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Al servicio del gobierno
Por Mario Wainfeld

El ministro del Interior, Carlos Corach –de quien depende la Policía Federal–, y el jefe de la SIDE, Hugo Anzorreguy, tienen una añeja enemistad política. Ambos abogados –reconvertidos por la magia del poder en expertos en seguridad– dedican parte de sus energías cotidianas a tratar de derribar al otro. Esa compartida obsesión es, si se la toma en solfa, una suerte ya que impide el accionar conjunto de los organismos que comandan. Si lo hicieran, buena parte de la población y de la dirigencia opositora estarían muy en riesgo.
Es que la SIDE y la Federal compiten por ver quién incumple más sus funciones específicas. Basta una mirada distraída para advertir sus fracasos frente al delito común o frente a magnicidios como el atentado a la AMIA.
Tal vez para compensar sus sinsabores en la esfera pública, importantes cuadros policiales incursionaron en la actividad privada y cogestionaron la prostitución. La SIDE, a su vez, destina buena parte de sus afanes a pinchar teléfonos de redacciones periodísticas, transformar celulares en micrófonos y espiar a los legisladores de la oposición.
Ambos organismos, informó ayer Página/12, están (cada uno por su lado) detrás de sendas tramas de espionaje en prostíbulos destinadas al chantaje con fines económicos y políticos. O sea, la SIDE y la Federal no sólo hacen mal o no hacen lo que tienen que hacer sino que además dedican al menos parte de su personal y recursos a actividades que no deben hacer.
El terrorismo de Estado es un fenómeno de tal brutalidad que no puede ser usado para comparaciones ligeras. Aun con esa prevención, no es aventurado decir que si organismos dedicados a proteger la seguridad de los ciudadanos comunes se dedican a violar las leyes se está transitando una cornisa que convierte a algunos agentes estatales en malhechores y vacía el concepto de Estado que se transforma, si no en terrorista, en delincuente.
¿Qué debe hacer la sociedad con organizaciones estatales que se han transformado en antagonistas de los ciudadanos comunes y decentes? Cerrar la Policía es, en una sociedad compleja, imposible.
Cerrar la SIDE –tal como propone el senador radical Antonio Berhongaray en su proyecto– de movida parece una desmesura, pues contradice una idea establecida: todo Estado debe tener servicios de inteligencia. Pero la SIDE realmente existente no es un virtual servicio de inteligencia del Estado sino una agencia de operaciones del Gobierno. El debate que propone Berhongaray es si mantener abierta la SIDE real –ese albergue de mano de obra siempre ocupada en lo que no le corresponde, gestionado por el “Tata” Yofre o Anzorreguy– no es mucho más torpe y suicida que clausurarla.

 

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