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Kiarostami llegó a Mar del Plata

Atrasado y agotado, el presidente del jurado llegó al Festival. Justo a tiempo para un Resnais, un Oliveira y un Solondz.

Inquietude, con Silveira y Doria.

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Por Luciano Monteagudo desde Mar del Plata

t.gif (67 bytes) Agotado después de una travesía que lo llevó de Teherán a Buenos Aires pasando por los aeropuertos de Amsterdam, Frankfurt y París, llegó finalmente ayer por la tarde a Mar del Plata el director iraní Abbas Kiarostami, para hacerse cargo de la presidencia del jurado oficial. Y aquí lo esperaban no sólo Yara y Mara época, las dos primeras películas en concurso exhibidas el viernes (y que Kiarostami no alcanzó a ver) sino también otros dos títulos que se sumaron ayer a la competencia oficial, Inquietude, del veterano maestro portugués Manoel de Oliveira, y Felicidad, del norteamericano Todd Solondz, ambos con serias posibilidades de llevarse alguno de los premios principales de la muestra, pero a partir de propuestas de enormes diferencias entre sí.

Hay gravedad, pero también humor y una gran libertad en el film de Oliveira, que a los 92 años sigue filmando con la misma dedicación, intensidad y rigor con que comenzó a hacer cine, más de medio siglo atrás. Concebido a la manera de un tríptico, se diría que el punto en común entre las tres historias que plantea Oliveira no es otro que el de su profunda, misteriosa belleza. Conocido en Argentina solamente a través de una retrospectiva realizada en la Sala Lugones y de la proyección en las dos ediciones anteriores del Festival de Mar del Plata de sus películas Party y Viagem ao principio do mundo, Oliveira está considerado como uno de los grandes cineastas europeos de las últimas décadas, una voz absolutamente original, uno de esos escasos cineastas --como Jean-Luc Godard-- que no tienen descendencia porque su visión del mundo es intransferible. En Inquietude, Oliveira partió del deseo de filmar una pequeña pieza teatral titulada Los inmortales (de un humor negro muy similar al de uno de sus films más controvertidos, Los caníbales) y como le quedaba corta, la asoció con otros dos episodios ajenos entre sí, pero a los que el director va enhebrando magistralmente, como si fueran las cuentas de un collar. El último de los tres es seguramente el más conmovedor, aunque sólo sea por la máscara atávica de Irene Papas --quizás la última gran actriz trágica-- enfundada como siempre en un manto negro, descalza ("para sentir el murmullo de la tierra") y recitando la Teogonía de Hesíodo.

Junto a Inquietude no pudo haber un film más diferente en tono y espíritu que Felicidad, una película que viene haciendo mucho ruido desde su estreno mundial en mayo pasado en el Festival de Cannes, de donde se llevó el premio de la crítica (Fipresci). "Nunca tuve la intención de provocar a nadie", repite desde entonces el bueno de Todd Solondz (38 años). No habrá querido provocar pero lo hizo: sucede que Happiness es un peculiar cuadro social de la monótona vida suburbana norteamericana, detrás de la cual el director encuentra una tierra de vacío, miedo, soledad y sufrimiento, donde no faltan los casos de masturbación compulsiva y hasta de paidofilia. Todo con el minimalismo formal y emocional que a esta altura ya parece la marca de fábrica del director.

Ya fuera del concurso oficial, pasó también ayer por Mar del Plata (y vuelve a pasar hoy domingo, por última vez) On connait la chanson, de otro veterano maestro, el francés Alain Resnais. Tal como informa el título de su película, cada una de las canciones que se escuchan a lo largo de las dos horas de On connait la chanson son clásicos populares del repertorio francés de todas las épocas, pero nada más alejado de la intención de Resnais que una suerte de cabalgata o antología musical. Lo que hace en cambio es contar las múltiples historias de varios personajes vinculados entre sí, con sus pequeñas alegrías y dramas personales --todos, por supuesto, producto del amor--, pero con la salvedad de que cuando tienen que expresar sus emociones allí brota una canción.

 

Para ver un Bergman

La oportunidad parece ser hoy o nunca. En el Teatro Colón, sede de la sección parelala "Contracampo", se verá por única vez en el festival (y quizás por única vez en el país) En presencia de un clown, supuestamente otro pequeño film para la televisión del maestro sueco Ingmar Bergman, pero que no es otra cosa que la summa de su pensamiento artístico, una emotiva reflexión sobre sus dos eternas pasiones: el teatro y el cine. Realizado en video en un estudio de TV, a la manera de una pieza de cámara, con su vieja familia de actores y actrices de siempre, encabezados por los veteranos Erland Josephson y Anita Björk, En presencia de un clown recorre esa tenue frontera entre ficción y realidad, entre el sueño y la vigilia que siempre ha dominado la obra de Bergman.

 

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