"No nos interesa reivindicar nada"
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Por Fernando D'Addario Más que a una bizarra conjura esotérica, el pasado y el presente del grupo Aquelarre parece remitir al imaginario de los alquimistas. Esa extraña sabiduría medieval proyectada al Buenos Aires de los años '70 encontró en una banda de rock ingredientes musicales a priori difíciles de conciliar. Dos ex integrantes de Almendra (Emilio Del Guercio y Rodolfo García), un émulo porteño de Jimi Hendrix (Héctor Starc) y un músico "serio", amante del jazz (Hugo González Neira). La alquimia funcionó durante cinco años, y Aquelarre se convirtió en un lujoso referente del rock progresivo argentino. Grabaron cuatro discos: Aquelarre (1972), Candiles (1973), Brumas (1974) y Siesta (1975). Luego se fueron a vivir a España, donde (un año antes que Moris, pero sin su éxito) les enseñaron a los españoles cómo era eso del rock en español. Dos años de vida comunitaria, y de vuelta al pago. Se separaron en 1977, y durante veinte años cada cual siguió su camino, con mayor o menor repercusión. Del Guercio y García, por ejemplo, participaron del fugaz regreso de Almendra. El 4, 5 y 6 de diciembre próximos concretarán en el teatro Presidente Alvear un regreso que permite descubrir un rompecabezas distinto: un hombre al frente de un estudio de diseño y publicidad (Del Guercio), un productor que trabaja en la organización de diversas movidas culturales (García), un feliz abuelo, campeón mundial de zapadas y dueño de una de las principales empresas de sonido del país (Starc) y un músico "por encargo", que trabaja haciendo playback para cantantes (González Neira), todos ellos confabulados para volver a darle vida a Aquelarre. "Esto es un gusto que nos damos", dicen a coro en la entrevista con Página/12, y entonces se sienten en la obligación de aclarar que no hay planes previstos para el futuro, que no hay temas nuevos, y que no vuelven por dinero. "Me siento desligado de la necesidad de que la música me dé de comer. En ese sentido es igual que cuando empezamos", asegura Del Guercio. --Con la vaguedad que va dejando el paso del tiempo, muchos creen hoy que ese espíritu autogestionario y comunitario de ustedes los convertía automáticamente en hippies. ¿Esto era así? --S.: No ... no teníamos nada que ver con los hippies. Nosotros trabajábamos, tener una banda era un placer pero también un laburo para nosotros. Diseñábamos los afiches, los distribuíamos y los pegábamos. Buenos, eso fue al principio, después mandábamos a un par de hippies para que los pegáramos. (Risas generales.) --¿Pero hasta qué punto existía camaradería y buena onda entre las distintas bandas del "movimiento" rockero? --S.: La camaradería no era verso. Estábamos en la misma, nos juntábamos en los mismos lugares para comer. De repente caían Pappo con Spinetta, nos prestábamos los equipos, porque no había para todos. --G.: Ahora está todo más mezclado, antes las veredas estaban más claras porque necesitábamos diferenciarnos de la otra música, la complaciente. Cuando nos encontrábamos con "ellos" en Sadaic, por ejemplo, nos cruzábamos unas miradas terribles, estábamos ahí de agarrarnos a piñas. Para nosotros eran el enemigo. Y teníamos, entonces, esa cosa de defendernos entre nosotros. Eramos fundamentalistas. --S.: Mirá cómo será, que recién hace seis meses me hice amigo de Carlitos Bissio (risas). --La música que ustedes hacían está muy identificada con un período muy específico del rock nacional. ¿No sienten que quedó vieja esa propuesta frente a otros subgéneros? --G.: Sí, es verdad, lo nuestro está muy identificado con los '70, y por eso somos sinceros y queremos volver a hacer esa música. No nos proponemos convertirnos en vanguardistas, ni queremos bajar línea ni decir "ésta es la posta". --D.G.: Además, a nosotros nos interesa tocar, no reivindicar ninguna bandera rockera, ni ocupar un lugar ideológico dentro del rock. Si aquel movimiento consiguió un lenguaje original fue porque logró abrir los límites que estaban establecidos. Eso ya se hizo. El rock de hoy no tiene mucho que ver con todo aquello, pero no nos interesa reivindicar nada. Sólo se trata de salir y tocar aquella música que reflejó un momento de nuestras vidas y un momento del rock nacional.
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