Lo primero que habrá que exigir de un gobierno que suceda al de Carlos Menem será una abierta lucha contra la corrupción. Sólo desarmando ese aparato vampírico será posible emprender otras políticas. Para decirlo claro: la corrupción, en la Argentina, es tan poderosa que impide las políticas de salud, educación, cultura, etcétera. Impide que sean lo que deben ser (lo que es necesario que sean), porque las deja sin recursos. La corrupción es un monstruo ya estructurado que no piensa retroceder. El duhaldismo no la tocará porque forma parte del peronismo y el peronismo, al ceder el poder al peronismo (a otra cara de sus infinitas caras: el duhaldismo) negociará esa frontera: no revisar las privatizaciones, las súbitas fortunas de jueces y funcionarios, las florecientes economías familiares. La Alianza --si desea arrancar con un mínimo de credibilidad-- deberá hacerle frente de inmediato. El juicio a la corrupción es, a la Alianza, lo que el juicio a las junta fue al alfonsinismo. Si no lo hace, su credibilidad pública quedará seriamente erosionada. Si no lo hace, no podrá gobernar. Seguirá gobernando la corrupción. La corrupción es tan impune, se siente tan intocable que se ha exhibido obscenamente ante el país. Ahí están las revistas de las casas desaforadas. Ahí están los repentinos millonarios, las costureras del narco-set, los jueces que aman los dilatados, costosísimos departamentos. Ahí están todos. Se han fotografiado hasta la náusea. Sólo será necesario rever esas fotos y preguntarles cómo ganaron esos bienes, qué laboriosidad los hizo posibles. Que digan --habrá que preguntar-- si existe en este país alguna laboriosidad, por laboriosa que sea, que pueda generar tan destellantes frutos en tan breve tiempo. Habrá también que preguntarles --insistamos en esto-- a los diputados privatizadores
de YPF (privatización que rindió 8000 millones de dólares) por qué estaban tan, pero
tan contentos. Tan contentos como están en esa foto que --para toda la eternidad--
capturó esa alegría desbocada. Habrá que preguntarle, es sólo otro ejemplo, otra punta
de donde tirar, al señor Emir Yoma por qué se ve tan aplomado y tan sólido y tan
soberbio en esa foto que le tomaron entrando en la Casa Rosada por donde entran los
ministros y el Presidente. Habrá que decirle, al señor Emir Yoma, que uno de los
principales tipos de corrupción que detalla el Diccionario de Política de
Norberto Bobbio es el de nepotismo: "La concesión de empleos o contratos
públicos sobre la base de relaciones de parentesco y no de mérito". Habrá que
preguntarle, al señor Emir Yoma, en base a qué méritos penetró con tanta
frescura en la Casa de Gobierno. Y si esos méritos no son suficientes habrá que concluir
que entró en la Rosada, así, con tanta frescura, no por méritos sino por relaciones
de parentesco. Y que eso, en el Diccionario de Bobbio, tiene un nombre: nepotismo.
Y es una de las más graves formas de la corrupción. Todo esto habrá que preguntar. Al
fin y al cabo, preguntar, según suele decirse, no cuesta nada. No preguntar, por el
contrario, es carísimo. Tanto, que hará imposible cualquier política que quiera cambiar
algo en este país. |