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Por Esteban Pintos![]() Fans incondicionales de Sumo (por ellos estamos acá hoy, dijo emocionado el cantante Gustavo Cucho Parisi cuando agradeció la presencia de Arnedo, Mollo y Troglio para una festiva versión del clásico Que me pisen), los Decadentes empezaron casi como una broma de bebedores en los ambientes punks porteños de fines de los ochenta. A esta altura, debe considerárselos como los mejores intérpretes del espíritu que animaba a la mítica banda que lideró Luca Prodan. Y no porque hagan la música que hacía Sumo, ni porque toquen como tocaban ellos. Porque además de esto, el ideario decadente se nutre de lo que como público han consumido por años desde la maquinaria de la cultura popular que existió en este país en los sesenta y setenta: el cine y la tele con Porcel y Olmedo, las historietas de Isidoro Cañones, el doble sentido de los cómicos de los teatros de revista. Todo eso confluye en algo que los convierte en la más acabada muestra en versión bien argentina de aquello que el italiano usaba para provocar en esas épocas de atildados músicos de rock nacional. Hacélo vos mismo era el mensaje. Diez años después de la muerte de Luca, apareció un disco titulado Cualquiera puede cantar y no es casualidad: está firmado por un grupo llamado Los Auténticos Decadentes. Con esa concepción de las cosas, es que pudo verse en directo la particular dinámica que llevan adelante sobre un escenario. El tablado de Obras parecía una calle peatonal, con quince (¡quince!) músicos en escena que no paraban de moverse ni de intercambiar sus posiciones. Alguna vez se autodenominaron con certeza como anarcotropicales y no era porque elevaran al viento banderas negras al son de una cumbia. Aunque debe recordarse que Jorge Serrano es el autor del himno nihilista de la generación punk de fines de los ochenta en Argentina: Gente que no, revisitado el sábado en formato de cumbia-carnavalito junto a quienes lo popularizaron, Todos Tus Muertos. Las canciones pueden hablar de historias de amor, personajes pintorescos del barrio, descripciones de farras varias, declaraciones de principios de atorrantes (La guitarra, el más patente) y una frase que lo resume todo. Ya me da igual, cantaron los quince de arriba y los cinco mil de abajo. Así concluyó una fiesta vivida con mucho, mucho calor, como siempre desde que se inauguró esta nueva versión blindada a prueba de vecinos molestos del estadio de Obras. Con cinco discos en su haber en diez años de carrera y unas 550.000 copias vendidas en el mercado argentino, Los Auténticos Decadentes sin embargo parecen cargar con una (pequeña) cruz que no los termina dedefinir como perfectos. Su romance es mayoritariamente con un tipo de público no-rocker y eso no significa que se trate de minorías elitistas ni mucho menos. Simplemente es otro público. Ser exclusivos de Tinelli alguna vez o convertirse en figuritas de esas radios pasalotodo que hacen de la palabra latino un culto, pueden ser considerados pecados. Será por eso que las multitudes que hoy convoca el rock futbolero en otros ámbitos y que naturalmente deberían confluir con esta música y su consiguiente actitud, no estaban en Obras. En otro ambiente la presencia de Mollo, Arnedo, Todos Tus Muertos o los 2 Minutos hubiera generado una ovación que no sonó tan fuerte en la noche del sábado. Pero ese es apenas un detalle que no cuenta frente al fenómeno que construyeron en un período y en un país como Argentina, en donde la realidad de todos los días merece más de una vez eso de auténtica decadencia.
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