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Por Cristian
Alarcón desde Cipolletti Primero desde los fondos de Cipolletti --allí donde comienzan
las chacras rodeadas de álamos, cerca del último lugar donde se vio a las tres chicas
asesinadas--, 50 mil personas, una buena parte de los habitantes de la ciudad, marcharon
en el "Día del Dolor, la Justicia y la Esperanza": el primer aniversario de la
aparición de las víctimas del triple crimen. Había en ese tumulto todo tipo de hombre y
mujer, niños y chicos incendiarios. Había pastores con todos sus fieles a cuestas y
madres con ristras de hijos con los mocos colgando y las zapatillas llenas de agujeros.
Estaban los familiares de víctimas del resto del país y caminaban también miembros de
esa clase alta del Valle, de cuyos hijos se sospecha como de la mala hierba que se huele
desde lejos. Al final, después de un acto en la vieja estación del pueblo, un grupo
prefirió la acción directa. Entre estudiantes y agrupaciones de izquierda, un centenar
de pibes de entre 13 y 20 años apedreó la Comisaría 4ª hasta no dejar un solo vidrio
sano, quemó un muñeco, y luego intentó prender fuego al "símbolo de la
corrupción". La policía reprimió. Hubo siete detenidos, cuatro de ellos golpeados
salvajemente. La mediación de distintas iglesias y la protesta durante toda la tarde
frente a la 4ª terminaron por liberarlos. Para la familia de las chicas, lo de ayer fue
un Cipollettazo al estilo del producido en 1969: un golpe en el hígado del gobierno
provincial.
Durante el último año, desde que el 11 de noviembre de 1997 aparecieron los cuerpos baleados, cortajeados y violados de María Emilia y Paula González y de Verónica Villar, una de las constantes ha sido la amenaza a testigos. A Aravena lo asesinaron en agosto y lo decapitaron para dejar claro hasta dónde pueden llegar los brazos de los culpables. Por eso en la ceremonia religiosa con la que comenzó ayer la manifestación todos los oradores intentaron exorcizar el miedo de quienes, si hablan, podrían aportar los datos para condenar a los asesinos. "El que sabe qué pasó y no denuncia también es un cómplice", dijo en su discurso el rabino Daniel Goldman, representante de la comunidad judía, y quien compartió escenario con el obispo rionegrino Pedro Pozzi, y el pastor Aldo Etchegoyen. Hasta el momento, la hipótesis en la que confían los familiares de las chicas, y ahora también el juez, es la de que los responsables son civiles hijos de familias con poder económico y político en la zona, además de unos seis policías de Cipolletti. Luego, una cadena de encubrimientos, como la que se ha dado en cada crimen cometido por el Estado en otras provincias, destinada no sólo a tapar esta matanza sino una red de corrupción que incluiría desde los autos robados hasta el tráfico de drogas a gran escala. Los miles bajo un sol implacable a la mañana cantaban con las manos entrelazadas ese himno naif, especie de conjuro: "No tenemos miedo, no tenemos miedo, vamos a vencer". El sonido de la rabia de los cipoleños se mantuvo contenido en eso y en los aplausos durante toda la caminata. Al frente de la columna iban tres chicas vestidas como ángeles, de largo blanco y cubiertas de las fotos enormes de cada una de las asesinadas. Enseguida enfilaban los González, los Villar, los Bordón, Rosa Bru, María Teresa Schiavini, los Morales, la hermana Martha Pelloni, el padre Luis Farinello. Se dobló por la avenida Alem, con un boulevard en el medio y el pasto tuvo que ser pisado por la multitud que no cabía en el asfalto. "Son doce cuadras de gente y se espera más en la plaza", relataba un cronista de una radio comunitaria desde un teléfono público, al paso. Se llegó a la ex plaza San Martín, hoy Plaza de la Justicia, y se pasó de largo, a una cuadra, de la Comisaría 4ª, por donde se había decidido no pasar para evitar incidentes. El destino final fue un parque en construcción en los viejos terrenos del ferrocarril que por aquí ya no transita. Sobre el escenario se instalaron casi cuarenta familiares de jóvenes asesinados por la policía en Río Negro y el resto del país. Los ángeles, otra vez al frente. Tiziana Musari, una nena del Sunrise, el secundario donde estudiaba Paula Micaela, dijo: "Después de un año, no aceptamos caminar con miedo por estas calles. No apaguemos el sol que Paula encendió. Ante todas las cosas, ella era una persona justa". Alejandra Cortés, una compañera de María Emilia, de la Facultad de Ciencias de la Educación, se encargó del reclamo político: "Denunciamos la lentitud, la falta de voluntad política" para esclarecer el crimen. "No puede ser que hasta el día de hoy no hayan interpelado al ministro de Gobierno, que a dos días del crimen dijo que si en 48 horas no se esclarecía, él renunciaba al cargo", recordó. Sobre el techo verde de la vieja estación convertida en un centro cultural, doce pibes de barrio hacían equilibrio. "Justicia", gritaban con las manos en paréntesis sobre la boca. Terminado el acto seguían allí arriba y más tarde se los vería atacando con furia las paredes de la comisaría sospechada de cómplice. Las amas de casa y sus chicos hacían cola al costado del escenario para besar a Ada Rizzardo, la mamá de María Soledad Morales; saludar a Rosa Bru, la mamá de Miguel, el estudiante desaparecido en La Plata, o a la monja Pelloni. Susana González decía: "Para esta época, en el '69, cuando tuve a mi hijo varón, Diego, fue el Cipollettazo, y se sacó a un intendente dictador. Esto también es un Cipollettazo. La seguridad que el poder político no le dio a la Justicia para que investigara, hoy se la dio la gente". Hablaba de cambios en la correlación de fuerzas.
MANIFESTANTES ATACARON UNA SECCIONAL Y FUERON
REPRIMIDOS Por C.A. Desde Cipolletti. Todo había transcurrido sin problemas. Los detalles más mínimos estaban pensados por la Comisión de Apoyo al esclarecimiento del crimen, que funciona desde hace un año como el brazo político y operativo del dolor en Cipolletti. Pero hacía por lo menos un mes que en la ciudad se esperaba el encontronazo. Ayer, fueron algunos jóvenes y pobres quienes arremetieron contra la policía que había cerrado puertas y ventanas y había escondido la cabeza ante el grito de la multitud. El número de asistentes a la marcha ya había llegado a Viedma. La orden que bajó desde la oficina del gobernador Pablo Verani, según confirmó a este diario una fuente oficial, era no reprimir, al menos en principio. Entonces, a la furia adolescente se la dejó ser durante más de media hora. Hasta que sobrevinieron los gases contra estudiantes, violentos y periodistas. Luego, las palizas a los detenidos y los golpes a la prensa, odiada por la institución. Algunos medios hablaban ayer de "infiltrados". Y no pocos sacaron a relucir una supuesta acción del grupo Quebracho. Pero no había entre los manifestantes de pocos años y remeras rockeras de La Renga y los Redondos, una mínima consistencia ideológica. Estudiantes y agrupaciones de izquierda marcharon hasta la comisaría 4º, como lo habían decidido en asambleas. Los pibes de las barriadas cada vez más paupérrimas de la ciudad se prendieron a la propuesta. Uno tiró una piedra con una gomera desde el fondo. Le siguió otra.
Ante la falta de respuesta, a los minutos ya levantaban baldosas y escombros, rompían los
mármoles del colegio secundario Manuel Belgrano y los arrojaban contra la controvertida
seccional. Quemaron un muñeco y cuando ya no había vidrios para romper, quisieron meter
fuego por las ventanas. La policía respondió con gases lacrimógenos a mansalva. Cuando
dispersó a los manifestantes, salió a la caza de las presas fáciles. Tomó a siete, y a
cuatro de ellos los molieron a patadas. Fueron liberados por un juez a media tarde,
después de que Martha Pelloni y Luis Farinello llegaran a la comisaría. |