Cuando el cine hace recordar al cine
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Por Martín Pérez Desde Mar del Plata
El Pequeño Tony, por ejemplo, es un film que cuenta la historia de un particular triángulo amoroso. Lo forman un campesino fóbico y analfabeto; su mujer, onmipresente y dominadora; y una hermosa profesora que se involucra en su mundo con el objetivo inicial de enseñarle a leer. Claro que las cosas se complican. En este cuarto film, Alex Van Varmerdam (director y protagonista) retoma temas que ya había tratado con maestría en Abel, su opera prima. Si en aquella el centro era un adolescente que ya no lo era, pero se negaba a salir de su adolescencia preocupando a sus padres, aquí el mismo prototipo de adulto inmaduro es un campesino dominado por una matrona que se cree capaz de conseguir todo lo que desea de él. Con un humor absurdo muy personal, una cámara estética y al mismo tiempo funcional, y unos cuestionamientos intimistas que permiten calificar a su director como una suerte de Bergman psicópata, El pequeño... decae en su segunda mitad, cuando la conclusión del drama le resta humor y personalidad al film, yendo del psycho slapstick al psycho killer. Para destacar: la actuación de la holandesa Annet Malherbe --esposa en la vida real del director/actor-- como la esposa manipuladora. Yendo de menor a mayor dentro del trío de interesantes films que han animado a los seguidores de la competencia oficial, es el turno de hablar de Trampas, de la respetada directora checoslovaca Vera Chytilova. Conocida por sus trabajos de la década del sesenta, Chytilova se dedica a contar una historia contundente: la que se dispara cuando una joven veterinaria es violada por dos desconocidos en la carretera, a los que la víctima termina castrando al final de la noche. Con un comienzo contundente --que muestra cómo dos cerdos son capados en un corral-- y un planteo dinámico y un maniqueísmo que busca decididamente tanto la polémica (todos los hombres, especialmente los inocentes, son culpables), con el correr del metraje Trampas deja de escandalizar para pasar a confundir, y luego simplemente a aburrir. Su contundente humor negro y sexista, sin embargo, le ganó el interés del abundante público que concurrió a su estreno en la primera función del lunes en el Auditorium, arrancando algunos entusiastas aplausos en la hilarante escena en que los violadores (dos paradigmas de triunfadores: un creativo publicitario y un político corrupto) descubren su destino de eunucos. El planteo de Ultima Noche, la más interesante y completa de las películas con las que arrancó esta nueva semana de competencia, es muy sencillo: ¿Qué harías en tu última noche sobre la tierra? Protagonizada, escrita y dirigida por el canadiense Don McKellar, el film cuenta esas historias personales que hoy Hollywood no tiene tiempo para filmar. O ya no sabe cómo hacerlo, perdida entre tanto efecto especial. Comienza a las seis de la tarde de ese último día, y termina con una luz cegadora exactamente a la medianoche. No importa por qué es que el mundo termina, apenas si hay algún que otro detalle aislado. Y lo que le importa a McKellar es esa gente suelta en un mundo vacío, que pronto va a dejar de ser tal, y por lo tanto le es cada vez más ajeno y más propio. Además de la sutileza de cada una de las historias, Ultima Noche cuenta a su favor con las actuaciones sobrias, acertadas y seductoras de casi todo su casting, particularmente en el caso de los personajes secundarios interpretados por Genieveve Bujold y el cineasta David Cronemberg. Autocomplaciente, Ultima Noche es un film melancólico y perfecto como una buena canción. Que, al finalizar, une al auditorio en una mirada perdida en cada uno de sus propios fines del mundo. Casi en la misma forma en que, al finalizar On Connais La Chanson, todo el mundo se fue con una sonrisa estampada en el rostro y una canción dando vueltas en la cabeza.
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