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Panorama Politico
Violencia doméstica
Por J. M. Pasquini Durán

De acuerdo con FIDE (Fundación de Investigaciones para el Desarrollo), “en el corriente año, entre los meses de mayo y agosto se perdieron otros 71 mil puestos de trabajo” y todas las fuentes coinciden, menos el gobierno, en que la situación puede empeorar a causa de los signos de recesión de la economía mundial. Si el gobierno cancelara los programas de asistencia temporales, con doscientos pesos mensuales de remuneración, otras 250 mil personas se sumarían a la legión de los desocupados. Al cruzar los datos de población y empleo entre 1991-98, a partir del plan de convertibilidad, el resultado muestra que en ese período “tres de cada cuatro personas que concurrieron al mercado de trabajo tuvieron por destino el desempleo o el subempleo” (CTA/INDEC).
Otro resultado de la misma fuente: “El actual número de empleados plenos apenas supera a los existentes en 1993”, aunque el Producto Bruto Interno (PBI) sea 23 por ciento superior. ¿Cómo se produce más riqueza con menos trabajadores?: “Aumentando la tasa bruta de explotación (mayor cantidad de horas a igual salario)”, contestan los estudios de la CTA. Eso lo sufre el 43 por ciento de los ocupados en el Gran Buenos Aires, y de ese porcentaje uno de cada tres realiza semanas laborales de más de 62 horas. Otras muestras estadísticas prueban que cuatro de cada diez ocupados aceptan cualquier condición con tal de no perder el empleo. Mientras tanto, en Italia y Francia los respectivos gobiernos están negociando con las patronales y los sindicatos una semana laboral de 35 horas y en Alemania bajará la edad de jubilarse de 65 a 60 años. ¿Hacia qué mundo marcha la Argentina por este rumbo? No hacia el primero, por cierto, sino más bien hacia la “Belindia” brasileña, donde los ricos viven como en Bélgica y los pobres como en la India.
En los últimos ocho meses, dice FIDE, las importaciones de mercaderías asiáticas aumentaron 39 por ciento, un récord, y las exportaciones al mundo aumentaron dos por ciento, con pérdidas de mercados en Brasil y en Chile para los productos nacionales. Mientras tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), a pesar de todas las voces de espanto, no han propuesto ninguna solución verdadera. Al contrario, la ampliación de recursos del FMI mereció críticas de economistas de alto vuelo y escuelas muy diferentes. El premio Nobel Milton Friedman, inspirador de los “Chicago boy’s” que manejaron la economía chilena durante la dictadura de Pinochet, y el keynesiano John K. Galbraith, por distintos motivos, se han pronunciado en contra de los famosos “salvatajes”, como el que acaba de aceptar el reelecto Fernando Henrique Cardoso para Brasil.
Galbraith cree que la contrapartida de esos “salvatajes” son “planes de ajuste que indefectiblemente implican un empeoramiento notable en las condiciones de vida de los nativos” (FIDE). Lo único cierto, e indignante, es el dato que aportó el Club de Roma: 245 millonarios de hoy acaparan el 45 por ciento de la riqueza mundial. “La crisis financiera actual es producto, en parte, del descuido de factores políticos. La prosperidad generada por el rápido crecimiento de la riqueza hizo olvidar que, a largo plazo, la salud económica de los pueblos depende de la política, es decir, de un buen gobierno, de la justicia social y del imperio del derecho” (...) “El proceso de globalización no debe dejar de lado a los que menos tienen ya que si no hay desarrollo ni esperanza, entonces incluso los másricos no estarán a salvo”, advirtió el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan, al inaugurar en setiembre pasado la 53ª Asamblea General.
Tampoco influyó, en el bienestar general, la inversión extranjera directa, que sirve de justificación en el país para cualquier cosa: “No hay que espantar a los inversores”, “eso no se hace porque los inversores se irían”, “hay que mostrarles a los inversores que somos previsibles”, “los inversores tienen que creer en nuestra capacidad para gobernar” y así hasta el infinito. Durante el año pasado, en América latina aumentó el 28 por ciento, con un monto total de 56.136 millones de dólares, equivalente a dos tercios de los capitales dirigidos a países en desarrollo. Argentina fue el tercer recipiente en la región, después de Brasil y México, con 6327 millones de dólares. Estados Unidos sigue siendo el mayor inversor en América latina, con 24.000 millones de dólares, seguido de Alemania, Francia, España y Reino Unido. Las preferencias europeas fueron los servicios y manufacturas en el Mercosur, sobre todo Argentina y Brasil, según el informe mundial de inversiones difundido por la Comisión de Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo (UNCTAD). ¿Dónde está todo ese dinero, quién lo disfruta?
De nada de esto se hace cargo la administración de Carlos Menem y, lo que es peor aún, ha rifado la credibilidad que tuvo en años anteriores, por lo cual se agrava el clima recesivo debido a la depresión psicológica generalizada y nadie deposita expectativas positivas en el futuro a corto y mediano plazo. Más aún: las energías del gobierno están destinadas a dos áreas que nada tienen que ver con la economía o el empleo. Una es la campaña de autoprestigio, en la que deben inscribirse el acuerdo con Chile por los hielos continentales, el viaje a Roma para darle la mano al Papa y engancharlo para otro “spot” publicitario a cambio de mantener prohibido el aborto, y la engañosa operación con Gran Bretaña sobre las islas Malvinas. La otra es cerrar las vías judiciales y afirmar como sea sus mayorías legislativas, como medidas de autoprotección. Como acaba de comentar el sociólogo Guillermo O’Donnell: “Este gobierno demuestra mucho miedo, porque teme que en un estado de derecho algunos de sus actos sean justiciables”. Más de uno teme que cualquiera de las investigaciones en curso, sobre todo la de venta de armas porque allí está la firma presidencial, puede convertirse en el punto de partida de un proceso de “manos limpias” que haga saltar por el aire las tramas mafiosas de la política.
Un conocido politólogo italiano, Giorgio Bocca, escribió esta semana sobre esa “zona gris” donde se encuentran los negocios legales con los enriquecimientos ilícitos. El empresario legal, cuenta Bocca citando un informe del Ministerio del Interior de Italia, ofrece a la mafia preciosos servicios como el lavado de dinero, el movimiento financiero del dinero blanqueado, la oportunidad de inversiones, el disimulo de propiedades ilegítimas en una maraña de sociedades fantasmas, mientras que la “malavida” ofrece a la empresa legal fondos sin límites, protección de bienes y personas, exportación de capitales a paraísos fiscales y hasta tutela del orden público cuando las protestas populares lo hacen necesario. El mismo Bocca refiere que esa asociación ilícita ataca a los magistrados judiciales que intentan meter mano en la trama delictiva acusándolos de formar parte de conspiraciones políticas o, con más simpleza, de estar politizados. Ojalá los países se parecieran en el bienestar de la población, en lugar de parecerse en la comisión de los delitos.
Para algunos de sus propósitos el gobierno necesita del acuerdo de la oposición. Ya lo obtuvo para la nueva demarcación de fronteras con Chile en los hielos continentales y gestiona el aval para firmar una renuncia a la demanda de soberanía sobre las Malvinas por veinte años, a cambio de no se sabe bien qué. Pero, como a la vez levanta escudos de autoprotección, por ejemplo violando las normas éticas y constitucionales en la designación de senadores, el diálogo se vuelve ríspido. ¿Cómo se podrían conseguir políticas de Estado para combatir el desempleo, mejorar la educación y la salud, proteger la economía de la especulación financiera, si lo único que importa son estas mezquinas batallas por espacios de poder y privilegios cuestionables? La sociedad, y sus intereses, se queda afuera de estos negocios y de la tutela posible del Estado.
Los afectados no tienen más remedio que ganar la calle, para ver si la presión pública, combinada con las apetencias electorales de los políticos, logran al menos aminorar la hemorragia nacional, antes de caer exangües. Seis protestas juntas en el mismo día y en la misma plaza dan una idea del estado de ánimo de gente muy diferente entre sí. En Cipoletti, contra el crimen aún impune de tres muchachas, uno de cada dos habitantes de la ciudad salió a marchar detrás de los familiares de las víctimas. Cada día, el repertorio de grupos populares que protestan es casi interminable. No todo es en vano. Hay hospitales que aguantan todavía por el esfuerzo de sus comunidades, desde médicos y enfermeras hasta pacientes y vecinos. No habría 250 mil subsidios al desempleo si no hubieran existido Cutral-Có, Tartagal y otras expresiones similares. La lista no se termina rápido, cuando se recuentan estas cosas, lo que ocurre es que se producen por separado, sin formar parte de una corriente general de cambio que extienda sus beneficios y los consolide.
No es poco que después de dos leyes de olvido y un indulto, los terroristas de Estado, desde Videla y Massera para abajo, comiencen a desfilar de nuevo por los tribunales. Hablando de la situación de Pinochet, el director de Le Nouvel Observateur, Jean Daniel, destacó dos conceptos nuevos: “La universalidad del Derecho y el carácter no prescriptible del crimen”. Daniel los deriva del carácter “universal” de los Derechos Humanos, aprobados por las naciones hace casi cincuenta años, “como el ideal común a alcanzar por todos los pueblos y todas las naciones”. “Lo universal está ganando terreno a lo internacional”, escribió Daniel. En todo caso, confronta a las naciones y las personas con las nociones de dignidad humana, para determinar qué representa para cada uno. Cuando se mira la economía, ya globalizada por las finanzas, y sus consecuencias en las vidas de millones de personas (la mitad de los latinoamericanos viven con menos de dos pesos diarios), sería bueno pensar en términos de compasión.
El huracán que asoló Centroamérica despertó la compasión de algunos de sus acreedores europeos, que decidieron condonar la deuda externa de esos pequeños países destruidos. ¿Serán necesario estallidos sociales para conmover a los indiferentes y los estólidos? Lo que hoy se llama “inseguridad urbana” puede expandirse mucho más todavía, hasta el punto de convertir ciudades abiertas en un rejunte de ghettos aislados por el miedo y los prejuicios. Es horrible pensar que la esperanza pueda hallarse detrás de las rejas de protección, en lugar de ser parte de la libertad, como debería ser.

 

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