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Por Pablo Plotkin ![]() ![]() Así le dejó el lugar al cuarteto de Nantes, que mostró su grunge con acento francés a un público que parecía imperturbable. Una banda que suena bien aceitada, pero que apela a una fórmula que usó mucho el rock norteamericano de principio de los noventa (Nirvana, Smashing Pumpkins, Pearl Jam). Esto es: bases contundentes, cambios de ritmo, distorsión y canciones redondas, pero en el caso de Dolly se vuelve un poco reiterativo. Manu, la cantante y guitarrista, intentó arengar al público en esforzado castellano durante los 50 minutos de su performance, pero no recibió más que aplausos tibios. Love and money fue el tema que eligieron para cerrar el concierto y desplegar un juego de luces estroboscópicas acorde con la melodía febril. Después fue el turno de El Otro Yo, el número más caliente de la noche. El trío de Témperley cerró la primera fecha con su punk rock adrenalínico y de espíritu adolescente, estilizado con dosis de pop y arreglos electrónicos disparados de los teclados a cargo de Ezequiel Araujo (ex Avant Press). Ahí se notó las dos tribus que asistieron el jueves a la faraónica terraza del Recoleta: por un lado, los curiosos que se acercaron a ver de qué se trataba Dolly, y por otro, los seguidores de El Otro Yo. La banda de Christian y María Fernanda Aldana abrió con el tema E.O.Y., una especie de declaración de principios que provocó los primeros pogos de la noche. Pasaron pequeños clásicos de la banda como La Tetona, El Criollo y 69 y también un par de estrenos. Sobre el final, después de una hora de recital, versionaron el himno de Sumo Fuck you y para el tema Alegría subió al escenario Ricky Espinoza, cantante de Flema. Entonces fue cuando el público se desató, el cantante de El Otro Yo se lanzó de cabeza a la pista y la gente que estaba cenando en los restaurantes de abajo se sobresaltó en sus asientos. Fue el momento de mayor temperatura. La batería estaba desmoronada en el piso,María Fernanda sacudía el bajo tirada boca arriba y cantantes de Flema y E.O.Y. se unían en un abrazo de fraternidad punk. Para ese entonces ya se sabía: en breve, unos pocos recordarán el paso de Dolly por Buenos Aires.
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