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Por Cecilia Hopkins ![]() Gené y Oddo se llenan y se vacían de sus personajes cambiando de roles en cuestión de minutos. Un chal sobre la cabeza o los hombros de la actriz ayudan a determinar el personaje que interpreta. El resto lo resuelven sus recursos expresivos. A la vieja chismosa, la madre altanera o la joven aniñada le corresponden un rol preciso, que Gené consigue variando sus desplazamientos, gestualidad o carácter de su voz. El actor asume el personaje del novio ilusionado de Bodas de sangre o el desorientado padre de Rosita, el de Los títeres de cachiporra, y se anima, también, el travestismo: se luce en el papel de una vieja que chismorrea junto a la fuente una postal bien lorquiana, muy de pollerón y embozado el rostro en su chal, apenas cubiertos su barba y bigote. Por su parte, Oddo muestra su vena temperamental y cumple con sensibilidad y precisión los segmentos del espectáculo en los que prima el movimiento, aprovechando su flexible estructura física. Si bien ambos intérpretes se complementan a lo largo de todo este collage escénico, uno de los momentos a destacar es la repetición de un fragmento de Bodas de sangre en el que, interpretando a madre e hijo, los actores reiteran la escena variando el color anímico de cada personaje.
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