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Por Martín Pérez A veces los temores aparecen así, en una frase directa, precisa. No me gustaría que me tomen como una checa que filma Cortázar, dice Jana Bokova, directora de origen checoslovaco que compite en el Festival de Mar del Plata con un largometraje basado en Diario para un cuento, un relato de Julio Cortázar. Bokova es, por lo tanto, efectivamente una checa que filma a Cortázar. Pero no me siento así, porque yo viví durante veinte años en Londres, me formé allí como cineasta y hasta tengo pasaporte británico, se preocupa en aclarar la directora, dueña de una amplia filmografía. Y además porque lejos de filmar Cortázar, lo que hice fue tomar el clima de su cuento para insertar en él mi mundo, agrega segura de sí misma. Sentada en el sillón que preside el austero y decimonónico living de su pequeño departamento de Palermo Chico, antes de meterse en la historia de su film, Bokova cuenta la historia de su padre. Era un ucraniano idealista y romántico, que trabajaba de traductor, y soñaba con viajar a Latinoamérica. De hecho, murió quince días antes de subirse al barco que lo traería a América, recuerda. Y yo, que no entendía su obsesión, cuando murió comencé a preguntarme también por lo que sucedería del otro lado del Atlántico. Cineasta con carta blanca en la BBC, compañera de promoción de Michael Radford (el director de El cartero), Bokova se fue perdiendo en Latinoamérica con sus documentales. Su primer viaje a Buenos Aires fue para realizar Tango Mío, un documental fechado en 1985. Los ingleses no sabían nada del tango por entonces, no estaba de moda, recuerda. Cuando les decía tango ellos pensaban que hablaba de una marca de jabón. En serio. Para ir del tango a su primer largo de ficción en la Argentina, Bokova tuvo que recorrer un largo camino. Ese camino la pone a las puertas del estreno porteño de su film, protagonizado por Germán Palacios, Inés Estévez y Enrique Pinti, entre otros. Y a la excluyente española Silke del lado español. Ella es una estrella, con sus propios fans en España. Cuando se dio en el Festival de San Sebastián, la gente aplaudía cuando aparecía su nombre en la pantalla, dice Bokova. Es una lástima que no viaje a Mar del Plata para acompañar la exhibición del film porque después de verlo, todos quieren ver a Silke. ¿Cómo surgió la idea de filmar Diario para un cuento? Todo comenzó a partir de una propuesta de mi coguionista, Gualberto Ferrari, un argentino que vive en París, gran responsable de que este proyecto haya tomado forma. El me acercó el texto original en una época en la que yo estaba leyendo a Onetti, Arlt y Sabato, buscando material para hacer algo en la Argentina. Apenas lo leí, me enganché con el clima, y me di cuenta de que ese texto en el que apenas si pasan cosas me servía para contar mis cosas. ¿No se sintió abrumada ante la posibilidad de filmar otro Cortázar? No, porque para mí no es otro Cortázar. Sobre todo porque la adaptación es muy libre. Fíjese que cuando yo le contaba a los productores la idea del film, con un joven que no se sabe si va a ser famoso o no, que sueña con París y que se ve involucrado en un triángulo amoroso y un crimen, todos se mostraban interesados. Pero cuando les daba a leer el cuento original, no veían cómo de eso se podía hacer un largometraje. Así que hubo que trabajar mucho, algo que me permitió insertar mi mundo personal, mi mirada, en el resultado final. De su explicación se deduce que no le fue fácil encontrar financiación para su proyecto... Fue un trabajo muy arduo. Porque, aunque para mí lo ideal era filmar en Buenos Aires y en castellano, en un comienzo eso no estuvo muy claro. Los primeros contactos comenzaron hace cinco años, con productores franceses e ingleses, y en esas primeras charlas el personaje protagónico, el del escritor, bien podía pasar a basarse en la figura de Hemingway, por ejemplo. Cuando al final conseguí apoyo en Francia para hacerla como yo quería, los británicos se hicieron para atrás. Y así pasaron los años sin concretarse nada, hasta que apareció la coproducción española. Y, finalmente, su contraparte argentina. Después de tanta espera, ¿el resultado final está a la altura de sus sueños? Es una pregunta muy difícil de responder. En primer lugar, confieso que me sucede lo que a todos los cineastas, que están convencidos que su última película es el mejor trabajo de su vida. Pero, por otro lado, no pierdo de vista el hecho de que para concretar este proyecto acepté filmar un tanto de apuro, en condiciones muy duras, poco disfrutables. Y, además, por primera vez en mi vida no tuve a mi cargo el corte final. Es decir: lo hice yo, pero la productora argentina se reservaba ese derecho. Lo que fue muy estresante. Aunque finalmente casi no hubo problemas. Salvo que mi corte final tenía 98 minutos, y la productora argentina (y francesa) la querían de hora y media. Así que hubo que satisfacerlas. Lo hice yo, y no me arrepiento de nada. No, miento. Me arrepiento de un minuto que corté. Ese minuto que, uno lo sabe cuando edita, lejos de acortar, termina alargando la historia. Pero ya está. Es algo que uno aprende para el futuro. Nunca se deja de aprender, después de todo.
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