Las polarizaciones no son de frío, sino de niveles y geografías: Norte / Sur,
centros / periferias,
capitales escenográficas /
provincias olvidadas, las cúpulas y las sentinas
Deborah Steinleed
Hacer crítica
anticlerical puede parecer una práctica arcaica aunque levemente regocijante. Eduardo
Wilde en nuestro país cuando resolvió expulsarlo al romano monseñor
Mattera, vibró como un antecedente jocoso y ejemplar. Un ministro que flotaba
en medio de nuncios y aguas corrientes.
Avatares del higienismo.
Y qué contar de la versión que difundió Eduardo Gutiérrez con uno de sus folletines
suspendiendo, entre misas moradas y un corso de sacristanes, a algún público porteño
hacia 1890.
Para una eventual edificación de lectores y ávidos compatriotas, me permito
sugerir el volumen titulado Lanza, el gran banquero (Buenos Aires, ed. N.
Tommasi, s/f).
A riesgo de resultar latero: no es posible eludir, si bien su tono se ha crispado, a
Lisandro de la Torre y a su polémica con el cura Franceschi, copioso admirador de
Mussolini. Corrían. No. Se habían coagulado los años de la década infame
en el vaivén entre el general Justo y el fraude de Manuel Fresco.
El inmovilismo político de ese momento fue alterado con el aire agresivo de aquella
polémica. Aunque De la Torre presintiera que, al filo de sus fracasos, ya se abatía la
fatiga de su propia muerte.
Del Ande al Plata enunciaba, líricamente pedagógico, mi maestro del Mariano
Acosta. Y de La Quiaca a Tierra del Fuego. Una cruz tan categórica como
abstracta. Quizá premonitoria. Y, sí. Porque si en esos tiempos me resultaba
inverificable, hoy se va encarnando en las reiteradas, bruscas, legítimas salidas del
Perro Santillán, muy cerca de Humahuaca. Mientras en el rumbo del sur, la gente indignada
en Cipolletti entra a la calle y la gana, denunciando las complicidades oficiales en el
asesinato de tres muchachas.
El mapa de la Argentina se materializa así en la protesta comunitaria.
En San Luis, una mujer magistrada, humillada, denuncia al clan hegemónico puntano.
El oeste no termina en el museo de Luján. Y aquí mismo, frente al Molino que
se nos oxida, maestros, albañiles, jubilados y hasta bomberos cuestionan, agraviados, el
olvido institucional y, a la vez, a los escruchantes senatoriales.
Y como para que el río no termine secándose ante los soplos canónicos, Herman
Schiller, proféticamente, cuestiona al Becerro dorado y exalta a los puestos en la
calle del Mayo y del Hospital Israelita.
La calle. Las calles. Esos escenarios duros y compartidos en la dramaturgia de
la ciudad. Divisa conjuratoria de la privatización. Lo público / lo privado. ¿De
qué?, resuena entre cajas. Quizá se trate de alguna fractura que cruje y se
ahonda. No. Me malicio que es un coro desgarrado en la voz, las vestiduras,
que alarma con sus ademanes.
Porque en la vereda de enfrente, mucho más allá del proscenio y la platea, se
amontonan los codazos del protocolo clerical.
Del Buckingham palaciego hacia el incienso vaticano. Quién trepa al Tango 01
o a cuáles les toca en gracia murmurar condecoraciones, dado que pecar en voz baja sólo
es cometer pecados veniales. Un nuncio, dos nuncios, un carrusel de arcángeles
anunciadores. Los cortesanos jamás protestan porque no pueden olvidar que son técnicos
en lobbies, amatistas, inmunidades, ujieres y opus decimales. Que nadie
empuje. O todos. Atención: somos ingenieros en bolsas y rempujones azucarados.
Figura en el Larrousse: ninguno de ésos denuncia concesiones ni novenarios.
Ni bastardillas. Que es la inclinación que le corresponde a los ritos, a los
árboles de los médanos y a las moralejas eclesiásticas.
A lo sumo, la disputa de los nuncios se da entre Roma y el Vaticano. Desayunos o
genuflexiones, en fila, por abecedario, tomados de la mano y sin fotografías. Roma alguna
vez fue una città aperta con Rossellini creo y un párroco que daba vuelta a
cierta estatua desnuda. No estoy hablando de Mujica ni de Angelelli; ésos dos
están entre La Quiaca, los Andes y el Fuego. Y apenas si me preguntan por qué las calles
de Cipolletti, la Punta y la encrucijada del Molino no se juntan para la protesta de
todos.
Viñas...
¿Sí?
Eso sería el gran coro de Prometeo.
¿No resultaría maniqueo?
Viñas, Viñas: las calles cuando denuncian siempre resultan maniqueas.
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