Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


JULIO BOCCA Y MIKHAIL BARYSHNIKOV, DOS GRANDES DEL BALLET UNIDOS EN LA CARTELERA PORTEÑA

Doce postales del agitado fin de semana del joven maravilla

Fue una coincidencia que colmó aun los paladares más exigentes: el argentino el Luna Park y el ruso en el Teatro Colón deslumbraron a expertos y neófitos. El argentino estará hasta fin de mes, con distintos programas; el ruso concluye hoy su tercera visita a Buenos Aires.

na32fo01.jpg (5911 bytes)
Por S. S.

t.gif (67 bytes)  Escena 1: Luna Park, Interior, día. La imagen es inusual: cuatro jóvenes coreógrafos (Gustavo Lesgart, Inés Sanguinetti, Marcela Criquet y Diana Szeinblum), de espaldas a la platea casi vacía del Luna Park, conversan intentando acordar criterios sobre movimientos y diseños espaciales. Un hombre menudo (Ricky Pashkus), conduce con mansa autoridad a un grupo de jóvenes bailarines preguntándoles repetidas veces si su explicación es clara. Un bailarín hasta el momento en reposo se acerca al borde del gran escenario a pedir el tema "Muchacha (ojos de papel)", de Luis Alberto Spinetta. Una lluvia de flashes lo baña. Es Julio Bocca. Corte.

Escena 2: Primer plano: "No me interesa para nada hacer coreografía, me fascina estar en el escenario y en el set de filmación, pero delante de las cámaras", dice Bocca ante un cerco de grabadores en uno de los últimos ensayos de Bocca Rock Nacional, parte de la actual temporada del Ballet Argentino. "El trabajar con diferentes coreógrafos tiene que ver con tratar de abrirse un poco más y dejar caer las anteojeras. Poder adecuarse a diferentes estilos muy marcados, como lo son el de Ana María Stekelman u Oscar Araiz, del cual presentaremos El carnaval de los animales como segundo programa, o aun a una coreógrafa como Diana Szeinblum, con elementos teatrales, que ha trabajado con Pina Bausch. O lo de Inés Sanguinetti, que construye todo fuera de equilibrio, donde el impulso de uno provoca el movimiento del otro. Se trata de un crecimiento en lo personal y para la compañía."

Escena 3 (flash back): Interior, día, escenario. Un sillón, un hombre que espera, una mujer que aparece, los primeros acordes de "Muchacha ...". Ambos se encuentran, ella despliega una seducción que incluye bailar en puntas de pie y mover articuladamente sus brazos, como lo haría un cisne. El la levanta y, haciéndola apoyar sus caderas sobre las propias, giran con las piernas de ella estiradas hacia lo lejos. ¿Julio Bocca y Luciana Paris en una versión 1998 del ya clásico tema? Fundido a negro.

Escena 4: Platea: Tres mujeres en sus treinta y pico hablan sobre las sensaciones que les provoca el estrenar coreografías propias en el Luna Park. "Estoy aterrada", bromea Inés Sanguinetti. "A mí, en cambio, me divierte. Creo que el Luna le va muy bien al rock", apunta Diana Szeinblum. Marcela Criquet da una tercera posición: "Yo vivo todo esto con una inconciencia total, son mis primeras armas como coreógrafa ..." Entra en cuadro Ricky Pashkus, "integrante de la familia Bocca/Patalano", coordinador del trabajo de los cuatro convocados: "Yo ya había integrado proyectos colaborativos, como la revista del Maipo, donde tuve que `dirigir' nada menos que a Oscar Araiz. Sé para quién trabajo y tengo claro que se trata de coordinar. Cuando Julio me llamó por el proyecto del rock, él mismo me pidió que convocara a gente joven. El hecho de tener que compartir entre los cinco la mirada hizo que tuviéramos que ceder constantemente en función de llegar a un puerto común". Puesto a explicar la selección de temas que integran Bocca Rock Nacional, Pashkus dice: "Se tomaron canciones de toda la historia: algunas por su gran impacto en el imaginario popular y otras por la temática de su letra o la dinámica musical". Corte.

Escena 5: Luna Park, Interior, noche. La sala repleta, a oscuras. El telón se abre. Grand Pas de Deux de Don Quijote. El público aplaude (algunos gritan) al comienzo, al cierre de cada una de las secciones y, por supuesto, al final. Bocca y sus bailarinas agradecen.

Escenas 6 y 7: Transcurren Suite Generis (música de Haydn/Haendel) y Tarde en la siesta (música de Ernesto Lecuona), dos coreografías de Alberto Méndez. La primera es un neoclásico trío à-la-Ballanchine y la segunda un pas de quatre de aires románticos que recuerda a Mujercitas de Louise May Alcott. Buenas interpretaciones para estos trabajos que Méndez resuelve con alta artesanía y momentos de rara belleza.

Escena 8: La consagración del tango, de Ana María Stekelman, sobre una compaginación en la que Edgardo Rudnitzky combina a Igor Stravinsky con Astor Piazzolla. Impactan el comienzo, con Bocca en el centro rodeado de una roja pollera (recuerda en algo a la Consagración... de Araiz) y la energía del grupo de bailarines, que parece haber cambiado completamente. ¿Son realmente los mismos? Van entrando a escena varias parejas de tango que se combinan con grupos de mujeres y varones en fuertes movimientos que evocan otras versiones de Consagración ..., como la de Pina Bausch. Memorable el dúo de varones bailando un tango. La "elegida", semidesnuda, es atrapada por Bocca. Fundido a negro.

Escena 9: Interior, noche, foyer. Señora cincuentona: "Qué rara la última obra, ¿no?". Su hija veinteañera: "A mí me gustó la segunda. ¿Por qué no sacaste entrada para lo de rock?". Corte.

Escena 10: Interior, noche, sala: Se abre el telón. Grupo de diez bailarines a contraluz. Comienzan a interpretar Desde lejos, coreografía de Mauricio Wainrot y música de Wim Mertens. "¿Dónde está él?", pregunta la señora de la fila de atrás. Se desarrolla la obra, puro movimiento en un estilo deudor de José Limón: fluidez ininterrumpida en los cuerpos a través del espacio. En un momento, un bailarín se desprende del grupo, salta, gira, cae. "¿Es él?", duda la misma señora. Sí, Bocca casi como uno más.

Escena 12: Flash back, primerísimo primer plano: "El equilibrio entre el trabajo y el placer se da sin conflictos. Lo del sacrificio del bailarín es relativo: si bien yo estoy ensayando todo el día, a esta altura la danza es parte de mi vida, y no mi vida parte de la danza". Fin.


Con el corazón en los pies

 

 

Por Silvina Szperling

t.gif (862 bytes) Hay bailarines buenos, regulares y malos, a montones. Hay bailarines excelentes, muchos menos. Existen incluso bailarines excelsos, que recrean los movimientos propuestos por un creador y los jerarquizan. Y hay bailarines artistas, unos pocos en la historia del ballet. En dos funciones de una serie que culmina esta noche en el Colón, el público argentino pudo presenciar en acción a uno de ellos, casi un sobreviviente de otra era: el ruso Mikhail Baryshnikov.

Alejado de las calzas ajustadas, del despliegue muscular y las grandes producciones que lona33fo01.jpg (7097 bytes) hicieron famoso más allá del ballet, Baryshnikov desarrolló un camino de búsqueda personal que no se detiene ante las tentaciones del halago, el dinero o la farándula, aunque tampoco las desprecie. Habiendo atravesado estilos disímiles como el ballet (bailó todos los clásicos), el neoclasicismo de la mano de George Ballanchine y Jerome Robbins, la danza moderna y la comedia musical con Twyla Tharp, entre otros, recaló en un proyecto personal emparentado con la vanguardia de la danza contemporánea, el White Oak Project. Y con él termina un recorrido que parece sintetizar su versión de la historia de la danza.

El espectáculo que trajo a Buenos Aires se compone de una serie de solos intercalados con interludios musicales a cargo del White Oak Chamber Ensamble. Así, abre la noche el 4º movimiento del cuarteto de cuerdas en Do mayor, K. 465, de Mozart, preparando el clima para "Tryst" ("Cita"), coreografía de Kraig Patterson sobre un concierto de Bach. Con sencillez propia de un grande, Baryshnikov despliega suavemente los movimientos que Patterson ha enlazado con cierto romanticismo. Lo hace sin apuro, como deleitándose en la ejecución de cada uno de ellos, transmitiendo sabiduría desde la profundidad de la conexión con su cuerpo, al que moldea no desde el dominio entendido como transposición de los límites naturales, sino desde el conocimiento y el amor por la cotidianidad del trabajo.

La siguiente intervención del cuarteto propicia la intervención de Ginastera, que impone su ritmo abriendo el juego a vertientes no europeas con "Dance with Three Drums And Flute", composición coreográfica de Tamasuro Bando. Lejos de intentar una versión complaciente de las enseñanzas de Bando acerca del teatro Kabuki, Baryshnikov se zambulle completamente en el orden cartesiano de esta obra, basada en una danza tradicional japonesa y cuyo ascetismo demanda al público del Colón disciplinar la mirada. Sólo así se puede acompañar la precisión del diseño, la contención energética y el desarrollo de una coreografía que no adhiere al concepto de comienzo, conflicto, desarrollo y conclusión, sino que conduce a un fin idéntico al punto de partida.

na33fo02.jpg (6043 bytes)"In Memoriam Jerome Robbins" contiene fragmentos de "Other Dances" y "A Suite of Dances", piezas creadas para este bailarín, quien rinde homenaje a uno de los coreógrafos que le abrieron la puerta hacia nuevos rumbos en los tiempos del New York City Ballet. Mediante la valoración del mínimo gesto y del espacio entre dos movimientos, Baryshnikov genera un clima de melancólica suavidad. Luego del interludio que impone un fragmento del Cuarteto con piano en La mayor de Brahms, el espectáculo da paso a su culminación: "HeartBeat: mb". Sobre un escenario que cuenta sólo con los trastos que habitualmente se ocultan como escenografía, el único objeto en escena es un artefacto que el artista mismo enciende, dando comienzo a una manifestación de desnudez total: la transmisión de sus propios latidos. Como testigo de un momento de máxima entrega, en el que no está presente el romanticismo culturalmente asociado al corazón, el público asiste a una experiencia signada por la crudeza. Sobre idea y direción coreográfica de Sara Rudner, el sonido diseñado por Christopher Janney refleja los diferentes estados del hombre que está en escena. No más artificio, la realidad en estado puro. Cada una de las personas presentes late con los vaivenes del ritmo irregular que acompaña las variaciones de intensidad, velocidad y, tal vez, emoción del intérprete.

Cuando Misha lo necesita descansa, y su ritmo se aplaca un tanto. Cuando tiene ganas juega, ejerciendo un contrapunto entre el sonido y el movimiento. Corre, se acuesta como un niño, baila al estilo breakdance, improvisa. En un momento irrumpen voces que contabilizan los latidos y luego la música de Samuel Barber (el adagio de su Cuarteto de cuerdas), que se suma imprimiendo un nuevo dramatismo. Finalmente, el hombre se detiene, y el sonido se silencia. Pero las luces se encienden nuevamente y Baryshnikov sale a recibir los interminables aplausos que el público, agradecido, le prodiga. Vivito y coleando. Más que un alivio.

 

PRINCIPAL