Además de adelantar detalles de su próximo disco, el músico analiza desde Madrid su presente, atravesado por las consecuencias del suceso que se generó alrededor de su figura a partir de "Alta Suciedad".
|
La ciudad se llama Madrid; la calle se llama Pez y el piso es el cuarto. Todo parece suceder en un cuarto piso en Madrid. Y por la escalera. A este cuarto piso, por suerte, se accede gracias a un ascensor. Y la hora en la que hay que pulsar el número cuatro debe ser cerca de la medianoche, ya que es entonces cuando se trabaja en este departamento de la muy céntrica y madrileña calle Pez. O, más precisamente, es cuando el pequeño estudio en el que se apiñan los músicos y sus instrumentos adquiere su razón de ser. El lugar es realmente muy pequeño, y sus paredes están repletas de recortes, fotos y faxes. Por ahí se alcanza a ver la famosa foto de Bob Dylan tocando con el Papa sentado detrás. En los faxes, por ejemplo, se puede reconocer la firma de un tal Joe Blaney (productor de diversas estrellas de rock, desde Charly García hasta The Clash y responsable, también, de Alta Suciedad) y las fechas sitúan las novedades faxeadas para la época en que cierto nombre de alta sociedad aún no tenía toda la suciedad necesaria. Pero el altar más preciso del estudio preciso pero confiable está en la esquina de las camisetas de fútbol. Son tres, y todas llevan su correspondiente autógrafo: los de Gustavo López, Fernando Redondo y Diego Armando Maradona. Es aquí, en este entorno, uno de los epicentros del huracán compositivo que desde comienzos de año ataca a Andrés Calamaro, que el impredecible sucesor del megavendedor Alta Suciedad va tomando forma. O, mejor dicho, va deformándose. "En algún momento pensé que mi nuevo disco iba a estar formado por los dieciséis temas que compuse y grabé en dos fines de semana en Buenos Aires", le confiesa Calamaro a Página/12, sentado cómodamente en el sillón del amplio living, en un alto de la actividad en su estudio casero. "Pero ahora ya no estoy tan seguro. Hay muchos temas más", asegura. Y la pila de casetes, dats y CD grabables que no deja de ordenar mientras habla no lo dejan mentir. "Nunca antes me había pasado algo así", confiesa Calamaro, refiriéndose a semejante fertilidad compositiva. "El año pasado, por ejemplo, no había escrito ni un tema. Pero cuando ya había comenzado a inquietarme, en la noche del Año Nuevo comenzaron a aparecer letras. Y después llegaron las canciones". Y, a partir de entonces, tanto en Buenos Aires como en Madrid, no dejaron de llegar. Dejando en el camino, como le gusta citar al cada vez más Calamaro/Dylan --un personaje que no deja de materializarse desde aquella portada tan Bob de Alta Suciedad--, la sangre en los surcos. "No me gusta hablar de títulos, sobre todo después de todo lo que se habló del título de Alta Suciedad", comentaba Andrés unos días antes, lejos de la intimidad hogareña, con lentes oscuros y bolso de fajina, esperando el despegue del avión que lo llevaría a uno de sus últimos shows de su más reciente gira española. "Una vez dejé entrever los títulos que estaba barajando, y desde entonces no dejaron de preguntarme sobre el asunto en cada bendita entrevista. Así que esta vez no quiero decir nada. Sólo esto: mi próximo disco se va a llamar Blood on the tracks, y se editó en 1974. Eso es todo lo que tienen que saber", comentaba entre risas, mientras se preocupaba por pegar una sticker con la foto de César Luis Menotti --encontrado de casualidad en el diario deportivo As-- en su grabador portátil de batalla. Justo cuando el avión con destino a Valencia anunciaba su despegue. La ruta de ese último show, después de la llegada a la ciudad donde brilla el Piojo López, fue en combi a Castellón. Más precisamente a un pequeño pueblo de las afueras llamado Nules. Allí lo estaba esperando su banda, que había viajado en micro desde Madrid, para la prueba de sonido. Y para luego matizar la espera en camarines escuchando un clásico de la gira en el grabador del jefe: Machine Head, de Deep Purple. "Siempre lo escuchamos antes de cada show", aseguraba Andrés, ante la mirada atenta de Gringui Herrera y Guillermo Martín, sus dos guitarristas. La banda, para más datos, es la misma con la que Calamaro se paseó por Buenos Aires cuando Dylan y los Rolling Stones. Salvo un cambio: la inclusión del Sr. Clemenza en los parches, en lugar de Pomo. Lo que significa, por ejemplo, que Ciro Fogliatta es un lujo que lo sigue acompañando a Andrés en teclados. Y sirviéndole té en el backstage. Y sacándole fotos. La noche de Nules esgrimió precisamente una foto sacada en otro backstage, en otra ciudad, en otro show. En ella se veía la puerta del camarín de Andrés, reconocible por su nombre prolijamente escrito en una hojita pegada en la madera. Claro que lo que llamaba la atención era el cartel más formal, una placa de plástico, que indicaba el uso generalmente dedicado a esa oficina del estadio: "Control antidoping". Justamente. Una de las canciones más felices firmadas por Andrés Calamaro en el último disco de Los Rodríguez, Palabras más, palabras menos, se llama "Diez años después". Un título que no es casualidad. Porque ese lapso --una década-- parece ser una constante recurrente dentro de la historia artística de Calamaro. La comparación, diez años antes. O diez años después. "Es que realmente hay como una historia de diez en diez", confirma Andrés. "Porque fue en el '83 cuando con Los Abuelos hicimos Mil horas, y diez años después, con Los Rodríguez hicimos Sin documentos. Y si en el '86 yo me quedé solo fuera de Los Abuelos, en diez años llegó el momento de ser solista nuevamente". --Con Alta Suciedad da la sensación de que pudo reescribir la historia. Diez años atrás dejó un grupo de éxito para iniciar una carrera solista que fracasó. Y ahora lo hizo otra vez, salvo que de la manera correcta... --Diez años siempre es mucho tiempo, pero en Argentina a veces no es suficiente. Pero la verdad es que una de las cosas de las que me siento orgulloso es que en Argentina la gente siempre trató muy bien a Los Rodríguez. En su momento, es cierto, fui castigado por el fracaso. Pero esta vez me parece que nadie se sintió muy ofendido porque me haya ido de Los Rodríguez. --Es que aquella vez usted era el jovencito de la rima fácil, el que le robaba el protagonismo en el grupo a Miguel Abuelo. En cambio esta vez el consenso era que, al reiniciar su carrera solista, sólo iba a buscar lo que le pertenecía. --Te voy a confesar algo. Tal como te decía antes, a diez años del éxito de "Mil horas" nosotros la pegamos con Sin documentos. Pero antes de ese disco, yo estuve a punto de volverme a Buenos Aires para grabar esas canciones allá. Estuve a punto de abandonar todo, realmente. Nosotros habíamos hecho un demo que es igual al disco, con dos canciones menos, lo mostramos en todos lados y nadie lo quería. Así que yo en un momento tuve una reunión con nuestro manager de entonces y con Ariel Roth, para decirles que me volvía a la Argentina. En aquel momento sólo pensaba en eso. Así que la oferta de Dro llegó en el momento justo. --O sea que, pese al rechazo, usted confiaba en esas canciones... --Confiaba en ese disco. Para nosotros, Los Rodríguez, fue un crack. O, según la ley de las papas fritas, un boom. En uno de los tantos CDs que contienen los nuevos temas de Calamaro se puede leer claramente el siguiente título: Sintonía Sessions. El mismo incluye las versiones más acabadas de las brillantes nuevas canciones de Calamaro. Temas que serán éxito, temas que son clásicos instantáneos, con nombres como "Graciela", "Paloma", "La bomba" o "Victoria y Soledad". Sintonía es el estudio en el que Calamaro y su banda suelen grabar en Madrid. Sintonía es otro epicentro del actual terremoto compositivo del ex Rodríguez, junto al estudio casero de la calle Pez y el estudio de Javier en Buenos Aires donde se grabaron aquellas primeras canciones. Amplio y subterráneo, Sintonía es el reino de Calamaro y Guido Nisenson, el hombre detrás de las perillas del universo grabado del Andrés del último tiempo. Un lugar en el que hay sitio de sobra para que los músicos se pongan cómodos cuando llega el momento de grabar. Allí, por ejemplo, se puede ver cómo Guillermo Martín toca su guitarra con siete cuerdas. ¿Siete? Sí, siete: las seis de siempre, y una séptima que va del puente a su cintura, a ver si un zumbido rebelde desaparece de una vez por todas. "Es un truco que le vi hacer a Marc Ribot", le explica Nisenson a Página/12. "Mirá cómo toco la guitarra con mis partes más íntimas", bromea Martín, viendo cómo el cable se le pierde debajo de los pantalones. Las sesiones de Sintonía son, en realidad, casi el último paso del proceso de gestación de un disco que ya se está haciendo interminable. Pero que sí tiene un comienzo preciso, recuerda Andrés. --La primera letra, como te dije, la escribí en la noche de Año Nuevo. O el día de año viejo, como más te guste. Digamos que me sentí conmovido por algunas cosas que me pasaron, y me puse a escribir textos. Que es algo que no me gusta hacer, no me gusta escribir letras sin la música, porque así los versos parecen más vulgares. Sin embargo, escribí esas cosas y se las iba leyendo a mis amigos. Lo que ahora es la canción "Paloma", por ejemplo, la escribí durante un par de días en La Pampa, donde habíamos ido a tocar con el grupo. De ahí esa división de sílabas que tiene, ese espíritu de campo. Así fue que, cuando volvimos a Buenos Aires, pedimos prestado el estudio de Javier por un fin de semana. Y en esos dos días les puse música a nueve de esas canciones. Seis el primer día. Incluso me acuerdo de que esa primera noche, después de hacer las primeras tres, nos fuimos a ver tocar a Ciro Fogliatta con Botafogo, después cenamos, y luego volvimos al estudio a terminar otros tres temas. Era algo muy loco, porque nos metíamos a grabar sin tener la canción en la cabeza. Grabábamos una base musical, y después había que elegir letras, dándole forma a la canción en el camino. Me acuerdo de que la pregunta de siempre era, en el medio de ese trabajo, levantar la cabeza en el estudio y preguntarles a los que estaban del otro lado de la consola si ya teníamos canción. --¿Nunca había trabajado así? --Para Alta Suciedad por momentos fue así. Pero nunca batiendo esos records, y siempre sin testigos, claro. Al final, esas sesiones duraron una semana, y cuando se me acabaron todas las letras teníamos dieciséis temas. Al final vino Pappo y grabamos "Desconfío", y yo pensé: 'Bueno, es el disco grabado en una semana, dieciséis temas y un cover, no está mal'. Pero cuando volví a Madrid, luego de una semana o dos sin hacer nada, un poco paralizado, nos metimos con los músicos y Guido en un estudio a hacer otras cosas. --Y ahí empezó a darse cuenta de que tenía más que el disco grabado en una semana... --Claro. Por un lado tenía eso, y por el otro terminé teniendo otros veinte temas más. Después viajé a Nueva York a mostrarle el material a Blaney, y me di cuenta de que todo sonaba bien también allá. Y desde entonces no paré. Al día de hoy tengo unas ochenta canciones, y me daría lástima tener que descartar alguna. Así que aún no sé qué voy a hacer. --Sea lo que sea, parece que va a ser un trabajo muy transparente, en carne viva. --Mirá, como sucede siempre en la vida, será transparente de un lado, y espejado del otro (se ríe). Con la mayoría de las canciones, lo que pasa es que la gente que me estuvo viendo muy cerca en la época que las compuse sabrá a qué me refiero con cada palabra. Pero creo que la gente, cuando las canciones salgan publicadas, las hará propias. Como siempre. --¿Este será su disco de adultez? --Es el que voy a seguir escuchando cuando ya sea un adulto, supongo... Si sigo vivo cuando termine este año, y siguen pasando los años, diez o quince, a partir de aquí la gente podrá decir "mirá qué piola que es este viejo....". --Qué es ese "si sigo vivo"? --Y bueno... a veces pienso que el punto final glorioso para el próximo disco sería suicidarme (ríe). --La inevitable pregunta final sería, entonces, si esta sangre en los surcos lo va a llevar hacia la sangre o hacia los surcos... --Y la única respuesta posible es decirte que con la sangre no se jode, ¿no?
|
|