Esto de ver caer la nieve
sobre el bosque desde el gran ventanal, armado internamente con dosis de antibióticos
puntuales y hasta bien rigurosos, ayuda a repasar, con cierta melancolía, el actual
invierno político europeo. No vamos a empezar, apenas llegado, con el tema de los
desocupados porque ya tendremos tiempo; no es un problema a resolver ni en tres meses ni
en tres años, a pesar de optimismos interesados. Ya ha vuelto a ser el tema principal, en
una trenzada feroz, principalmente aquí, en la Alemania devenida socialdemócrata y
ecologista. A Schröder, el nuevo primer ministro, no le han dado los clásicos cien días
de plazo, sino que de entrada lo han comenzado a despedazar y a ofrecer sus mejores cortes
al mercado de opiniones.
Pero, a la postre, no todo queda en la superficialidad o por lo menos en la falta de
permanencia de la discursiva parlamentaria. Hay cosas humildes, sencillas, pero de enorme
profundidad que se van lacrando en las bases de la sociedad. Por ejemplo esto: que toda
Alemania haya recordado el aniversario del día en que fue prohibido hace 65 años ese
pequeño gran libro: Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque. Una joya del
coraje civil. Decir en aquel tiempo en un país preparado para las armas que justamente la
guerra no es una gesta ni una maravillosa experiencia sino sólo carne podrida, olor a
mierda, dolor gratuito, matar al descuidado, y donde sobrevive sólo el que posee la
capacidad de pisotear al débil, el duro, el medroso, el alcahuete. El libro fue prohibido
ya antes de Hitler y quemado luego en las hogueras de la Pariser Platz en la célebre
ceremonia de brujas del año 33. A Remarque se le prohibió vivir en su paisaje y desde
entonces deambuló con la fuerza de quien triunfa con las ideas y con la tristeza de quien
es perseguido por ser limpio. Las vidrieras de las librerías se adornaron esta semana con
viejas ediciones de su emocionante libro. Uno de mis hijos me trajo como quien
hubiera realizado un hallazgo maravilloso un ejemplar de una de las primeras
ediciones. Tal vez de la misma que un sábado al mediodía, de 1937, nos trajo nuestro
padre. Yo tenía diez años. Recuerdo que mi hermano mayor que tenía el privilegio
de leerlo primero tachó con tinta todas las palabrotas de trinchera. Incontenible
le grité: ¡verdugo!, aunque no llevé la denuncia a instancias superiores.
Fue el libro definitivo para el pacifismo y el antimilitarismo.
Se puede decir que durante un cuarto de siglo, el lector alemán no pudo acceder a ese
registro minucioso de las experiencias de un joven apenas salido de la adolescencia,
puesto por sus mayores en el barro, frente al mandonismo, el golpe de bayoneta en el
vientre de alguien desconocido y con la igualdad del miedo, y la pregunta definitiva y
nunca respondida: ¿para qué?
Ahora, ese libro en todas las vidrieras, en todas las bibliotecas, en todos los colegios.
¿Acaso no avanza la humanidad? ¡¡Sí!! Una noticia que nos hace renacer el optimismo
aun a los que nos ha tocado vivir la experiencia argentina. Porque estaría mintiendo al
lector si aquí, en la euforia de ver definitivamente consagrado un libro pacifista leído
en la niñez, no volviera la vista hacia mi querido país y denunciara una vez más
y lo seguiré haciendo hasta que se quiebre el silencio cómplice que en la
Argentina de la democracia se premió a un quemador de libros. La figura más deleznable
para un demócrata: quien sobre la base de la fuerza de su uniforme se erige en máximo
juez y quema libros. La bravata de un ignorante uniformado erigido en custodio moral sobre
la base de la pistola y la extorsión de la fuerza. Lea el lector estos documentos de la
vergüenza argentina: Queman textos subversivos en Córdoba: el comando del cuerpo
de Ejército III informa que en la fecha procede a incinerar esta documentación
perniciosa que afecta al intelecto y a nuestra manera de ser cristiana. A fin de que no
quede ninguna parte de esos libros, folletos, revistas, etc., se toma esta resolución
para que con este material se evite continuar engañando a nuestra juventud sobre el
verdadero bien que representan nuestros símbolos nacionales, a nuestra familia, nuestra
iglesia, y, en fin, nuestro más tradicional acervo espiritual sintetizado en Dios,
Patria, Hogar. Firma el comunicado el teniente coronel Gorleri. Este comunicado
puede leerse en todos los diarios del 30.4.76. Aquí está reproducido del diario La
Opinión de esa fecha.
Bien, si el lector observa las listas de ascensos otorgadas por el Senado de la Nación en
1984 (por voto de la bancada de la Unión Cívica Radical) se va a encontrar con el
ascenso a general del coronel Gorleri, el mismo que ocho años antes había quemado libros
por Dios, Patria, Hogar. La democracia argentina premiaba así al cobarde
oficial que se había sacado todas las inhibiciones y practicado en público su
masturbación de sometedor de indefensos. Los senadores radicales votaron aunque tenían
todos los antecedentes del quemador de libros. Se dijo en aquel momento que había sido un
pedido del Pocho cordobés ya que Gorleri era el más querido de los oficiales de
Menéndez (sí, aquella fiera humana desaparecedor, torturador, secuestrador, que una vez
quiso correr con un puñal a fotógrafos y periodistas). Entre el Pocho y el general
Menéndez había quedado una amistad sellada durante los años de la ignominia cuando los
dos concurrían a una peña donde todos se regalaban elogios hasta el asco.
El general Gorleri. Una figura, un símbolo. El quemador de libros premiado con galones
por los representantes del pueblo. ¡Cuánta humillación para los autores de los libros
quemados! ¡Cuánta humillación para los lectores de los libros quemados! ¡Cuánta
humillación para los maestros que abrieron por primera vez las páginas de esos libros a
sus alumnos!
Todos los legisladores del Congreso nacional saben esta aberración: que cometieron
miembros de su seno, quienes premiaron a un miserable quemador de libros. Pero se callaron
y se callan la boca. Miraron para otro lado. La Sociedad Argentina de Escritores convocó
ese día a un congreso sobre la metáfora en tiempos de Francisco de Paula Cacarreca. La
Secretaría de Derechos Humanos no captó nunca la denuncia, estarían de vacaciones; la
Ssecretaría de Cultura premió a la autora de los amores de Manuelita Rosas y Ciriaco
Cuitiño. Zulemita, ante periodistas ingleses acreditados ante el Foreign Office, dijo
ignorar que en la Argentina se hubieran quemado libros. El general Balza señaló que no
pudo percibir durante esa época que ocurrieran cosas como las denunciadas. Que en ese
entonces no leía los diarios. ¿Puede soportar un ejército tener entre sus filas un
general quemador de libros? No contesta, no sabe.
¿Puede una democracia mantener con el esfuerzo de sus hijos el pago mensual de un
uniformado quemador de libros?
¿Habrá alguien que oiga esta pregunta?
Erich Maria Remarque: el triunfo de la palabra sobre la muerte. General de brigada
Gorleri: la República sometida a la mentira y al golpe de furca. Argentina, 1998.
|