró a alguien en especial?
–Me dijo..“hermano, mi hermano es mi peor enemigo. Nos metimos en un kilombo por plata y resulta que ahora me hacen cargo de todo a mí. Estoy mal –decía–, me siento perseguido porque me hicieron cargo de eso”. Siguió hablando del hermano, me dijo “mi hermano es el peor enemigo que tengo. El pensó en lo suyo y su familia, y junto con otras amistades dijeron “o mi familia o yo”. Y como él con mi mujer no se lleva muy bien que se diga, pensé “dejo mis hijos parados y a mí que dios me ayude”.
–¿Dijo algo más?
–Dijo “a mí me matan dos hombres y mi hermano está en la zona. A mí me van a matar”, dice. Cuando le pregunté me volvió a decir que eran dos hombres. Yo le preguntaba por qué te van a matar si la muerte no es solución. Yo voy y le digo pero el repetía que esto es jodido, esto es muy serio.
–¿Habló de IBM o negocios?
–No, habló del abogado que estaba comprado. “Ojalá que esta boluda se dé cuenta –decía– que busque ayuda por otra persona”. Le pregunté qué boluda, me dijo “mi mujer”.
–¿Por qué decía que el abogado estaba comprado?
–Porque me dijo que ese tipo...o me dio la sensación como si ese tipo estaba comprado. “El maneja una buena plata”.
–¿Le dio a entender quién se la había dado?
–No, yo no lo entendía, yo no lo quería tomar en serio por la cara que tenía. Tenía los ojos como llorando, estaba demacrado.
–¿Cómo se vestía?
–Tenía el pantalón oscuro, la camisa sucia y subida un poco arremangada y el saco al hombro. En las manos no tenía nada
—¿Se notaba nervioso?
–Sí. En todo momento. Por eso yo lo tomaba como una persona que no estaba bien, cambiaba de posición de pierna... como si estuviera nervioso. Miraba, todo el tiempo como si esperara algo. Por eso yo digo que capaz que él tenía que encontrarse con alguien.
–¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
–Más de cuarenta minutos. Hablaba de modo que vos te dabas cuenta de que era un tipo bien de bien. A los tipos de la calle, por más bien limpitos que estén uno se da cuenta.
–¿Cómo se fue?
–Es que de repente el mira atrás mío hacia el monte. Se sorprende, yo desconfié. Lo miro y él no se dio cuenta que lo estaba mirando. Yo me doy vuelta y veo al fondo a dos tipos sentados sobre un paredón. Estaban como a 60 metros, atrás hay un zanjón, detrás está el monte.
–¿Cómo eran esos dos hombres?
–Uno yo me animo a contarlo. Me acuerdo que era de unos 45 años, tenía entradas profundas, medio pelado y de bigotes. El otro estaba de cabeza gacha, mirando para el piso. Yo sólo podía verle la nuca, no la cara. Tampoco puse demasiada atención.
–¿Hizo algún comentario?
–“Parece que te están esperando”, le dije. El respondió “ha debe ser mi hermano con un amigo”. Y fue y me golpeó el hombro y dijo “chau viejo, suerte”.
–¿Se acercó hacia los dos hombres?
–Sí, se fue en dirección a ellos. Iba despacio, como pisando piedritas.
–¿Entendía todo lo que decía?
–Todo. Todo. Nada mas que cuando hablaba de muerte, se le escapaba algo y si yo le preguntaba se contradecía. Creo fue como para que yo no me preocupara. “Son decires, no es para tanto”, así me lo explicaba. Y después me dí cuenta de con quién había hablado, mirando las revistas.
–¿En ese momento lo siguió?
–No enseguida, me puse a ordenar las latas y separar la comida. Ahí nomás viene mi compañero: le dije que iba a aplastar las latas. Nosotros preparamos y guardamos dos bolsas para el otro día porque iba a haber fiesta y entonces tendríamos más trabajo. Salimos y justo para la dirección donde aparecieron esos dos tipos y Pedro decide ir a guardar las latas ahí porque atrás está el camino que usamos siempre para esconder las latas. Le sugerí que no se metiera porque por ahí habían ido los dos hombres. Pero mi compañero no hace caso, porque solo tenía que meterse un par de metros, entró y cuando volvió dijo que ya no había nadie.
–¿El domingo encontraron la ropa?
–Fue Pedro quien llegó primero a Ciudad y en uno de los tachos encontró la bolsa verde con la ropa. Después del mediodía llegué yo, ví que estaba abierta la reja. Ví huellas de coche y un auto parado frente a la antena donde apareció Cattaneo. Busqué a Pedro, no lo encontré y volví para Retiro y cuando lo ví a él hablamos de las latas y del tipo colgado que había aparecido en Ciudad. “Hoy encontré dos bolsas de ropa”, me dijo Pedro y cuando le pregunté de qué tipo me dijo “ropa de viejo”.
–¿Cuándo se dieron cuenta?
–Escuché a Magdalena (Ruiz Guiñazú) el martes para saber quién era el colgado y cuando oí lo de la ropa empecé a pensar que era la de él. Hasta que ví el llavero que tenía Pedro colgado. Era uno de plata con las iniciales. El martes a la tardecita intentamos ir pero estaba lleno de milicos, así que nos volvimos. El miércoles a la noche, Pedro agarrócoraje y se metió para agarrar la bolsa. El jueves fuimos a lo de la abogada Angela Vanni que nos asesoró con todo lo de Aldea.
–¿Cuándo comenzaron las amenazas?
–El lunes. Un auto se paró frente al hotel y el tipo me dijo que nos fuéramos de ahí, que nos fuéramos a otro lugar donde nadie nos conozca. El jueves siguiente me llamaron al hotel. Dijeron “Pedrito cerrá la boquita si no vas a terminar como Marcelito”. Yo tenía que ir al programa de Mariano Grondona. ¿Cómo sabían que yo tenía que ir?
–¿Volvió a Ciudad?
–Sí... y llegó un coche amarillo. Yo estaba justo donde habían estado esos dos tipos sentados. Se acercaron y me preguntaron: “¿Vos fuiste el que encontraste la ropa?”. Les dije que sí, y ellos “Mirá, yo te voy a decir una cosa: si te veo otra vez por acá tu cabecita va a aparecer flotando en el río”.

 

Claves

* Pedro Rodríguez es el testigo que encontró las ropas de Marcelo Cattáneo.
* Ayer relató a Página/12 que el día anterior a la muerte el empresario habló con él durante más de cuarenta minutos en la Ciudad Universitaria.
* Según Pedro Rodríguez, Cattáneo “tenía los ojos como llorando”.
* El empresario le dijo: “Mi hermano es mi peor enemigo. Nos metimos en un kilombo por plata y ahora me hacen cargo a mí”.
* Pedro Rodríguez reveló que durante la conversación vio a dos hombres vigilando a Cattáneo ubicados “como a sesenta metros”.
* “Me siento perseguido. Me están obligando a hacer algo que no quiero hacer. Es mi familia o yo”, explicó Cattáneo. Al otro día apareció ahorcado.

 

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