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“En Israel no hay una cultura, sino muchas”

El realizador Daniel Wachsman, que inaugura hoy una muestra del nuevo cine israelí, cuenta que allá, como en la Argentina, es casi imposible fundar una industria cinematográfica sin ayuda estatal.

Wachsman nació en Shanghai, de padre alemán y madre austríaca.
“Los grupos religiosos cada vez tienen más influencia en Israel.”

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Por Luciano Monteagudo

t.gif (67 bytes) “Por ley, el cine israelí tiene el apoyo del Estado, un apoyo sin el cual simplemente no podría existir. Con fondos provenientes del Ministerio de Cultura, solían hacerse unos diez largometrajes de ficción por año, pero ahora el gobierno destina menos dinero para el cine y la producción no supera los cinco o seis largos anuales, además de algunos documentales. Creo que tenemos un problema parecido al de Argentina: nosotros también tenemos muchas escuelas de cine, algunas incluso, como la de Jerusalén, con fama internacional, donde los estudiantes hacen trabajos excelentes. Pero cuando estos estudiantes egresan se encuentran con que no tienen una industria cinematográfica en la cual insertarse.” Quien habla es Daniel Wachsman, el cineasta que viajó especialmente de Tel Aviv a Buenos Aires para presentar la Semana del Cine Israelí (ver recuadro) que se llevará a cabo desde hoy hasta el domingo 15, en la Sala Leopoldo Lugones. Para Wachsman –que inaugura la muestra con su film de ficción más reciente, La canción de Galilea, premiado en los festivales de Halfa y Chicago– “una película promedio en Israel se produce por 600.000 dólares y últimamente están haciéndose incluso por menos, como mi película, que costó la mitad, pero el problema es que no estamos haciendo todo el cine que deberíamos hacer. Sólo queda la posibilidad de trabajar en televisión, que se reduce apenas a un canal del Estado, uno privado y la TV por cable”.
Según Wachsman, “se presentan cuarenta o cincuenta proyectos al año y solamente se hacen cinco películas, por lo cual se hace muy difícil la elección del comité encargado de discernir qué proyecto va a disponer del financiamiento del Ministerio de Cultura. Este comité está integrado por gente de cine –directores, actores, escritores–, no ejerce ningún tipo de censura y rota constantemente de miembros, pero se encuentra ante restricciones económicas cada vez mayores. La televisión tiene ratings muy altos cuando exhibe cine israelí, pero cuando se trata de ir al cine el público prefiere, como en casi todos lados, ver alguna superproducción norteamericana antes que una película israelí. Tampoco tenemos un sistema de estrellas que atraiga al gran público. En este sentido, el cine israelí no es una industria. La ayuda del Estado es esencial si se quiere tener un cine nacional, un cine propio, que nos identifique, pero no estoy seguro de que el actual gobierno lo quiera”, se lamenta Wachsman ante Página/12.
La actitud crítica del director también puede advertirse en su película La canción de Galilea, un seudodocumental en el cual el director investiga la noticia de la muerte de un joven poeta, que habría sido víctima de una misteriosa secta religiosa fundamentalista, armada a la manera de un ejército paralelo. “Los grupos religiosos cada vez tienen más influencia en la vida cotidiana de Israel”, señala Wachsman. “Y elegí la forma del falso documental porque quería que se viera como algo real, como una señal de que aunque mi film es de ficción esto está sucediendo hoy en nuestro país. No olvidemos que Yitzhak Rabin fue asesinado por un grupo fundamentalista. Y eso ya no es ficción, es realidad. A todos nos cuesta renunciar a algo, pero estos grupos no aceptan que se renuncie a nada”, dice en alusión a la discusión por las tierras de la Franja de Gaza, que han puesto en vilo las negociaciones de paz en Medio Oriente. Realizada para la televisión, La canción de Galilea no se exhibió por el canal estatal (“por su temática, seguramente”, infiere el director), pero se difundió por la TV de cable, que en los últimos años se ha expandido muchísimo en Israel. El año pasado, Wachsman volvió al ataque: “Con material de archivo y tomas que yo mismo filmé, hice un documental sobre la Intifada, titulado La piedra y el árbol de los olivos, que forma parte de una serie sobre el cincuentenario de la historia de Israel”.
La historia personal de Wachs-man –que es la segunda vez que llega a la Argentina a presentar una muestra de cine israelí– parece una película en sí misma. “Nací en 1946 en Shanghai, de padre alemán y madre austríaca”, cuenta. “Durante la Segunda Guerra Mundial, el único lugar al que mis padres pudieron escapar fue Shanghai. Se conocieron allí y cuando yo tenía tres años viajamos a Israel. No pudieron conseguir permiso para emigrar a Estados Unidos y así fue como llegamos a Tel Aviv, sin otros lazos familiares, como simples inmigrantes. No bien llegamos, en el puerto me cambiaron el nombre. Hasta entonces me llamaba Frank (por Roosevelt), pero las autoridades de migraciones le dijeron a mis padres: ‘¿Qué nombre es ése? Elijan otro’. Y me llamaron Daniel. Esto es algo muy típico de Israel, un país en sus inicios, que se estaba construyendo y que buscaba también su identidad. El ideal era convertirse en un israelí, una persona nueva para un país nuevo, alguien duro por fuera pero dulce por dentro, como el sabra, el fruto del cactus.”
Para Wachsman, que con sus padres hablaba en alemán, no estar conectado a la cultura judía fue un problema. “Yo me llamaba a mí mismo israelí, pero no estaba relacionado con la llamada cultura israelí, que era una suerte de cultura rusa adaptada. Sólo después de pasar por el ejército empecé a ser consciente de que no tenía una cultura y allí comencé a interesarme por el judaísmo. No voy a la sinagoga, no hice el Bar-Mitzhva, pero quiero saber quién soy, cómo es que llegué a Israel. Y si hago cine es, entre otros motivos, para encontrar respuesta a esas preguntas, para buscar una cultura. Creo, sin embargo, que hoy en Israel no hay una cultura sino muchas, una mezcla muy rica. Se ha quebrado el mito de una única cultura israelí.”

 

El ciclo de los siete días

Organizada por el Teatro San Martín, la Cinemateca Argentina, la Embajada de Israel y el Instituto Cultural Argentino Israelí, la Semana del Cine Israelí –que cuenta con el auspicio de Página/12– se llevará a cabo en la Sala Lugones con esta agenda: hoy, La canción de Galilea (1996), de Daniel Wachsman. Mañana, Yom Yom / Día por día (1998), de Amos Gitai, una aguda comedia social que examina las relaciones (sexuales y de las otras) de un acomplejado panadero de Halfa, hijo de madre judía y padre árabe. El lunes no hay función. El martes, Avanti Popolo (1986), de Rafi Bukaee, uno de los films más celebrados del cine israelí, que denuncia el absurdo de toda guerra a partir de la travesía de dos soldados egipcios perdidos en el desierto al término de la Guerra de los Seis Días. Miércoles 11, Shjur (1995), de Shmuel Hasfari, donde la rica cultura de la comunidad marroquí en Israel aparece a través de la historia de una adolescente totalmente occidentalizada, que trata de comprender la magia blanca (shjur) que practica su familia. El jueves 12 repite Yom Yom, de Amos Gitai, uno de los realizadores israelíes más prestigiosos del momento, que acaba de ganar con esta película el primer premio del Festival de Jerusalén. El próximo fin de semana está íntegramente dedicado a la trilogía del director Assi Dayan, hijo del legendario general Moshe Dayan. El viernes 13 se verá La vida según Agfa (1993), doce horas en la vida de un grupo de habitués de un bar para noctámbulos en Tel Aviv. El sábado 14, La manta eléctrica (1994), las aventuras de tres personajes marginales, entre quienes se destaca una locuaz prostituta. Y el domingo 15, Los 92 minutos del señor Baum (1997), una comedia cruel, que cubre el tramo final de la vida de un hombre a quien se le informa que le queda sólo una hora y media en este mundo. Todas las funciones son a las 14.30, 17, 19.30 y 22.

 

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