"Cattáneo me dijo: debe ser mi hermano"
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Por Alejandra Dandan El auto intenta detenerse. Acaba de atravesar la reja de ingreso a Ciudad Universitaria. Pedro Rodríguez pide continuar la marcha. El viaje se prolonga, despacio. El hombre va pegado al vidrio transpirando mudo las imágenes exhibidas por el segundo pabellón académico: "Ese es el tacho. Ahí encontramos la ropa". Rodríguez estira un dedo para marcar el cesto colgado que más tarde palpará obsesivo. El auto sigue. A pocos metros una transversal corta el camino. "Es por acá", orienta mientras el auto se mete en el bulevar que separa Exactas de Arquitectura. Pedro busca reconstruir la trama de un encuentro que se le ha vuelto tortuoso: "Quiero repetir todo. Todo lo que pasó". Junto a Página/12 Rodríguez reprodujo cada secuencia del encuentro que dice haber tenido con Marcelo Cattáneo el 13 de octubre poco antes de su muerte. Habla del diálogo, la loma donde se detuvieron dos sujetos, el camino de Cattáneo hasta esa loma y el periplo que condujo a Pedro y su pareja Pedro Zapata, a encontrar el traje del empresario en un cesto. Hace frío. El viento sacude el pelo enrulado de Rodríguez. Un sábado quedó aprisionado por una película que dice nunca haber elegido para mirar. Ahora baja atolondrado de un auto, se apresura para pisar la calle. Apenas hace unos pasos, desiste: "Es demasiado --respira fuerte-- me da impresión". Hunde la cara entre las manos. Está aturdido. Un momento de silencio anticipa la decisión de continuar. Ubicado en un extremo de la calle que separa las dos facultades, tiene por detrás --en el vértice opuesto-- las paradas de ómnibus. Delante, un vallado de veinte centímetros divide el sector asfaltado de una zona parquizada. Más tarde Pedro atravesará esos 50 metros de parque para mostrar el sitio donde estuvieron dos hombres, sobre uno de los cuales "Cattáneo me dijo: debe ser mi hermano". Ciudad Universitaria está casi desierta. Hay pocos autos y sólo algunos estudiantes dan vuelta aspirando flacas gotas de lluvia. Rodríguez está pegado al ingreso de un estacionamiento. En la entrada se amontonan tachos de plástico verde. "Cada sábado estos basureros están afuera, porque ahí ponen todo lo que van sacando de la facultad". Rodríguez arrastra hacia el exterior un tacho. Levanta la tapa. Sólo un momento después tuerce la cabeza hacia la zona de los colectivos y hace comenzar la historia del sábado 13. Eran las 14.15. "El tipo venía caminando por ahí". Pedro pensó en que era un "marica". En la zona, de "tarde andan bicicletas --explica-- y un montón de homosexuales que andan de levante". Rodríguez está cansado. La imagen de Cattáneo se le agolpa en la cabeza. Lo imita caminar. "Despacio, venía como perdido, tenía el saco al hombro y la camisa blanca media arremangada." No hacía calor. "Estaba bien para andar de camisa." Pedro se acuerda ahora de su propia impresión cuando aquel hombre, afirma, se le acercaba: "Lo miré y seguí con las latas. No quería ni levantar la vista. Me daba pudor que me vea cirujeando". El señor de saco al hombro "fornido y alto se me paró al lado". Rodríguez reproduce el saludo: --Hola, como va --me dijo. --Hola --respondí. --Juntás latas, por lo visto ya tenés mucho. --Sí, junté tres bolsas. --¿Sos de por acá? --Fui de por acá, vivía en la Aldea Gay hasta junio que nos desalojaron... Pedro sigue hablando del primer momento del encuentro que se extendió "por más de cuarenta minutos". Le pareció "un tipo fino, hablaba con palabras así difíciles". En el Ciudad el movimiento sigue con poca intensidad. Un moreno está parado en diagonal al sitio donde se ensaya la reconstrucción. Camina en un vertiginoso zigzag. "Que si lo conozco --se pavonea Rodríguez--, conozco a todos los de este lugar". Rodríguez deja de hablar del marginal y señala los tachos amontonados que ese hombre tiene a sus espaldas: "Ahí estaba Pedro, mi compañero, sacando latas". El bulevar y una distancia de cincuenta metros separan ambos sectores. "Cuando apareció Cattáneo, Pedro estaba allá y yo de este lado". "Yo no le daba bola, pensé que estaba pirado. Además me daba vergüenza." Aquel día Rodríguez ni siquiera intuía que tiempo después por culpa de ese "pirado" iba a "recibí seis amenazas". Tampoco que la Justicia preguntaría insistente cada movimiento. Ahora suelta la tapa del tacho. Tiene ganas de avanzar hasta el pasto pero se queda quieto. Alguien pregunta más sobre esa charla, Rodríguez vuelve a contar: --Tenés familia --me preguntó. --No, no tengo salvo mi pareja. --Como se llama la chica. --No es una chica, se llama Pedro...Y vos, tenés familia. --Tengo mi mujer y dos hijos hermosos. Rodríguez menea la cabeza. Dice reproducir la inquietud de Cattáneo. De espaldas tiene el muro de Arquitectura. El rebote del mentón va de derecha a izquierda. "Estaba como aéreo, perdido. Miraba para todos lados. Yo por eso pensaba que por ahí era un loco, más cuando me hablaba de muerte": --A mí me matan dos hombres, y mi hermano está en la zona --me dijo y me despistó. --Por qué te van a matar --le pregunté yo. --Estoy metido en un kilombo por plata y resulta que ahora me hacen cargo de todo a mí. Estoy mal --decía cuando empezó a hablar del hermano, que es "mi peor enemigo. El pensó en lo suyo, en su familia y ahora junto con otros me dijeron: o mi familia o yo". Pedro interrumpe el recuerdo. Está cansado. En las últimas 48 horas ese diálogo fue repetido ante este diario, la fiscalía, un perito psiquiátrico y el juez. Pedro todavía tiene los zapatos de vestir elegidos para presentarse "como corresponde" ante la Justicia. No fue la mejor opción para estar en Ciudad. El barro alcanzó la suelas y esfumó el negro brillante del empeine. Hay huellas de barro en las botamangas y frío en todo el cuerpo. De pronto mira hacia el parquizado. No habla. A paso ligero cruza la valla, llega al minúsculo paredón del fondo, muestra el zanjón al otro lado y un camino ganado a la selva que desde ahí se extiende a lo largo de varios kilómetros. Sólo se divisan palmeras, paraísos y la copa de un eucalipto. El mismo en el que Pedro Zapata ocultó desde el domingo 14 al miércoles 17 la bolsa con el traje de Cattáneo. El paredón separa el monte de Ciudad. Está húmedo. Pedro se sienta: "Acá estaban los dos tipos". Con una mueca de pánico repite el movimiento de los hombres: "Los dos estaban sentados como agachados hacia adelante". Los tachos verdes --lugar del supuesto diálogo con Cattáneo-- están a 50 metros. "Yo los miré sólo un momento, a uno no pude identificarlo porque estaba muy agachado el otro estaba de campera de jean, le vi bigotes y el pelo como con entradas grandes". Detrás del paredón hay una zanja cargada de basura y agua oscura. El sendero ganado a la maleza que conduce al eucalipto está justo por detrás del sitio marcado por Pedro: "Cattáneo, con esos dos tipos, tuvo que haberse ido por ahí", especula Rodríguez. Explica que de haber tomado otro camino, él y Zapata tendrían que haberlos visto. A pocos metros del paredón, hacia Ciudad se abre una calle. Es la conexión trasera de todos los pabellones. Pedro reproduce ahora despedida y pasos siguientes del empresario hasta que lo perdió de vista: "Mientras charlaba vi que de pronto miró al fondo, atrás mío y dejó los ojos fijos. Como asustado. Yo miré hacia el paredón y vi a los tipos: --Parece que te andan buscando --le dije pensando que eran unos trolos que venían con él. --Sí --me dijo--, debe ser mi hermano con un amigo. Bueno viejo me voy, chau --me golpeó el hombro y se fue caminando en esa dirección. Lo seguí con la vista hasta que atravesó la valla. Iba bien despacio como jugando con las piedritas del suelo. Pedro se inquieta. Quiere fotografiar el tacho de basura antes de que se vaya el sol. Camina hacia las paradas de ómnibus y dobla a la izquierda. "Es ese", señala mientras corre al cesto. En ese sitio, la mañana del domingo su compañero encontró una bolsa verde. Buscaba latas de la zona. "Esa noche hubo una fiesta en la facultad así que al otro día se fue temprano a recoger latas". En el cirujeo encontró "una ropa de viejo", tal como contó a Pedro esa misma tarde. Dos días más tarde se dieron cuenta por los medios de que era la ropa del empresario y decidieron entregarla. Bajo el eucalipto donde mantuvo oculta la ropa todavía hay una mesa de plástico vieja y una silla. Pedro y Pedro mantenían ese lugar como sitio de trabajo hasta que la historia de Cattáneo les partió sus propias historias. Hace semanas que bajo ese árbol no se siente el crujido de latas. Sólo el ruido de los patrulleros que vigilan la torre del ahorcado.
HISTORIA DEL TESTIGO QUE VIVIA EN LA ALDEA GAY Del cirujeo al juzgado
Por A. D. Hace cinco años Pedro Rodríguez armaba un rancho bajo un Paraíso. Se trasladó con Pedro Zapata el hombre que lo acompañaba como pareja desde hacía tres años. A espaldas de Ciudad Universitaria se inscribían como los primeros habitantes de la después conocida como "Aldea Gay". En esos años el monte los vio idear un método de supervivencia basado en el cirujeo. Contaban con los carritos de la costanera y comercios de Libertador para los alimentos, y con Ciudad Universitaria para recoger latas.El pedazo de monte que llegaron a ocupar más de cien parejas y familias heterosexuales es de la UBA. Un convenio entre la Universidad y el gobierno porteño apresuró el desalojo de los aldeanos. En junio llegaron las topadoras y la poca resistencia opuesta por la gente fue vencida. Se incendiaron los ranchos y tuvieron que marcharse. Después de un mes bajo un puente, consiguieron una casa y subsidios para permanecer en hoteles. Ambos Pedros están desde hace un par de meses en el cuarto de una de esas pensiones. Cada veinte días renuevan el contrato y continúan con el cirujeo para abastecerse de comida y algo de dinero. Hasta el cruce con la historia de Cattáneo, Ciudad Universitaria continuaba como área de trabajo principal. Después de juntar latas, las vendían en la estación siguiente a Scalabrini Ortiz. El hombre que el jueves dijo a Página/12 haberse encontrado con
Cattáneo antes de su muerte es uruguayo. Tiene 40 años. Vivió y creció en Artigas
compartiendo techo y comida con otros 14 hermanos. "De todos --dice Pedro sobre su
familia-- sólo tres hermanos llegamos al secundario, pero el único que lo terminó fui
yo". Una vez concluido el ciclo medio hizo el servicio militar. "Estuve cinco
años. En Uruguay no es obligatorio, yo me metí y estuve haciendo tareas
administrativas". Enterado de la muerte del padre regresó a su casa, al poco tiempo
falleció la madre y se fue a Montevideo. Fue cocinero por unos meses hasta que a mediados
del '80 llegó a Buenos Aires. "Qué pasó cuando llegué --repite irónico su primer
día en la urbe porteña--: me bajé en Retiro. Fui al baño de la estación. Me lavé la
cara, cuando me estoy secando me doy vuelta y veo que me habían afanado todo". |