Por Juan Forn
Un nuevo subgénero
parece haber surgido dentro del cine: las películas basadas en libros de Elmore Leonard.
Pueden ser cancheros ejercicios de slapstick noir (como en Get Shorty-El nombre del
juego), thrillers setentistas (Jackie Brown-Triple traición) o inesperadas comedias
románticas, como es el caso de Un romance peligroso (Out Of Sight). No importa que todos
los libros de Leonard se parezcan bastante entre sí: cuando caen en buenas manos, se
convierten en el envase perfecto para que ciertos niños descarriados (Quentin Tarantino,
Barry Sonnenfeld y ahora Steven Soderbergh) vuelvan a la buena senda. Hasta
hace poco, el pobre Leonard parecía condenado a ser un escritor de segunda, cuyos libros
circulaban mayormente en esas ediciones de bolsillo que se venden en aeropuertos, así
como las películas basadas en sus libros parecían tener destino seguro de relleno en los
estantes más olvidables de los videoclubes. Entonces Barry Sonnenfeld le propuso filmar
Get Shorty y las cosas dieron un vuelco: poco después Tarantino eligió otra novela suya
(Rhum Punch) para hacer Jackie Brown y enseguida Sonnenfeld y Danny DeVito le pidieron al
escritor otra novela para llevar al cine, con el taquillero George Clooney al frente del
reparto. Leonard estaba terminando la historia de un ladrón de bancos no violento (jamás
usó un arma en sus asaltos) que se ha pasado la mitad de la vida entrando y saliendo de
prisión y que, en una de sus fugas carcelarias, se topa con una bella aspirante a agente
del FBI. Sonnenfeld y DeVito le compraron de inmediato los derechos.
La elección del realizador fue inesperada: luego de dirigir Hombres de negro, Sonnenfeld
prefirió mantenerse en un segundo plano, como productor, y sorprendió a medio Hollywood
llamando a Steven Soderbergh, el niño prodigio de Sexo, mentiras & video, que nunca
logró repetir su éxito inicial (su filmografía posterior incluye joyas como El rey de
la colina, bodrios como Kafka y un psicodrama noir llamado The Underneath, las tres
estrenadas aquí sólo en video). Y Soderbergh, a su vez, sorprendió a la otra mitad de
Hollywood: optó por no seguir al pie de la letra los seguros pasos de Sonnenfeld en Get
Shorty, evitó el obvio producto canchero (en los diálogos, la cámara, las
actuaciones y la banda de sonido), quizá sabiendo que Tarantino estaba haciendo otro
Leonard al mismo tiempo. Optó por hacer una comedia romántica a partir del thriller
original.
Como primera medida, despojó al ladrón de bancos del aura de lumpenaje white trash que
caracteriza a todos los personajes de Leonard: sabiendo que contaba con Clooney,
Soderbergh y el guionista Scott Frank le dieron un aire à la Cary Grant en Para atrapar a
un ladrón, que se potencia con la presencia de Jennifer Lopez. Hacía tiempo que no se
daba tanta química en una pareja protagónica: especialmente en una pareja que no se
caracteriza por su nivel actoral. Soderbergh evidentemente lo sabía y agregó una astucia
estructural a la película que disimula las limitaciones actorales de la explosiva pareja:
quebró la linealidad del argumento policial para lograr una historia que va y
viene vertiginosamente en el tiempo, de la misma manera que los errores del pasado cruzan
como flashespor la cabeza de ese ladrón de bancos y por la memoria de esa aspirante a
agente del FBI que hace sufrir tanto a su padre porque nunca se enamora del hombre
indicado. De hecho, la película se eslabona como una sucesión de grandes escenas ,
cuyo hilo conductor es el efecto hipnótico que tuvo en ambos protagonistas su primer
encuentro y descarado flirteo ... dentro del baúl de un auto.
Desde Los Angeles al desnudo (LA Confidential) y Juegos de placer (Boogie Nights) no
había una película que tuviera tantos personajes y estuviese tan bien contada. Los
famosos en roles secundarios (o cameos sin crédito) están a la orden del día: Michael
Keaton (haciendo al mismo agente de policía que hacía en Jackie Brown) es el fugaz novio
de la espectacular (y culona, vale agregar: es notable el tamaño del culo de Jennifer)
dama al comienzo de la película; el impagable Dennis Farina es el sufriente padre; el
compadre de felonías de Clooney es Ving Rhames (el Marcellus Wallace de Pulp Fiction);
Albert Brooks (el locutor que transpiraba en Detrás de las noticias) es un banquero
estafador que termina en la misma cárcel que Clooney; Nancy Allen (la chica de Vestida
para matar) es su casera-amante; y Samuel Jackson aparece como un inquietante presidiario
experto en fugas, en los últimos minutos del film.
Pero el atractivo mayor de Un romance ... reside, en partes iguales, en la pareja
principal y en la astucia con que resucita un género moribundo: cuando ya parecía
imposible una comedia romántica que no fuera cursi, sosa y bienpensante Soderbergh
encontró el punto justo de aspereza y encanto, amparándose en la vieja fábula de la
rana y el escorpión (Te pico porque está en mi naturaleza) que había usado
Neil Jordan en El juego de las lágrimas. El ladrón interpretado por Clooney y la
policía interpretada por Lopez son tal para cual precisamente porque padecen el mismo
síndrome: no pueden dejar de ser la policía y el ladrón que son. Así les va.
Woody, no me parece bien que te hayas
casado con una china
Cuatro films renuevan hoy a full la cartelera
cinematográfica porteña, en un lote encabezado por una comedia romántica, aunque de
tono policial, de Steven Soderbergh, en cuyo centro está la química de los
protagonistas. El documental sobre el geniecillo de Manhattan es una perla para voyeurs
allenmaníacos que, se sabe, hay por miles en Buenos Aires.
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La relación entre Allen y Soon-Yi Previn es
central en Blues del hombre salvaje, de Barbara Kopple.
Entre las escenas inolvidables está la de la visita del equipo a la casa de los padres
del director.
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Por Luciano Monteagudo
¿Quién es Woody Allen?
¿Es el mismo que año tras año nos hace pasar dos de las mejores horas de nuestra vida,
con cada una de sus nuevas películas? ¿Es el hipocondríaco, maniático, paranoico y
romántico que nos ha hecho creer que es desde Sueños de seductor hasta Todos dicen te
quiero? ¿O hay otro Allen detrás de la máscara de Woody? Blues del hombre salvaje, el
documental de Barbara Kopple (la cineasta norteamericana más reconocida en su campo,
ganadora en dos oportunidades del Oscar de Hollywood al mejor documental) no responde a
ninguna de estas preguntas. Al menos, no las responde a fondo, como si nunca se hubiera
propuesto mucho más que el típico film de gira de un grupo o un artista, a la manera de
los rockumentaries de los años 70. Claro, la diferencia está en que nadie se
interesaría por la modesta New Orleans Jazz Band si no fuera porque el esmirriado
clarinetista del conjunto es Mister Allen. El mismo no sabe muy bien qué hace allí, en
medio de ese tour agobiante (18 ciudades de Europa en 23 días), acosado por los paparazzi
como si fuera Mick Jagger, lejos de sus rutinas en Nueva York y de su ritual jam session
semanal en el pub, donde viene tocando todos los lunes desde hace más de veinte años.
Salvo la gira en sí misma, a la que Allen mismo considera una digresión en su trabajo,
no hay sorpresas en Blues del hombre salvaje. Ya se sabe que en Europa la gente lo ama
tanto como en Buenos Aires, que Woody quiere a París como si fuera su segundo hogar
(Me gusta su clima gris, sus días de lluvia, caminar por sus calles sin sol,
dice), que también adora Venecia, aunque un paseo en góndola pueda parecerle una
pesadilla y hasta fantasee con que el gondoliere bien puede estrangularlo a la vuelta de
algún canal oscuro y serpenteante. Woody se viste exactamente como en cualquiera de sus
películas, con su eterno pantalón de pana (un número más grande de lo que le
corresponde) y una camisa arrugada. ¿El clarinete? No toca mal, pero él es el primero en
reconocer sus limitaciones, en el comienzo mismo del film, casi como si pidiera disculpas.
Sucede que tocar ese jazz gutural, primitivo lo hace feliz: No hay nada cerebral
entre uno y el sonido, explica. Y hasta arriesga una metáfora: Es como darse
un baño de miel.
Hay algo, sin embargo, en este Wild Man Blues que lo hace un film especial, distinto a los
demás de Allen y es su nueva partenaire. Si a lo largo de su obra Woody fue dando pruebas
de su amor a Diane Keaton primero y a Mia Farrow después, aquí le llega el turno a
la notoria Soon-Yi Previn, como él mismo la presenta en uno de los tantos
agasajos que debe padecer a lo largo de la gira. Ella es la única, auténtica novedad de
la película de Kopple, y Kopple lo sabe. Ahí está, por fin, la posibilidad de mirar un
poco por el ojo de la cerradura y ver cómo es la actual esposa de Allen, la que provocó
el escándalo y la demonización. Y ella también, claro, parece salida de una película
de Allen, un poco como Mariel Hemingway en Manhattan o Juliette Lewis en Maridos y
esposas, una joven siempre en control de la situación, casi una adolescente (aunque ya
tenga 27 años), que al mismo tiempo que se permite retarlo por todo y darle lacomida que
a ella no le gusta. Y que no tiene problemas en reconocer que nunca leyó ni una sola
línea de lo que escribió Woody y que ni siquiera vio uno de sus auténticos clásicos,
Annie Hall.
El final de Wild Man Blues también parece una de las tantas ficciones (¿ficciones?) de
Allen, un almuerzo en el infierno, una visita a la casa de sus padres nonagenarios, en la
que la madre, como si la cámara no estuviera presente, le dice a Woody, delante de
Soon-Yi: No me parece bien que te hayas casado con una china. Hubiera preferido una
buena chica judía. Parece un diálogo de Los secretos de Harry, pero con la
diferencia de que allí no hay guión ni ensayos previos. Es pura materia prima.
LA MEJOR DE MIS BODAS, DE FRANK
CORACI
¿Qué clase de mundo es éste?
Por Dolores Graña
 Peinados kilométricos, Wall Street, American Psycho, Dire
Straits, los dos Bruce (Springsteen y Willis): 1985 en Estados Unidos. En medio de la
fiebre consumista, todavía hay quien adora los animales, trata bien a las viejitas y
considera el casamiento como la mejor forma de realización personal. Sí, Robbie Hart
(Adam Sandler) quiere casarse a toda costa con su novia Linda (Angela Featherstone),
rezago de tiempos mejores, cuando era el líder de una prometedora banda de rock local.
Pero las cosas son diferentes ahora: el cantautor inédito dedica sus días a animar
casamientos, barmitzvahs, comuniones y cualquier tipo de evento social que involucre
cantidades monumentales de comida y mucha gente extraña que tiene que compartir la mesa.
Todo transcurre apaciblemente en las vísperas de su casamiento, en donde conoce a Julia
Sullivan (Drew Barrymore) una encantadora camarera que pena porque su prometido no se
decide a dar el gran paso. De pronto, lo inconcebible sucede: Linda lo planta en el altar,
a él que da clases de música a viejecitas deseosas de sorprender a su marido en sus
bodas de oro y no les cobra, siempre tiene una palabra de aliento para recién casados en
problemas y busca desesperadamente la sonrisa de mamá. ¿Qué clase de mundo es éste?
Aquí arranca lo mejor de la película: Robbie entra en un trance psicótico y decide
arruinar cuantos casamientos pueda, arremetiendo con una versión inolvidable de Love
Stinks (El amor apesta, de la J. Geils Band) e incitando a la rebeldía a esos
indeseables que se encuentran en todos los casamientos. Julia por fin recibe el pedido de
mano, justo en el momento en que Robbie decide dejar el negocio, dejándole el camino
libre a su competidor (cameo de Jon Lovitz, el de la gloriosa The Critic, en una
desopilante parodia de Tom Jones en Las Vegas). El cantante de bodas decide ayudar a Julia
a organizar su casamiento, puesto que el novio (decálogo del perfecto yuppie) no parece
demasiado interesado en tales minucias. Robbie descubre que Glenn es un mal tipo, que
engaña impunemente a la adorable Julia y que sólo él puede hacerla feliz y el gran
cameo de Steve Buscemi (un padrino amargado por el destino) pasa al olvido y todo se
encarrila para el lado más fácil.
La mejor... es una comedia romántica redondita, de ésas en las que el placer no está en
la sorpresa o la perspicacia de los diálogos, sino en la posibilidad de adivinar todas y
cada una de las mínimas vueltas de tuerca del guión y decir ¿Viste?. Y una
película de época, en donde todo está supeditado al verosímil ochentista: una
excelente banda de sonido, guiños a famosas parejas ya disueltas, modelitos
inverosímiles o la obsesión del tecladista de la banda de Robbie (el pintoresco Alexis
Arquette) por cantar una y otra vez la deprimente Do You Really Wan To Hurt Me? de Culture
Club. Sandler (retoño de la cantera Saturday Night Live y extraño clon de Bob Dylan)
pone en escena burlas indoloras y chistes simpáticos, como si todo el tiempo estuviera
pendiente de no pasarse de la raya, en no ofender a nadie y seguir siendo el preferido de
las madres. Es en los pocos momentos en donde se olvida de serlo cuando puede vislumbrarse
la gran pequeña película que se perdió de filmar.
ANTZ, OTRO PRODIGIO DE LA FACTORIA
DE STEVEN SPIELBERG
Un film con destino de hito generacional
Por Martín Pérez
 En uno de los diálogos más memorables del film Last days of
disco, tercer opus del director norteamericano Whit Stillman, uno de sus protagonistas
asegura que el ecologismo tuvo su punto inicial con una película de dibujos animados.
Todo comenzó, según el guión de Stillman, con una generación de niños angustiada al
ver morir a la madre de Bambi víctima de un cazador inescrupuloso. De la misma manera,
Antz tal vez deje su marca en el mundo. Porque, después de identificarse con los
protagonistas del flamante film animado de Dreamworks, la factoría de Steven Spielberg,
quizá toda una generación lo pensará mucho antes de pisar una hormiga. Las hormiguitas,
son protagonistas, al fin y al cabo, de esta comedia romántica y de aventuras
estelarizadas en el original por las voces de Woody Allen y Sylvester Stallone, entre
otras.Aqui los chicos verán la versión doblada al castellano y habrá funciones
nocturnas subtituladas para los adultos, que acaso la disfrutarán mejor.
Desde su primera escena, Antz deja bien en claro qué clase de película quiere ser.
Mientras la cámara va internándose bajo tierra hasta llegar a mostrar el hormiguero
desde dentro, la historia se presenta a través de una voz en off. Mi madre no me
prestaba la suficiente atención, se queja un paciente que está siendo
psicoanalizado. Claro, se hacía muy difícil siendo el niño del medio ... de una
familia de cinco millones de hermanos. El truco es sencillo: las maravillas de la
animación para fascinar a los chicos, los guiños en los diálogos para entretener a los
padres. Así es como adultos y niños se dejan llevar por la clásica historia como
bien resume la voz de Allen al finalizar el film de cómo un chico conoce a
una chica, y termina cambiando el orden social imperante. El chico es Z (Allen). La
chica es la princesa Bala (con la voz de Sharon Stone), destinada a casarse con el
desagradable y genocida General Mandíbula (Gene Hackman). Y el orden social imperante es
el que decide, desde su nacimiento, el destino de cada hormiga: obrero (como Z) o soldado
(como Weaver/Stallone, su mejor amigo). Pletórica en escenas asombrosas como la
hormiga maravillada por lo que ve, antes de morir chamuscada,Antz es algo lenta y
algo esquemática. Se trata de animación computada, y dentro de esos parámetros se
extraña la libertad de la animación tradicional (que sólo se disfruta en la escena en
que las larvas se enteran si van a ser obreras o soldados). Eso sí, cada frase de Allen
vale. Como su opinión cuando las hormigas marchan a enfrentarse con sus vecinos: En
vez ir a la guerra, ¿por qué no influimos en su proceso democrático?.
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