El mito de Margarita Gautier, la prostituta de alto vuelo aquejada de amores imposibles y de una tuberculosis que la lleva a la tumba, tuvo larga vida. Lo fabricaron dos hombres, uno genial y el otro más bien no: Giuseppe Verdi y Alejandro Dumas hijo. La protagonista de la ópera del italiano La traviata y de la novela del francés La dama de las camelias habitó la realidad. Entonces se llamó Marie Duplessis, fue cortesana célebre y cara, amante, entre otros, de Franz Liszt --quien sintió por ella, dijo, "una atracción sombría y elegíaca"-- y murió tísica a los 23 de edad. Fue también amante de Dumas hijo cuando ambos tenían 20 años y nunca debe haber imaginado que se convertiría en paradigma del pecado redimido por amor. Con Marie apenas muerta, Alejandro chico escribe en un mes la novela corta que se publica en 1848. En una semana la traslada a obra teatral en cinco actos, pero debe esperar para estrenarla. Los censores del Segundo Imperio retrocedían con trabajo ante el empuje de la renovada burguesía francesa, ávida de expresiones artísticas signadas por un erotismo más abierto. Sólo en 1852 Dumas hijo pudo llevar La dama... al escenario y padeció no pocas críticas. ¿Cómo podía ingresar en la literatura dramática de la época una prostituta, por lujosa y abnegada que fuera? Los críticos se mostraron ofendidos, aunque Margarita, a instancias del padre de su amado Armando, renuncia a él para no malograr su matrimonio con una hija de buena familia. En una sociedad dominada por la peor de las hipocresías --la machista-- para la que toda mujer sola era virgen o puta, Margarita tenía por supuesto que morir en la obra, recompensada por la dudosa salvación del autosacrificio. Verdi también fue castigado cuando se estrenó La traviata en 1853. El compositor había visto La dama de las camelias en París y tanto lo entusiasmó que, aun antes de leer la novela y el texto de la obra teatral, había terminado casi el borrador de su ópera. El público de Venecia la silbó y no hubo segunda representación. Aunque los cantantes vestían como personajes del siglo XVII, el tema de la mujer "caída" se alejaba demasiado de las convenciones operísticas de mediados del XIX. Ayudó bastante a ese fracaso que encarnara a la protagonista presuntamente tuberculosa una soprano robustísima que regalaba salud. En la ópera, Margarita se llama Violeta y Armando, Alfredo. Ella abandona sus lucrativos ejercicios y se retira al campo para vivir con su amante, al que mantiene, hasta que en una escena magnífica del segundo acto accede a cortar la relación ante la requisitoria paterna. Retorna brevemente a su vida de meretriz fastuosa y se reconcilia con Alfredo y su progenitor poco antes de expirar. Esa prostituta compadecida y perdonada lastimó la sensibilidad del sector social cliente de la ópera. El Times de Londres le encontró "horrores repelentes y asquerosos" cuando fue estrenada en Inglaterra en 1856. La soprano yanqui Emma Abbot se negó a personificar a Violeta por razones morales. Hoy todas las sopranos del mundo apetecen el papel. La traviata transita por un tono de intimidad lírica que contrasta con el estilo torrencial y apasionado de Il trovatore, la ópera de Verdi inmediatamente anterior. El aria "Amame, Alfredo" que Violeta canta para darle el adiós definitivo roza lo sublime. A pesar de lo cual no faltan las feministas de cierto tipo quejosas porque en La traviata --afirman-- los hombres tienen las partes mejores y Violeta "nunca expresa alegría, ni felicidad, sólo sacrificio y tragedia". Así lo exige todo amor que la muerte cancela. Por motivos parecidos Verdi conocía esa clase de condena social en casa propia: desde 1851 la compartía sin casarse con Giuseppina Strepponi, una diva que abandonó el canto para vivir con el compositor en Sant'Agata, cerca de Busseto, el pueblo natal de Verdi. La pareja fue repudiada por buena parte de los habitantes del lugar, escandalizados ante concubinato tan manifiesto. Verdi respondió negándose a participar en las actividades musicales del pueblo y devolvió escrupulosamente el dinero que la comuna le había dado en los comienzos de su carrera artística. Más los intereses. En 1859 casó con Giuseppina. En secreto, naturalmente. El mito llegó al tango en 1935: con música de Joaquín Mauricio Mora y letra de Julio Jorge Nelson, tomó cuerpo en el titulado Margarita Gautier. Poco y nada se lo interpreta hoy, pero son todavía inolvidables las versiones de Roberto Goyeneche con la orquesta de Horacio Salgán y la muy anterior de Fiorentino con Aníbal Troilo. El letrista le habla a la muerta desde el lugar de Armando y deposita en su tumba "el ramillete de camelias ya marchitas / que aquel día me ofreciste como emblema de tu amor". Julio Jorge Nelson fue un extraordinario difusor del tango por radio,
TV y prensa escrita. Un lejano día de los años 60 el azar dictó que me encontrara con
él frente a frente en el tren que nos llevaba de Mar del Plata a Buenos Aires. Charlamos
de casi todo, de tango desde luego. Ibamos llegando a destino cuando me pidió que le
bajara el maletín del portaequipaje. Era una suerte de cubo lleno de etiquetas de hoteles
de media Europa pegadas al cuero negro. "Me lo regaló Carlitos", dijo
sentimental. No sé qué cara puse -aunque me la imagino-- porque Julio Jorge Nelson
corrigió rápidamente: "La uso porque es práctica". Entendí mejor por qué le
habían propinado el mote de "viuda de Gardel", el Troesma, el "señor de
los tristes" como lo nombró Francisco Urondo. |