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Por Fernando DAddario En el cambalache poco tanguero que propone este fin de siglo, Eladia Blázquez puede honrar la vida eligiendo el centro como mirador de su corazón al Sur y montar un espectáculo de emotiva poesía urbana para festejar la institucionalización del porteñismo-shopping: el lunes participó como guionista de un evento artístico que se realizó a propósito de la inauguración del Complejo Comercial del Abasto. Una imagen que seguramente no sobrevoló los sueños (ni las pesadillas) de Carlos Gardel y Luca Prodan. Eladia reconoce que le es difícil acomodar su sensibilidad al irreversible proceso de macdonalización que corroe el tejido social. En mi alma guardo un poco de melancolía y otro poco de buen humor, subraya en una entrevista con Página/12. Quizá la resultante de eso sea la ironía, que inunda muchas de mis canciones. Ya sé que esta remodelación del Abasto es una historia comercial, pero el sentimiento sigue estando allí. Ese es un lugar donde los recuerdos van a permanecer. Es un símbolo de la ciudad que fue y de la que vendrá. La autora de Honrar la vida, que acaba de editar el disco La mirada, no quiere perderse el fin de siglo. No puedo quedarme encerrada en el pasado. Me compré una computadora y trabajo con ella, porque el que no la ve, se queda afuera. Tampoco me entrego mansamente a la informática. La computadora es un potro que quiero domar, utilizarlo a mi servicio, y para eso tengo que dosificar su uso, así no me siento absorbida. Ella se crió en Gerli, partido de Avellaneda, entre mates, novelas de Stendhal y poesías de García Lorca que le recitaba su abuela. Es autodidacta. Comenzó interpretando canciones españolas, pasó por el folklore, se hizo famosa a través del tango y también abrevó en las baladas, pero asegura que la música que más le gusta es el jazz, y el primer tema que compuso, Humo y alcohol, es un blues. Cosas de la vida. Me falta esa base que da la escuela. A veces tengo que recurrir al diccionario cuando no sé si algo que estoy escribiendo tiene algún error gramatical. Lo miro, lo vuelvo a mirar y me digo: Esto será muy emotivo, pero está muy mal escrito..., reconoce. En su momento aceptada a regañadientes en el ambiente del tango, hoy es un clásico, y eso, de algún modo, la incomoda: No me siento tanguera, y digo más, tengo las pilas de un rockero, dice. Es sintomático que cuando se habla de los últimos poetas del tango, se la mencione junto a Horacio Ferrer, a Héctor Negro, que llevan más de treinta años en esto... Es que la de fines de los 60 fue la última movida que se vivió en la música popular. Nosotros, es decir, la generación que nos incluyó junto con Susana Rinaldi, Rubén Juárez, Raúl Lavié, etc., pensamos que íbamos a tener aquí nuestra propia bossa nova, pero la Argentina no es Brasil. Ellos están orgullosos de su cultura, en cambio los argentinos no nos amamos tanto. Y nos quedamos a mitad de camino. Los tradicionalistas se quedaron en la suya y los jóvenes ya le habían entregado su oído al rock. Hoy el tango es nuestra música clásica. Se dijo alguna vez que usted es Discépolo con polleras... Bueno, me halaga muchísimo, pero tal vez yo tenga un poco más de esperanza que él. Si en la balanza de la vida actual no existiera un poquito de amor, esto ya se habría ido a la mierda. A la hora de escribir, ¿pesa más el mundo interior o la geografía urbana que la rodea? En algún momento de mi vida, llegar a Barrio Norte fue una revancha para mí. Salir de Avellaneda y venir aquí me daba como una sensación de llegada. Es como que había triunfado. Y con el tiempo me di cuenta de que me había equivocado. La geografía es interior. Se es de determinada manera más allá del lugar donde una viva. Y también me di cuenta de que el Sur no es sólo una cuestión de latitud. Es el continente postergado, el olvido, el patio de atrás para los poderosos. Pero como autora, no me quedo ni en el norte ni en el sur. Mi corazón es una brújula, que tiene que mirar para todos lados. De todos modos, no debe ser lo mismo observar la realidad desde Gerli que desde el centro de la ciudad. Para mí no cambia la perspectiva, porque para escribir necesito mirar adentro de mí. Tanto es así que en mi casa, para trabajar una poesía, tengo que cerrar las persianas de mi cuarto. Y nunca pude escribir en los lugares llamados lindos, como puede ser una ciudad de veraneo. Tienen que pasarme otras cosas. No sólo esta ciudad ni este barrio, el mundo entero está macdonalizado. Y a mí no me gustan las hamburguesas. De todos modos, esta época nos sirve para ver las cosas más claras. Al menos ya sabemos cuáles son todos los trenes que perdimos.
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