--Me han oído hablar de los innumerables lugares donde recalé después de abandonar mi Caleao natal, pero hay uno que nunca quise mencionar --nos dice don Eliseo--. Si lo evité fue por temor a que ustedes, los parroquianos de este simpático bar, pudieran ver en mi historia alusiones personales y eso les molestara. Sobre todo proviniendo de un extranjero. Pero ahora que nos conocemos más y entramos en confianza, puedo contarla, seguro de no ofender a nadie. --Cuente don Eliseo, somos todo ojos y oídos. --En principio, debo decir que aquél no era un país distinto de tantos otros. Se habían sucedido varios gobiernos, a cual más calamitoso. De los dos últimos, el primero había llenado la cabeza de la gente con tantos discursos sin sentido, que terminó demoliendo las palabras y destruyendo el lenguaje. Durante ese mandato hubo gente que hacía apuestas sobre si el funcionario quería decir una cosa o la otra y finalmente renunciaba entender. El gobierno que le sucedió consiguió banalizar los hechos más terribles. Había tanta corrupción, asesinatos, muertes dudosas, que la gente se acostumbró y dejó de darle importancia. Cuando yo llegué se aproximaba una época de cambio. Los nuevos candidatos a gobernantes no se apartaban de la tradición: o gangsters o personajes con sangre de horchata. Muchos discursos, mucho brillo, muchos fuegos artificiales, muchos números optimistas, muchas promesas. Había un lema que algunos pobladores, muy pocos, hacían circular en voz baja: Primero llegan los shoppings y los hoteles cinco estrellas, después empiezan a aparecer los cadáveres. Pero en general aquella gente se resistía a ver el costado negro de la realidad. Se tapaban los ojos, se tapaban los oídos, se tapaban la boca. Y hasta se ayudaban a taparse unos a otros. ¿El término acostumbramiento les sugiere algo? --A mí algo me sugiere. Por ejemplo, nunca creí que podría acostumbrarme a convivir con mi suegra y sin embargo lo estoy logrando. --Yo nunca creí que podría acostumbrarme a vivir en un departamento de dos ambientes con mi mujer, los tres chicos, el gato y la perra, y sin embargo lo estoy logrando. --Yo nunca creí que podría acostumbrarme a vivir sin coche y viajar en colectivo, y sin embargo lo estoy logrando. --Veo que van bien encaminados --dice don Eliseo--. También en aquel país la gente se empeñaba con mucho énfasis en acostumbrarse. Y entonces pasó algo extraordinario. La Madre Natura es sabia y siempre trae soluciones. Los chicos empezaron a nacer sordos, ciegos y mudos. --¿Qué había pasado? --Mutación. Selección natural. Inmunización. Adaptación a las nuevas condiciones. La magia de los genes. --Pobres chicos. --No crean. Eran felices. --¿Cómo que felices? Debería aclararnos un poco ese punto, don Eliseo. --Muy fácil. Fíjense en los seres que habitan los abismos marinos o las oscuras cavernas a cientos y cientos de metros de profundidad. Son ciegos, sordos y mudos, y sin embargo subsisten y prosperan. ¿Por qué no podrían adaptarse a lo mismo los seres humanos? --Es un panorama desesperanzador, don Eliseo. --Podrán objetarme que en esas condiciones no hay muchas posibilidades de esperanzas. Pero les contestaría que, como compensación, tampoco habría frustraciones. Así que si en algún momento tienen la impresión de estar viviendo situaciones parecidas a las de aquel país, y no tuvieran cojones ni voluntad para resistirse a tantas calamidades, yo les sugeriría que esperen la intervención de la Madre Natura, que siempre está dispuesta a dar una mano. Y ya podrían ir imaginándose, ustedes y sus proles, flotando plácidamente, sin ver, sin oír, sin emitir sonidos, felices como las criaturas de las profundidades. |