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SE PROPAGAN LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS TROPICALES
Lo que mata es el calentamiento

Un informe en la cumbre del clima advirtió que el aumento global de la temperatura permite que se propaguen enfermedades infecciosas. En Buenos Aires podría haber epidemia de dengue.

Expertos del Fondo Mundial para la Naturaleza en la Cumbre.
“Hay casos de malaria en Nueva York, Michigan y Nueva Jersey”, dijeron.

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Por Mariana Carbajal

t.gif (67 bytes) El aumento global de la temperatura está creando las condiciones para una propagación “explosiva” de enfermedades infecciosas tropicales como el dengue y la malaria, hacia zonas templadas, alertó el director asociado del Colegio de Medicina de Harvard y autor de un informe que ayer presentó el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), en el marco de la Cuarta Cumbre sobre Cambio Climático que se realiza en Buenos Aires. El fenómeno no afecta sólo a los países más pobres: “Ya se detectaron casos de malaria en Nueva York, Michigan y Nueva Jersey, y en Toronto, Canadá”, informó Paul Epstein, quien precisó que en la Argentina la mayor amenaza es el dengue. “En la ciudad de Buenos Aires los niveles de abundancia de mosquitos potencialmente transmisores del dengue ya son superiores a los necesarios para generar una epidemia”, advirtió el médico Alberto Seijó, director del Departamento de Zoonosis del Hospital Muñiz. Según un informe de la Fundación Vida Silvestre, “el mosquito Aedes aegypti ya se encuentra en uno de cada cuatro hogares de Buenos Aires”.
De acuerdo al informe científico elaborado por Epstein, la combinación del rápido calentamiento global y una serie de eventos climáticos extremos, como huracanes y ciclones, ha generado el resurgimiento de enfermedades antiguamente erradicadas, y la aparición de estas afecciones en regiones donde nunca habían existido. El dengue, la malaria y el cólera encabezan la lista de las enfermedades más preocupantes. “Las víctimas primarias son los niños y los ancianos”, apuntó Epstein.
El costo no sólo se traduce en vidas humanas. Los brotes de estas enfermedades infecciosas han afectado el comercio, el turismo y las economías regionales. “La epidemia de cólera de 1991 le costó a Perú más de mil millones de dólares en exportaciones perdidas de alimentos de mar y turismo. Las aerolíneas internacionales y las empresas hoteleras perdieron más de 2 mil millones debido a la peste que asoló la India en 1994. Y el dengue que acecha en el Caribe podría amenazar sus 12 mil millones de la industria turística”, indicó Epstein durante una conferencia de prensa convocada ayer por la WWF y la Fundación Vida Silvestre.
“Los argentinos deberíamos ser conscientes de que los impactos del cambio climático están directamente relacionados con el avance del dengue, de la leshmaniasis y de la malaria o paludismo. En forma indirecta, el calentamiento global está asociado con la fiebre hemorrágica argentina, y con el hantavirus”, advirtió Seijó, jefe del departamento de Zoonosis del Muñiz.
El aumento paulatino de la temperatura global está permitiendo a los mosquitos que transmiten el dengue y la malaria sobrevivir en áreas cada vez más amplias y a mayores altitudes. De esta forma, se han registrado ambas enfermedades en regiones donde antes eran desconocidas. “La fiebre del dengue –una enfermedad que puede llegar a ser fatal y contra la que no existe vacuna– avanzó sobre toda América latina a partir de 1995. Ya hay registros en el norte argentino (ver aparte) y en Australia, y ahora aparece regularmente en Asia”, precisó Epstein. Cada año se producen en el mundo unos 80 millones de casos nuevos.
La malaria mata anualmente a 2 millones de personas, mientras son afectadas por la enfermedad unas 270 millones. “El calentamiento global podría causar un millón extra de muertes al año. Es que la malaria se está extendiendo a latitudes cada vez más altas”, indicó Epstein. Ya no se trata de un mal del Tercer Mundo: una serie de períodos húmedos y calurosos en esta década, facilitó el surgimiento de casos en los Estados Unidos y Canadá, señaló el científico. Actualmente se están registrando brotes en las montañas de Africa Central, Etiopía y algunas partes de Asia; y centros urbanos de Zimbabwe y Kenya han aumentado el riesgo de padecerla.
“El calentamiento global definitivamente es peligroso para la salud”, concluyó Jennifer Morgan de la WWF, la organización conservacionista másgrande del mundo. Para la entidad, los niveles de reducción de emisiones establecidos en el Protocolo de Kyoto (5 por ciento en relación a 1990 para los países industrializados) no son suficientes. “El aumento global de la temperatura puede ser devastador y aumentar la miseria en cada continente. Reducir la contaminación de dióxido de carbono merece la misma prioridad que la que le dan los gobiernos a la prevención de la proliferación de armas químicas y biológicas. Hay que entender que llevará más de un siglo disipar el dióxido de carbono que se está emitiendo hoy. Por eso es vital comenzar a reducir las emisiones ya”, agregó la estadounidense.

 

Los riesgos en Argentina
Por M.C.

“Hoy la Argentina corre mayor riesgo de sufrir una epidemia de dengue que de cólera. Y tiene actualmente casos de paludismo”, reveló ayer el director del Departamento de Zoonosis del Hospital Muñiz, Alberto Seijó, en una conferencia de prensa convocada por la WWF y la Fundación Vida Silvestre, para advertir sobre los efectos del cambio climático en la salud. Las dos provincias que están padeciendo brotes de dengue –enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypti– son Salta (más de 1000 casos) y Misiones (cerca de 10 autóctonos y otros importados de Brasil). El mayor peligro radica en que en ambas provincias se han detectado dos serotipos distintos del mosquito. “La segunda infección por otro serotipo aumenta considerablemente el riesgo de padecer el dengue hemorrágico, que puede ser letal”, explicó Seijó.
La dispersión del Aedes aegypti comenzó en el país a partir del ‘86, después de haber sido erradicado en 1963, señaló el especialista del Muñiz. Actualmente la distribución del insecto va desde el sur de los Estados Unidos hasta el sur de la provincia de Buenos Aires. En un relevamiento realizado en el barrio porteño de Mataderos en junio –cuando las temperaturas son más bajas– se detectaron criaderos del A. aegypti en un 12 por ciento de los hogares, informó Seijó. “Una temperatura más constante y calidad produce mejores condiciones para que se reproduzca el mosquito”, aclaró.
Por otra parte, el especialista alertó sobre la posibilidad de que el incremento de la temperatura en el país amplíe el área de influencia de la leishmaniasis, conocida como la enfermedad de los hacheros, que se registra habitualmente en regiones selváticas y se está desplazando hacia zonas urbanas. La leshmaniasis –transmitida por un mosquito muy pequeño, el flebótomo– es una afección crónica, que en una etapa aguda produce úlceras en
la piel y progresivamente va destruyendo los cartílagos respiratorios y perfora el paladar.


El lobby de las energias sucias
Por Pablo Bergel

El argumento claramente expresado en este diario (ver reportaje en la edición del miércoles) por María Julia Alsogaray, para explicar el veto del gobierno argentino a la ley de fomento de la energía eólica que había aprobado el Parlamento, expone en toda su plenitud la falacia mortífera de la argumentación neoliberal. La ley (que ha sido ratificada nuevamente por Diputados, y aguarda por su sanción final e inapelable por parte del Senado) establece un subsidio transitorio de 1 centavo por kilovatio hora producido por aerogeneración, lo cual posibilita el despegue competitivo de esta forma de producción absolutamente limpia, que permite aprovechar un recurso renovable y superabundante en nuestra Patagonia y costa atlántica, y abre una perspectiva muy importante para la creación de empleos y el desarrollo sostenible en la región, además de inducir el desarrollo y capitalización de conocimientos y tecnologías propias. Se trata, en definitiva, de la decisión política de hacer una inversión a favor del clima del planeta, de la vida civilizada de las actuales y futuras generaciones, y de apostar a un nuevo perfil competitivo del país en la región y el mundo. Pero requiere un subsidio inicial, un subsidio enteramente cuantificable, explícito y limitado: más allá de este centavo por kilovatio generado, no hay otros costos ambientales ni sociales, ni actuales ni futuros, sino por el contrario, puros beneficios netos.
La falacia del argumento esgrimido consiste en que oculta el inmenso, infinitamente mayor subsidio, ambiental y social, que las actuales y sobre todo las futuras generaciones pagan y pagarán por quemar hidrocarburos, instalar plantas nucleares o construir megaempresas hidroeléctricas. Si se internalizaran y contabilizaran esos costos sociales y ambientales que para la lógica empresarial son “externalidades”, es decir, son costos que no se toman en cuenta y sencillamente se hacen pagar a toda la sociedad; si se contabilizara, digo, ese subsidio a las energías sucias que todos pagamos: ¿no serían éstas mucho más caras, y por lo tanto menos competitivas, y por lo tanto, tornaría innecesario subsidiar la energía eólica o solar, porque entonces sí, podrían competir y ganar de punta a punta en el “mercado”? Porque lo que este argumento esconde es que el “mercado” existe a partir de ciertos parámetros que lo limitan, que dicen qué entra y qué no, y la decisión acerca de esos parámetros es una relación de poder. No existe el tal “mercado libre”, donde todos los actores concurren con las mismas oportunidades y operan con las mismas reglas. Si tengo poder, puedo hacerle pagar a la sociedad los costos ambientales (contaminación, destrucción de ecosistemas, cambio climático); y también ¿por qué no?, los costos sociales (desocupación, marginación, salud, educación, etc.). ¿Acaso no se transfirió a toda la sociedad argentina, bajo las bayonetas de la dictadura y el bisturí sin anestesia de Cavallo, la deuda externa privada?
No hay verdaderas y legítimas “razones” para vetar un subsidio explícito y limitado a la actividad eólica; lo que hay son intereses poderosos para quienes el negocio está en hacerse subsidiar por las actuales y futuras generaciones su producción de energías sucias y destructoras.

 


 

Cada vez hay más chicas que viven en las calles

Hace siete años eran apenas el 5 por ciento de los chicos de la calle, pero en el último tiempo las mujeres irrumpieron. Muchas salen a buscar plata y ya no vuelven a sus casas.

Ayer se inauguró un Hogar de tránsito del gobierno porteño.
Entre los chicos de la calle, cada vez hay más de la capital.

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t.gif (862 bytes) Hace un año que Yanina abandonó su hogar en el conurbano. Saltó al tren y se bajó en Retiro. A la madrugada los guardas la desalojaron del asiento que ubicó en la estación y de allí empezó a rebuscárselas por su cuenta. Pero a su casa no volvió más. A los 13 años se convirtió en una chica de la calle. Como ella, otras adolescentes hacen lo mismo en Constitución. Hace un tiempo que la calle dejó de ser territorio de varones. En lo que va del año el Centro de Atención Integral a la Niñez y Adolescencia (CAINA) detectó un 20 por ciento más de chicas que viven en la calle. Y hay días en que la cantidad de chicos y chicas que se acercan al centro es la misma. Hace siete años la franja femenina no alcanzaba el 5 por ciento.
“Los chicos que hoy están en la calle no tienen nada que ver con los que están hace cinco años”, advierte Julieta Pojomovsky, la directora del CAINA. Los cambios se advierten en la población de chicos que se acercan al centro buscando alguna red de contención. Antes eran siempre los mismos chicos. Había paradas fijas y hacían ranchadas. Ahora se sumaron las chicas de entre 12 y 18 años. Algunas se aburrieron de cuidar a una decena de hermanos; otras salieron a buscar plata para ayudar en sus casas. Pero todas crecieron en un entorno difícil, marcadas por la violencia, el hacinamiento o el abuso sexual. De ellas, sólo unas pocas vuelven. Experimentan unos días en las estaciones de trenes y los regresos se vuelven cada vez más esporádicos. “Los padres lloran desesperados porque sus hijas no vuelven –cuenta Pojomovsky–, aunque muchos de ellos primero les piden que les den una mano en la casa. Las chicas empiezan a sentirse liberadas del sometimiento familiar, de hacerse cargo de sus hermanos menores. Dejan la escuela, descubren la calle, los bailes en las estaciones y no hay nadie que pueda volver a controlarlas.”
Pero no sólo se modificó el perfil del chico de la calle. También cambiaron sus lugares de procedencia. En los últimos meses se observa una lenta pero importante demanda de chicos que llegan de las villas de la ciudad, si bien todavía son mayoría los del conurbano. “Se van mezclando y hay como un efecto de contagio entre unos y otros, aunque los de Capital salen de día y vuelven de noche”, explica Pojomovsky. Según los datos que maneja el CAINA, el 3 por ciento de los chicos son de las villas 1, 11, 14, 21, 24 y 31; el 78 por ciento del Gran Buenos Aires y un 7 por ciento del interior del país.
1070 chicos se acercaron espontáneamente al CAINA en lo que va del año. Durante el día algunos asisten a las clases, otros participan de talleres. La mayoría se conoció en la calle y cada uno llega invitado por el otro. Trabajan abriendo puertas de taxis, como limpiavidrios o vendiendo estampitas. El 77,8 por ciento tiene entre 12 y 18 años. Los menores de 12 años son el 11,5 por ciento y un 10 por ciento pasó la barrera de los 18. Los números oficiales se conocieron ayer, en el marco de la inauguración del primer hogar de tránsito que el Gobierno de la Ciudad puso en marcha. Los chicos del CAINA lo bautizaron “Piedralibre” después de una ajustada votación. De ellos, 20 tendrán un techo permanente desde la semana próxima. Previamente deberán aceptar las normas de convivencia inscriptas en un cartel que cuelga en el living de la casa y que fue leído ayer a la tarde por el propio jefe de gobierno, Fernando de la Rúa, que se acercó a Carranza 1260 para cortar la cinta de inauguración y saludar a los futuros convivientes.
A Yanina también se la vio en el acto. Llegó con los chicos del CAINA, saltó en las cuchetas de las habitaciones y estaba tan contenta como sus amigos. Todavía sigue durmiendo en Retiro. Junta cuatro pesos a la mañana, compra golosinas y se va para el centro. Hasta la noche, cuando se acurruca en el asiento y espera el grito del guarda.

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