Esta noche tenemos un bar minado de dudas. Todos los parroquianos están dudando. Las cabezas entre las manos, las miradas perdidas en el cielorraso o en el fondo de las copas. Hablan solos. --No sé qué hacer. --¿Y si lo hago? --¿Y si no lo hago? --¿Y si hago las dos cosas? --¿Y si me bajo? --¿Y si me subo? --¿Y si no hago nada de nada? Ese es el clima. Para redondear la escena faltaría un cartel en la pared del fondo, con un gran signo de interrogación. Hasta que el gallego descarga un puñetazo sobre el mostrador. --Coño, basta de tantas dudas, que éste no es un lugar para meditar ni una academia de filosofía. Este es un establecimiento para la alegría y el consumo de bebidas espirituosas. Una cosa es una duda razonable y otra es andar macilentos, decolorados y en abstinencia. Aclaremos esta cuestión, así cada uno podrá volver a beber con felicidad. Ya mismo les voy a contar mi experiencia de cuando también fui un hombre carcomido por la duda. En mi pueblo se acercaban las elecciones y era la oportunidad de sacarnos de encima al alcalde y sus compinches. La oposición tenía dos figuras: Pepe y Pepa. Había que elegir uno de los dos para candidato a disputar el Ayuntamiento. Yo era joven y no sabía qué hacer. Que si Pepe, que si Pepa. Que si Pepa, que si Pepe. A Pepe le conocía bien las mañas y las amistades. Y esto me producía muchas dudas. A Pepa casi no la conocía y eso era lo que me hacía dudar también. Estaba como ustedes. Me arrancaba los pelos. Me quedé pelado de las cejas de tanto tirármelas. Los lóbulos de las orejas se me habían hinchado como pelotas de fútbol de tanto frotármelos. Perdía peso. Sufría de insomnio. Pensé en deshojar una margarita: voto Pepe, voto Pepa, voto Pepe, voto Pepa. Pero no había margaritas por ninguna parte porque era invierno. Me ponía a otear el cielo: si pasa una golondrina rumbo al sur voto a Pepe, si va al norte voto a Pepa. Pero las golondrinas habían emigrado. Buscaba respuestas en la borra de café, en las tripas de los pollos. Tiré una moneda al aire: cara Pepe, ceca Pepa. Cayó de canto sobre el alisado de cemento de la puerta de mi casa y quedó parada. Me senté a esperar. Bajó el sol, salió la luna, la moneda seguía parada y ni siquiera corría una gota de viento para que la volteara de una buena vez. "Carlitos, mi querubín", me decía mi santa madre, "te vas a quedar bizco mirando la moneda". Trajo el gazpacho de la cena y me dio de comer en la boca. Estuve 24 horas sin moverme. Al final me fui a dormir y cuando me levanté la moneda ya no estaba. Se la habían robado. Y así pasaban los días, y yo seguía dando vueltas y me decía: "Tengo que hacer algo, tengo que encontrar una solución, quiero poner mi voto y elegir, no puedo dejar que los otros decidan por mí". Hasta que una mañana me desperté iluminado, salté de la cama, me paré frente al espejo y me hablé así: "Pues bien, mi querido Carlos, tú no sabes lo que quieres, pero sí sabes perfectamente lo que no quieres". Y ahí estaba la respuesta que tanto había buscado. Cuando llegó la fecha me puse mi traje dominguero y tarareando una zarzuela me fui a sufragar y voté en contra de Pepe. El bar explota en un aplauso cerrado. A coro, los parroquianos gritan: --Gracias, gracias, don Carlos, muchas gracias, acaba de sacarnos una tremenda duda de encima. --A beber y a disfrutar y que todo sea para bien --dice el gallego
levantando su copa. |