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Sorpresa en el Festival: buen cine joven nacional

Ayer se vio “Mala época”, una producción de  la Fundación Universidad del Cine de Manuel Antín realizada por cuatro de sus alumnos.

Martín Ajdemian en un pasaje de Mala época.
El iraní Abbas Kiarostami llega recién hoy.

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Por Luciano Monteagudo desde Mar del Plata

t.gif (67 bytes) El presidente del jurado oficial, el director iraní Abbas Kiarostami, todavía no llegó a Mar del Plata. Los catálogos brillan por su ausencia. Las funciones matutinas de la prensa en el Auditorium desaparecieron sorpresivamente, sin explicación alguna por parte de los organizadores. La grilla con la programación de las películas cambia día a día. El periodismo que cubre la competencia y las distintas secciones paralelas comprueba que la oficina de prensa no tiene teléfonos ni equipos de fax y que su credencial es apenas un adorno y debe peregrinar por los distintos cines de la ciudad en busca de entradas, si es que antes no se agotaron. Nada del caos habitual parece haber cambiado en el festival de Mahárbiz con respecto a las ediciones anteriores, pero como dice el título de uno de los films del maestro Kiarostami –que llega al Festival recién hoy por la tarde, por lo cual ya se perdió los primeros films en concurso– “Y la vida continúa”...
En este contexto, no resulta fácil concentrarse en el cine, que es lo específico del festival, pero las películas ya empiezan a dejar su marca en la competencia oficial, que se abrió ayer con Yara, del joven director turco Yilmaz Arslan, estrenada en setiembre pasado en la mostra de Venecia, fuera de competencia. Con sensibilidad pero sin demasiado vuelo, el film de Arslan sigue el proceso de alienación de una joven turca criada en Alemania, que es obligada a regresar a la casa de sus familiares en Turquía, donde se siente prisionera no sólo de un paisaje que no reconoce como suyo sino también de una tradición que no está dispuesta a respetar. El enfrentamiento de culturas y las emigraciones cruzadas han aparecido más de una vez en el cine producido en Alemania –la directora argentina Jeanine Meerapfel hizo hace años en Berlín un excelente documental titulado La turca se va– y Yara es un film demasiado modesto como para agregar una visión enriquecedora del tema.
Mucho más interesante fue la aparición de Mala época, el primer film argentino de los cuatro que hay en concurso, una producción de la Fundación Universidad del Cine que dirige Manuel Antín, realizada por cuatro de sus alumnos, Nicolás Saad, Mariano De Rosa, Salvador Roselli y Rodrigo Moreno. Ninguno de los cuatro llega a los 30 años, todos tienen varios cortos a sus espaldas y, considerando la repercusión que alcanzó Moebius (la producción anterior de la FUC), Mala época puede llegar a ser una inmejorable plataforma de lanzamiento para estos nuevos directores que con cuatro historias han hecho algo más que un mero film en episodios. “Mala época no es Historias breves”, se apuraron por aclarar en la conferencia de prensa que siguió a la proyección. “Todos somos responsables de todo y también de un cuarto de la película.”
Mala época –cuyo título parece particularmente apropiado para el momento en que le toca vivir su estreno, en medio de una gravísima crisis del cine nacional– nació a partir de un taller de la FUC, que luego fue dando como resultado cuatro historias con un eje común en ciertas situaciones de violencia, particularmente de violencia social. El guionista Jorge Goldemberg y el director Rafael Filipelli colaboraron con los realizadores –“a pedido nuestro”, señalan– para darle al material la unidad que necesitaba, pero a diferencia de Moebius, que figuraba firmada por Gustavo Mosquera, Mala época es un film hecho esencialmente por los alumnos y egresados, sin la tutela de nadie.
Lo que dice Mala época en su conjunto es que los políticos son apenas un rostro sonriente en un afiche, que se va cayendo a jirones sobre una pared. Que en la Argentina menemista la mishiadura es mucha y que ya casi no queda lugar para la solidaridad. Que los problemas ahora se barren debajo de la alfombra o –si se trata de un muerto, como en La querencia, el primer episodio– directamente se lo envuelve y se lo tira a la basura.No es maldad. Simplemente se hace lo que se puede. Hay que sobrevivir, porque como explica el título de otro de los episodios, “Está todo mal”. Unos, si tienen plata, creen salvarse comprándose una campera de cuero. Otros pueden llegar a tener una crisis mística, como ese albañil paraguayo de “Vida corta” (el mejor tramo del film), que después de tropezarse con la Virgen de Caacupé quiere tomarse un tiempo para pensar, “porque si uno trabaja, ¿cómo piensa?”. Y pensar, dice Mala época, siempre es peligroso.

 

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