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"Cattáneo me dijo: debe ser mi hermano"
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Por Alejandra Dandan![]() ![]() Hace frío. El viento sacude el pelo enrulado de Rodríguez. Un sábado quedó aprisionado por una película que dice nunca haber elegido para mirar. Ahora baja atolondrado de un auto, se apresura para pisar la calle. Apenas hace unos pasos, desiste: "Es demasiado --respira fuerte-- me da impresión". Hunde la cara entre las manos. Está aturdido. Un momento de silencio anticipa la decisión de continuar. Ubicado en un extremo de la calle que separa las dos facultades, tiene por detrás --en el vértice opuesto-- las paradas de ómnibus. Delante, un vallado de veinte centímetros divide el sector asfaltado de una zona parquizada. Más tarde Pedro atravesará esos 50 metros de parque para mostrar el sitio donde estuvieron dos hombres, sobre uno de los cuales "Cattáneo me dijo: debe ser mi hermano".
--Hola, como va --me dijo. --Hola --respondí. --Juntás latas, por lo visto ya tenés mucho. --Sí, junté tres bolsas. --¿Sos de por acá? --Fui de por acá, vivía en la Aldea Gay hasta junio que nos desalojaron... Pedro sigue hablando del primer momento del encuentro que se extendió "por más de cuarenta minutos". Le pareció "un tipo fino, hablaba con palabras así difíciles". En el Ciudad el movimiento sigue con poca intensidad. Un moreno está parado en diagonal al sitio donde se ensaya la reconstrucción. Camina en un vertiginoso zigzag. "Que si lo conozco --se pavonea Rodríguez--, conozco a todos los de este lugar". Rodríguez deja de hablar del marginal y señala los tachos amontonados que ese hombre tiene a sus espaldas: "Ahí estaba Pedro, mi compañero, sacando latas". El bulevar y una distancia de cincuenta metros separan ambos sectores. "Cuando apareció Cattáneo, Pedro estaba allá y yo de este lado". "Yo no le daba bola, pensé que estaba pirado. Además me daba vergüenza." Aquel día Rodríguez ni siquiera intuía que tiempo después por culpa de ese "pirado" iba a "recibí seis amenazas". Tampoco que la Justicia preguntaría insistente cada movimiento. Ahora suelta la tapa del tacho. Tiene ganas de avanzar hasta el pasto pero se queda quieto. Alguien pregunta más sobre esa charla, Rodríguez vuelve a contar: --Tenés familia --me preguntó. --No, no tengo salvo mi pareja. --Como se llama la chica. --No es una chica, se llama Pedro...Y vos, tenés familia. --Tengo mi mujer y dos hijos hermosos. Rodríguez menea la cabeza. Dice reproducir la inquietud de Cattáneo. De espaldas tiene el muro de Arquitectura. El rebote del mentón va de derecha a izquierda. "Estaba como aéreo, perdido. Miraba para todos lados. Yo por eso pensaba que por ahí era un loco, más cuando me hablaba de muerte": --A mí me matan dos hombres, y mi hermano está en la zona --me dijo y me despistó. --Por qué te van a matar --le pregunté yo. --Estoy metido en un kilombo por plata y resulta que ahora me hacen cargo de todo a mí. Estoy mal --decía cuando empezó a hablar del hermano, que es "mi peor enemigo. El pensó en lo suyo, en su familia y ahora junto con otros me dijeron: o mi familia o yo". Pedro interrumpe el recuerdo. Está cansado. En las últimas 48 horas ese diálogo fue repetido ante este diario, la fiscalía, un perito psiquiátrico y el juez. Pedro todavía tiene los zapatos de vestir elegidos para presentarse "como corresponde" ante la Justicia. No fue la mejor opción para estar en Ciudad. El barro alcanzó la suelas y esfumó el negro brillante del empeine. Hay huellas de barro en las botamangas y frío en todo el cuerpo. De pronto mira hacia el parquizado. No habla. A paso ligero cruza la valla, llega al minúsculo paredón del fondo, muestra el zanjón al otro lado y un camino ganado a la selva que desde ahí se extiende a lo largo de varios kilómetros. Sólo se divisan palmeras, paraísos y la copa de un eucalipto. El mismo en el que Pedro Zapata ocultó desde el domingo 14 al miércoles 17 la bolsa con el traje de Cattáneo. El paredón separa el monte de Ciudad. Está húmedo. Pedro se sienta:
"Acá estaban los dos A pocos metros del paredón, hacia Ciudad se abre una calle. Es la conexión trasera de todos los pabellones. Pedro reproduce ahora despedida y pasos siguientes del empresario hasta que lo perdió de vista: "Mientras charlaba vi que de pronto miró al fondo, atrás mío y dejó los ojos fijos. Como asustado. Yo miré hacia el paredón y vi a los tipos: --Parece que te andan buscando --le dije pensando que eran unos trolos que venían con él. --Sí --me dijo--, debe ser mi hermano con un amigo. Bueno viejo me voy, chau --me golpeó el hombro y se fue caminando en esa dirección. Lo seguí con la vista hasta que atravesó la valla. Iba bien despacio como jugando con las piedritas del suelo.
Bajo el eucalipto donde mantuvo oculta la ropa todavía hay una mesa de plástico vieja y una silla. Pedro y Pedro mantenían ese lugar como sitio de trabajo hasta que la historia de Cattáneo les partió sus propias historias. Hace semanas que bajo ese árbol no se siente el crujido de latas. Sólo el ruido de los patrulleros que vigilan la torre del ahorcado.
HISTORIA DEL TESTIGO QUE VIVIA EN LA ALDEA GAY Del cirujeo al juzgado
Por A. D. ![]() El pedazo de monte que llegaron a ocupar más de cien parejas y familias heterosexuales es de la UBA. Un convenio entre la Universidad y el gobierno porteño apresuró el desalojo de los aldeanos. En junio llegaron las topadoras y la poca resistencia opuesta por la gente fue vencida. Se incendiaron los ranchos y tuvieron que marcharse. Después de un mes bajo un puente, consiguieron una casa y subsidios para permanecer en hoteles. Ambos Pedros están desde hace un par de meses en el cuarto de una de esas pensiones. Cada veinte días renuevan el contrato y continúan con el cirujeo para abastecerse de comida y algo de dinero. Hasta el cruce con la historia de Cattáneo, Ciudad Universitaria continuaba como área de trabajo principal. Después de juntar latas, las vendían en la estación siguiente a Scalabrini Ortiz. El hombre que el jueves dijo a Página/12 haberse encontrado con
Cattáneo antes de su muerte es uruguayo. Tiene 40 años. Vivió y creció en Artigas
compartiendo techo y comida con otros 14 hermanos. "De todos --dice Pedro sobre su
familia-- sólo tres hermanos llegamos al secundario, pero el único que lo terminó fui
yo". Una vez concluido el ciclo medio hizo el servicio militar. "Estuve cinco
años. En Uruguay no es obligatorio, yo me metí y estuve haciendo tareas
administrativas". Enterado de la muerte del padre regresó a su casa, al poco tiempo
falleció la madre y se fue a Montevideo. Fue cocinero por unos meses hasta que a mediados
del '80 llegó a Buenos Aires. "Qué pasó cuando llegué --repite irónico su primer
día en la urbe porteña--: me bajé en Retiro. Fui al baño de la estación. Me lavé la
cara, cuando me estoy secando me doy vuelta y veo que me habían afanado todo". |