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EXPERIENCIA DE ANALISIS
INSTITUCIONAL EN UNA EMPRESA
Por Fabián Jalife * Las dinámicas de los grupos de jefaturas ponen de manifiesto la lógica que impera en el sector: "la caza del boludo", que connota la amenaza de exclusión para quienes dicen ser el jamón del sandwich entre las presiones de las gerencias y las "irresponsabilidades" de los obreros. La repetición de esta lógica en el plano de los operarios los obliga a estrategias de supervivencia donde la proximidad al jefe garantiza el cuidado, la permanencia y algunos beneficios como horas extras (la mayoría están en el borde de la línea de subsistencia económica). El primer encuentro nos confronta con gente temerosa y expectante, sorprendida por la convocatoria a capacitación y con la fantasía de que será evaluada, con lo cual la amenaza de ser echado se reaviva. "Somos sobrevivientes de varias volteadas. Uno vive pendiente de los rumores porque nunca hay una comunicación oficial, y entonces todo es una gran incertidumbre." En un trabajo de dibujo proyectivo, los operarios suelen dibujar la herramienta de trabajo, o su sector, siempre con una perspectiva del interior de la empresa o de su fachada, no viéndose en ningún momento una perspectiva desde la salida. Comentan: "Es que nadie se quiere ir, porque no hay adónde". La empresa se percibe como una suerte de vaca lechera que nutre y cubre las necesidades elementales, los infantiliza en una identificación del orden del yo ideal, que se quebranta en los puntos donde la falta, registrada en su versión superyoica, se les presentifica como la amenaza de castigo, desamparo y exclusión. La fragilidad de una instancia de pertenencia del orden del ideal del yo se advierte en la falta de una red de creencias o valores compartidos, que se evidencia en la ausencia de registro de apropiación del trabajo en relación con el producto. Los trabajadores no sólo no se sienten identificados ni orgullosos de los productos de la compañía, sino que tampoco los consumen. "Antes --dice un operario con más de 20 años de empresa--, uno era de X (el nombre de la compañía) y en el barrio te reconocían por eso. Ni se te iba a ocurrir comprar un producto de Y (otra empresa del sector). Ahora te da lo mismo." La reducción de los ideales al cumplimiento de exigencias aplasta la pertenencia en la relación especular con sus jefes. La vía del ideal que concierna a la identificación con éstos refuerza los imperativos superyoicos en tanto esta figura temible encarna la amenaza de privación más radical, que los mortifica cotidianamente y a la cual en todos los juegos dramáticos se vuelve. Las estrategias de supervivencia se resuelven en función de las identificaciones con el agresor, que no es visualizado como autoridad sino como jefe a cuya arbitrariedad tienen que someterse. Los operarios dicen desconocer las razones por las que alguien es promovido, más allá de la cercanía a un jefe, y están instalados en una posición de queja resignada, que sigilosamente comienza a hacerse oír con el correr de los ejercicios que generan cierto deslizamiento transferencial con la coordinación, lo cual favorece la instalación de algún margen de confianza. La entrada de gente joven con estudios es visualizada por los operarios jerarquizados como otra amenaza de exclusión que potencia los pares contradictorios: empresa vieja/empresa nueva, saber teórico/saber práctico, inclusión/exclusión, generando resistencias al estilo de boicotear el trabajo del nuevo o dejarlo hacer para que caiga en la falla, para así revalorizar su propia posición en la resolución de algún problema práctico (lo cual ocasiona que un problema menor en una máquina, que hubiese podido resolverse a tiempo, termine generando un daño mucho mayor que paraliza el trabajo de toda una línea). "Es que lo que sabés hacer es lo único que tenés. Si lo compartís o te lo sacan, sonaste, para qué te quieren." "Hoy no podés transmitir la experiencia porque te pegan una patada en el culo y te echan y, con 36 años, adónde vas a ir?" "Es tu laburo o el del otro, y uno tiene que defenderlo como pueda." Esta lógica del sálvese quien pueda es dramatizada por un grupo que obedece a una consigna de expulsión de un compañero, por razones caprichosas a las que no adhieren pero con las que terminan comulgando: en la dramática de la escena entre el victimario y su víctima, se incorporan diez personas, del lado del victimario, para sellarla. Una trabajadora cuenta: "A mí me pasó algo parecido y me defendí como pude porque sabía que si me iba ya no volvía. Yo le decía al jefe que echara a otra, de las más nuevas o las que vienen de más lejos. A veces a los jefes les pasan un número y tienen que armar una lista y, si te tocó caer ahí, sonaste". En esta cultura laboral, no hay registro de instancias terceras de mediación que pudiesen pacificar la violencia especular de la relación con los jefes: no aparece el registro instrumental de los reglamentos, ni del sector de recursos humanos, ni del gremio o de una comisión interna que, dicen, no representa a nadie más que a los miembros de la comisión, con lo cual se refuerza su sensación de quedar a merced de. Un trabajador relata con profundo dolor: "Había muerto mi suegra y yo venía con mi hijito a pedirle al jefe el día para el entierro, pero antes de que pudiera hablar y delante de mi hijo (insiste, repite) me gritó 'que ni se te ocurra pedir permiso para faltar'". La falta de reconocimiento, la desautorización, la repetición rutinaria de una tarea no articulada a objetivos mensurables, la ausencia de registro de las reglas formales del juego y la ausencia de criterios formales de evaluación, en un escenario de desprendimiento del pasado y visualización peligrosa del futuro, sumen a los operarios en un desconsuelo adictivo que sólo encuentra cauce en alianzas con pares, que, dicen, son desarticuladas "porque si te ven hablando demasiado con alguien te separan porque creen que estás perdiendo el tiempo", o en la sujeción a los imperativos de salvación a los mandatos del jefe, con lo que se es lo que algunos denominan chupamedias, orejas o buchones. La sensación de ser prescindibles, instalada en la cultura laboral, caló hondo en las subjetividades de los trabajadores, quienes experimentan el pánico de ser despedidos, lo cual los confrontaría con una suerte de exclusión absoluta. A veces, esta vivencia se manifiesta en estereotipos depresivos: "Un compañero al que echaron se murió del corazón, se ve que no pudo soportar tanta pena". "Antes era distinto, te ibas y encontrabas otro trabajo. Ahora a la mayoría de los que se fueron les va mal." Lo real del mercado laboral, que amedrenta, atraviesa la escena institucional. En una última reunión del ciclo de capacitación, un grupo de operarios dramatizó una escena en la que sorteaban con recursos propios la vivencia traumática de estar a bordo de una nave que se hunde, situación de juego por la que ya habían pasado ahogándose irremediablemente. En esta oportunidad, se propició en la escena un liderazgo representativo, que instrumentalmente se deslizaba hacia la capitalización de las distintos saberes para la resolución de las conflictivas. Un operario testimonia: "Antes yo chocaba irremediablemente contra la pared, como si no hubiera alternativas. Ahora veo puertas, distintas". * Psicoanalista. Analista institucional.
Por Isabel Monzón * Cuando escuché a la señora Magdalena Ruiz Guiñazú su relato de que al encontrarse con Etchecolatz él le ordenó que no lo mirara a los ojos, recordé otro relato: conversando acerca de las diferentes estrategias a las que recurren las mujeres para evitar una violación o para poder sobrevivir luego que ya han sido violadas, la socióloga Silvia Chejter, directora del CECYM, me contó que una mujer pudo evitar ser violada porque miró al violador a los ojos. ¿Qué efectos producen en el psiquismo de estos hombres ese mirar a los ojos de estas mujeres? Un violador, un torturador, un abusador de menores, tiene en común, según mi construcción, que colocan a sus víctimas en el lugar de un "no semejante", un "no ser humano", un "objeto-presa" de su poder. Si ese "no otro" emite algún indicio de ser un semejante, el psiquismo de esa subjetividad violenta es pasible de quebrarse. En ese sentido, también viene a mi memoria la nada fácil tarea que Susan Sarandon, en el personaje de la hermana Helen Prejean, llevó adelante con Sean Penn, en el personaje de un asesino y violador. Ella logró que algo en él se quebrara. Como efecto, él pudo reconocer que las jóvenes víctimas de su crimen eran dos seres humanos. En la escena final de la película que en nuestro país se tradujo como Mientras estés conmigo, Sarandon mira a Penn a los ojos, mientras él es inyectado en la cámara letal. Los psicoanalistas sabemos desde hace mucho tiempo qué enorme poder tiene la mirada de la madre (y de otros seres significativos) en la subjetividad de un niño, un poder que sella a fuego el psiquismo de todo ser humano. Una mirada que reconoce al niño su existencia o se la niega, que le da una identidad o se la desmiente, que respeta su otredad o la quiebra. Seguramente algo de esa experiencia primaria volverá a los ojos de ese torturador, de ese asesino, que no puede tolerar que un ser humano mujer lo mire a los ojos. * Psicóloga y psicoanalista. Socia fundadora del Ateneo Psicoanalítico. LOS TORTURADORES EN LIBERTAD Y LA REALIDAD
DESMENTIDA Por Estela S. de Gurman * Si al asesino y torturador (tal como reconocieron los tribunales de justicia) Miguel Etchecolatz alguien le grita asesino y esto es causa de una acusación por injurias o difamación, ¿cuál es el orden de realidad en que queda integrada la percepción de quien lo ve como asesino?. No se trata aquí de los múltiples sentidos que por estructura le son propios al juego significante del lenguaje, sino de su utilización para cambiar el sentido a percepciones de la realidad. Determinados sectores no consideran violento que asesinos confesos circulen libremente por las calles, con desprecio por los ciudadanos que han sido sus víctimas directas o indirectas. Y sí se considera violenta la reacción de los ciudadanos-víctimas contra aquéllos. ¿Es el término violencia el que ha cambiado? El uso arbitrario y desrealizante es el que está en juego. Violencia que se ejerce sobre el lenguaje mismo, en su uso falaz. No me ocuparé aquí de cómo se producen los efectos de lenguaje que propician la renegación y desmentida de determinados hechos de la realidad, sino de cómo estas operaciones pueden incidir en la constitución subjetiva de niños y jóvenes: qué modos de operar con la realidad surgen como modelos posibles allí donde se tiende a utilizar el lenguaje para desmentir, violentar, reprimir; donde se proponen modificaciones sobre la percepción de determinados hechos y no sobre los hechos mismos. Si bien la constitución de la subjetividad se inicia tempranamente, con la pubertad y la adolescencia se llevan a cabo reestructuraciones importantes. Ciertas configuraciones psíquicas adquieren un relieve diferente a partir de la posibilidad de efectivizar ciertas acciones sobre la realidad. Las mociones de deseo, con su cohorte fantasmática, tienen ahora en lo real del sexo una dimensión diferente. La posibilidad de ejercer su sexualidad, su capacidad creativa, su potencialidad de trabajo, va hacer de su posición como sujeto activo un alguien diferente al niño que fue, donde el máximo de potencialidad creadora pudo cernirse en torno al "deseo de ser grande", como juego fantasmático en términos de un futuro a ser. En este contexto vuelvo a preguntarme qué ocurre cuando ciertas determinaciones culturales o sociales marcan como camino la desmentida de la percepción de la realidad de ese sujeto, y en consecuencia la desmentida de sus capacidades críticas y de pensamiento: "Esto que tú ves, piensas y criticas, aunque es cierto no es cierto". En un trabajo de 1924, Freud elucidó las relaciones con la realidad en los campos de las neurosis y de la psicosis. También allí --y es uno de los pocos lugares donde se ocupa de este tema-- se refirió a la "normalidad", lo "saludable". Escribió: "Llamamos normal o sana a una conducta que, como la neurosis, no desmiente la realidad, pero, como la psicosis, se empeña en modificarla. Esta conducta adecuada a fines, normal, lleva naturalmente a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior, y no se conforme, como la psicosis, con producir alteraciones interiores; ya no es autoplástica sino aloplástica". En términos de esta propuesta freudiana, encontramos una serie de determinaciones que reenvían hacia la propia persona las capacidades de modificación (la crítica bien hecha lo es) sobre la realidad externa. Modificación autoplástica, en el decir freudiano, vía regia para el cultivo de la neurosis o de la psicosis. Así, insisto, se les ofrece a jóvenes y niños un mundo que les dice: "No crean en lo que piensan, en lo que perciben, en lo que saben. Les ofrecemos mejor una 'realidad virtual' a imagen y semejanza de lo que nosotros, dueños del poder y del saber, queremos que ustedes piensen, vean, conozcan. Y, si no... marchen presos". * Miembro de Agrupo, Institución Psicoanalítica. |
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