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EN EE.UU., LOS CONSERVADORES SE IMPUSIERON CONTRA LOS DEMOCRATAS

La derecha perdió, viva la derecha

Iban a ser el disparo de largada del impeachment contra Bill Clinton, pero se convirtieron en una resonante derrota de la derecha republicana. Es sólo una de las paradojas de las elecciones del 3.

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Por Alfredo Grieco y Bavio

t.gif (67 bytes)  Los resultados de las elecciones legislativas norteamericanas del martes significaron la revancha de los conservadores sobre los reaccionarios. Los republicanos conservaron su mayoría en las cámaras de Representantes y de Senadores, pero no hicieron la elección arrasadora que anhelaban y anunciaban. En el día después, los medios y las encuestas fueron sometidos al escarnio como si sus predicciones hubieran sido erradas. Pero no se trató de que los votantes prospectivos de los republicanos hubieran cambiado de ideas y elegido mejor. Sencillamente, hubo una asistencia electoral mayor de la esperada, con más de un 38 por ciento contra menos de un 30, y así, por una vez, las intenciones de voto estuvieron más cerca de los votos efectivos. La movilización de demócratas a quienes todos daban por desmovilizados hizo la mayor parte de la diferencia. El fenómeno más considerable fue una mayor polarización, pero no un debilitamiento de la derecha religiosa o de una pérdida de las bases de su apoyo.

 

Certezas republicanas

"Los presidentes de todas las comisiones y de todas las subcomisiones de la Cámara de Representantes y del Senado serán republicanos. No entiendo por qué los medios eligieron definir este resultado como una victoria demócrata." Estas palabras de Newt Gingrich, speaker (presidente) saliente de la Cámara de Representantes, reafirmaron la certeza del partido republicano sobre la solidez del apoyo popular prestado. Gingrich fue avasalladoramente reelegido en Georgia el martes. En 1994 había sido nombrado como primer speaker republicano en 40 años.

Sin embargo, el mismo Gingrich fue forzado a anunciar que no se presentará a la reelección para su cargo, "porque no quiere presidir sobre caníbales". Y sus allegados ya sostienen que se retirará a fin de año --"a coleccionar dinosaurios o algo así", según habría dicho este ex profesor de historia de 55 años--. Es un castigo no por haber perdido, sino por no haber crecido lo esperado. Se llegó a hablar de decenas de bancas ganadas por los republicanos en la Cámara de Representantes, y de una ventaja en más de 60 bancas sobre las 100 del Senado, lo que les permitiría controlar el orden del día y llevar el affaire Lewinsky a un proceso ineluctable y veloz de impeachment.

Fue precisamente la carta del Sexgate la que fue peor jugada por quienes tenían el as en la manga como los republicanos. El The New York Times se apresuró a explicar el miércoles que "el impeachment no era un enclave para votantes satisfechos". El centrismo clásico de los norteamericanos, desconfiados de las ideologías, triunfó sobre la cruzada de la derecha religiosa. Al menos, es una explicación que está de acuerdo con el mítico pragmatismo que se le atribuye al país que perdió tantos años con sus aventuras en Vietnam o con los contras nicaragüenses. Pero, como puede jactarse el saliente Gingrich, los republicanos no perdieron votos, sino que fueron en definitiva los que se agregaron a la suma total los que inclinaron la balanza (y en sólo cinco casos) a favor de los demócratas. Y no hubo en definitiva menor sino mayor extremismo y polarización ideológicas.

Las minorías fueron fundamentales en los resultados del martes. En Estados Unidos, las minorías son importantes no por su número, sino porque son confiables. Disciplinadas, van a votar con puntualidad de acuerdo con indicativas que les sugieren sus líderes. La movilización masiva del electorado negro fue la causa de los éxitos demócratas en el Sur profundo, que todos pensaban que se había convertido en republicano. La gobernación de Georgia siguió siendo demócrata, y la de Alabama pasó a sus manos. A pesar de su edad avanzada, el senador demócrata de Carolina del Sur Ernest Hollings resistió al asalto republicano, y en Carolina del Norte el ultraderechista Lauch Faircloth fue derrotado por el joven demócrata John Edwards.

 

 

Los extremos se tocan

Si los medios y las instituciones políticas y financieras norteamericanos se concentranna27fo02.jpg (15330 bytes) tradicionalmente en la Costa Este, el dinamismo económico proviene de la Oeste. California, el "Golden State", el estado más poblado, es por sí solo la séptima potencia económica del planeta. Fue allí, en el estado de Ronald Reagan, donde Clinton tuvo una de sus dos mayores victorias simbólicas: Gray Davis fue elegido como primer gobernador demócrata en 16 años.

Por su población, California suele ejercer una influencia determinante en ocasión de las elecciones presidenciales. Pero las consecuencias más inmediatas de la elección de Davis son otras. El llevará a cabo la modificación de los distritos electorales en el marco del censo del año 2000, y las influencias de la reforma se harán sentir en las próximas elecciones legislativas.

El mismo estado fue el escenario de otra sorpresa. La senadora demócrata saliente Barbara Boxer, de quien se anunciaba la salida definitiva, fue reelegida triunfalmente. Boxer y Davis cortejaron el voto latino, determinante en el estado. El adversario de Davis, Dan Lungren, había enfatizado con exceso su oposición al aborto y a las políticas del medio ambiente.

El otro gran triunfo simbólico de Clinton fue en el otro extremo del país. Después de 18 años, el senador Alfonso D'Amato, un italoamericano todopoderoso en el partido republicano local, fue derrotado por un demócrata, Charles Schumer. D'Amato era el protegido de los reaccionarios que habían irrumpido en 1994 en la escena republicana postulándose como salvadores mesiánicos del partido. Ahora se vio desplazado por la misma derrota que apartó a Gingrich.

 

Billy the Kid

Clinton justificó su sobrenombre de "Comeback Kid", ese protagonista de western que vuelve y tiene su venganza cuando todos le anticipan una rápida derrota. Y también el sobrenombre de Reagan, "Teflon President", porque ninguna acusación se le queda pegada. El presidente Clinton sabía que esta elección era crucial, y se dedicó a ella con uno de los mayores celos históricos de un presidente por una elección legislativa de renovación.

Para ayudar a los demócratas en apuros, Clinton se dedicó a hacer dos de las cosas que sabe hacer mejor: a recaudar fondos, y a callarse sobre el caso Lewinsky. Y después de todo, Clinton es reconocidamente más mediático que el aborrecido fiscal Kenneth Starr, su archienemigo, el coyote para el correcaminos. Aunque oficialmente la importancia de la elección era ante todo local, Clinton sabía que su porvenir político estaba en la balanza. El derrotado D'Amato presidía la comisión bancaria en el Senado, y ejercía su autoridad en el seno de la comisión investigadora del caso Whitewater, que jamás consiguió implicar personalmente al presidente Clinton.

El proceso fundamental es ahora el del impeachment. Los demócratas parecen inclinarse por la sanción simbólica -–y sumaria-- de un voto de censura. Pero no es seguro que Clinton no piense que la elección ya decidió en su favor, y obstruya esa posibilidad, que siempre es humillante para las relaciones públicas.

 

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