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Garzón entre Pinochet y Kissinger


Por M. Vázquez Montalbán

t.gif (862 bytes) Las disputas en torno de la túnica sagrada del general Pinochet me sorprenden en viaje por el Cono Sur latinoamericano y percibo una curiosidad extremada por el juez español Baltasar Garzón. Dobles páginas en la prensa, chistes que utilizan su nombre para convertirlo en el tercer rey mago, retratos en las manifestaciones, a veces incendiados por los pinochetistas en Santiago, pero las más veces utilizados para exaltar al juez de la esperanza laica, no al juez de la horca. Los pueblos periféricos, es decir, todos menos Estados Unidos, solemos medirnos la estatura a base de campeonatos de Marathon y de ciudadanos universales. En España presumimos de algunos españoles universales, como Julio Iglesias y su hijo Enrique, demostración de que las pesadillas se reproducen por vía genética; Plácido Domingo y Josep Carreras, un 33,3 por ciento de los beneficios de los tres tenores; José Antonio Samaranch, que llegó del franquismo a la presidencia del COI, finalmente Iván de la Peña, jugador de fútbol fichado por el Lazio, pero que no ha exhibido sus méritos universalizables debido a una inoportuna lesión.

Garzón los eclipsa a todos. La especial estructura de la ley en España hace que los casos importantes pasen por la Audiencia Nacional y por lo tanto por las manos de media docena de jueces que se convierten en protagonistas mediáticos, lo quieran ellos o no lo quieran. Por eso se los llama jueces estrella e integran un star system del que Garzón es figura privilegiada: ha perseguido al narcotráfico, al terrorismo de ETA, al terrorismo de Estado (caso GAL), y al terrorismo de los genocidas chilenos y argentinos implicados en la Solución Final de la década de los 70. Aquel Holocausto de las izquierdas fue organizado por el Departamento de Estado USA, en colaboración con algunas multinacionales, el Pentágono y finalmente los instrumentos manuales de la matanza, los militares golpistas autóctonos que desde la caída de Goulart, presidente constitucional de Brasil, hasta el golpe argentino, perpetraron la sistemática destrucción de la izquierda latinoamericana para decantar la correlación de fuerzas de la Guerra Fría. El espectáculo de horror e impunidad transmitido por la tortura, la matanza, la saña de las persecuciones, el secuestro de hijos de prisioneros, hay que cargarlo en el capítulo de espectáculos sangrientos de la defensa de los valores cristianos de Occidente. En la Argentina, desacreditados los militares por la huida hacia adelante de la guerra de las Malvinas, hubo un juicio valeroso, hay que recordar emocionadamente al fiscal Strassera, pero casi simbólico. En Brasil y Uruguay ni eso y en Chile, Pinochet y sus mariachis se han permitido vigilar la democracia desde las garitas de los cuarteles y desde el Senado convertido en garita.

Se comprende que los peatones de la Historia se pongan tras el retrato de Garzón, rostro y gesto que materializan la última esperanza de justicia en este mundo, desde la sospecha de que en el otro mundo va a continuar la amnistía para cuantos contribuyeron a salvar los valores de la cristiandad. Conocí a Garzón en plena tormenta de la instrucción del proceso sobre el terrorismo de Estado en España. La misma noche en que se había permitido procesar a destacados políticos socialistas cenamos y me explicó lo que podía ser explicado, lo que no era secreto sumarial. Garzón había cometido el error de ir en las listas electorales del PSOE, motivo por el que fue acusado de perseguir a los políticos socialistas por despecho. Hasta tal punto la cúpula dirigente del PSOE hinchó este propósito que mucha gente en España llegó a pensar que el terrorismo de Estado se lo había inventado Garzón, de la misma manera que hay gente dispuesta a creerse que la lucha de clases se la inventó Carlos Marx. Personalmente me pareció un ser humano entero, dotado de valor moral, tenaz, con el sentido original de lo justo y lo injusto que se adquiere cuando se pertenece por origen a las clases populares. Garzón no se ha inventado a Pinochet. Ni a Videla. Tampoco los persigue formalmente porque sean chilenos o argentinos sino porque han torturado y asesinado a ciudadanos españoles, paso previo para que en el futuro los matarifes sean perseguidos simplemente por asesinar y matar, a quien sea, y se lo piensen dos veces antes de ejercer de sicarios del sistema, de cualquier sistema. Chomsky ha recordado que por encima de los sicarios nacionales estuvieron en su día Nixon o Kissinger dirigiendo aquella Solución Final, aquel Holocausto ideológico. ¿Para cuándo, Garzón, una orden de busca y captura de Kissinger, Premio Nobel de la Paz?

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