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Por Verónica Abdala La política fue mi destino, pero la literatura es mi verdadera vocación. No lo dice un concejal principiante sino el ex presidente de un país poderoso. José Sarney, presidente brasileño entre 1985 y 1990 y actual senador por el estado de Amapá, presentará hoy en Buenos Aires su primera novela, El dueño del mar, acompañado en la mesa del Centro Cultural Jorge Luis Borges por Raúl Alfonsín y Marcos Aguinis. Es decir, por un político y un escritor. El libro ya lleva seis ediciones en Brasil, dos en México y Francia, y recientemente salió a la venta en España, Grecia y Rumania. Escribir es una compulsión, una necesidad vital de comunicar. Desde ese punto de vista, los que tenemos la pasión de la escritura nos debemos a una suerte de misión. Yo escribí de todo: ensayos políticos, cuentos, poesía y ahora me atrevo con una novela, cuenta Sarney, con tranquilidad de político veterano, durante una entrevista con Página/12. La edición que el Fondo de Cultura Económica distribuye en la Argentina incluye elogiosos comentarios sobre su nivel literario del escritor bahiano Jorge Amado, del antropólogo francés Claude Levy Strauss y del fallecido poeta y ensayista mexicano Octavio Paz. Sarney contesta a veces como un literato, apasionándose por el tema, y otra como un político, intentando no quedar mal con nadie (que no quiera). ¿Alguna vez sintió que los políticos pueden ser comparados con personajes de ficción? Sí, algunos parecen salidos de una novela romántica y otros de una historia de terror, ¿no?. En la política se entremezclan la ficción y la realidad: hay veces en que la política parece una ficción. Y muchas otras veces ocurre a la inversa: la ficción de la política imita o da cuenta de determinada realidad. Puede pensarse que, en rigor, toda ficción imita en algún sentido a la realidad. Juan Carlos Onetti decía que la literatura era el arte de mentir bien la verdad... Si lo decía Onetti adhiero plenamente a ese pensamiento, porque debe ser cierto. Y entonces ¿cómo congenia la actividad política con la literaria? Hasta para mí es difícil entender cómo hago. Mis amigos suelen decir Sarney es político, pero en mayor medida es escritor. ¿Y es verdad? Sí, supongo que si tuviese que decidir entre una de las dos actividades, me inclinaría por la literatura, a la que le reservo un espacio diario que para mí es sagrado. ¿Cuál es su rutina de trabajo?, ¿escribe de manera disciplinada o cuando lo asalta la inspiración? Tengo la suerte de no poder dormir más que cuatro horas por noche, así que mis días son lo suficientemente largos como para reservarme un rato para escribir. Suelo encerrarme a eso de las once de la noche, en mi oficina. Allí es donde produje los cerca de veinte libros que llevo publicados. Obviamente, es lector apasionado. Y... debo haber pasado el veinte o el treinta por ciento de mi vida leyendo. A escribir se aprende leyendo, y supongo que leyendo también se aprende a vivir. Los libros y sus autores para mí fueron amigos incondicionales, me han sido fieles durante toda la vida, durante mis 68 años. Los libros son mi segunda alma, creo que no sería capaz de vivir sin ellos. Y que no hubiera llegado a donde llegué sin la ayuda vital que para mí significó leer a hombres como Jorge Luis Borges, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Rómulo Gallegos, Juan Carlos Onetti y Jorge Amado. Podrá cambiar todo en este mundo, pero tenga la seguridad de que nunca van a desaparecer los libros. Si la literatura es uno de los rasgos de la identidad de un pueblo, de una nación o de una región, ¿cuál sería la influencia que tiene la literatura latinoamericana? Es una pregunta interesante, porque creo que todavía no nos hemos dado cuenta que los latinoamericanos tenemos más puntos en común de los que creemos. Y que nuestras respectivas literaturas son uno de los elementos que nos mantienen unidos. Hoy no puede hablarse solamente de integración económica. Hay que percibir que se está dando un remarcable proceso de integración literaria y cultural. ¿La literatura puede ser útil en algún sentido, desde el punto de vista político? Por supuesto. Porque el verdadero político, como el intelectual o el hombre de la justicia, tiene una voluntad de cambiar el mundo, la suerte de los pueblos. Y en ese sentido la literatura ayuda al buen político, permitiéndole vehiculizar sus puntos de vista sobre mundo. Al malo, no. En este punto, no parecen tan lejanas las dos cosas, como en el resto. Yo empecé en periodismo porque de joven tenía una fuerte necesidad de expresarme. Pero al poco tiempo descubrí que la literatura era un modo aún más poderoso de decir cosas vitales, pero también cosas políticas. Esto es lo que pienso.
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