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Por Cecilia Hopkins Cuatro años después de haber estrenado Yo tenía un mar en el Teatro San Martín, los actores Juan Carlos Gené y Verónica Oddo vuelven a homenajear al poeta Federico García Lorca. Bautizado con un nombre que remite directamente a aquel espectáculo, Aquel mar es mi mar está armado a su imagen y semejanza, si bien es cierto que también exhibe una libertad creativa mayor. En su carácter de dramaturgista, la propia Oddo vuelve a rearmar escenas tomando parlamentos de diferentes obras del autor de Yerma, amalgamando también frases extraídas de su correspondencia personal y de otros textos menos conocidos. De este modo, los diálogos conservan apenas un aire de sus contextos originales. Ambos actores interpretan retazos de situaciones que nunca son totalmente explícitas y que van fundiéndose unas con otras, no siempre basadas en la palabra sino también en el movimiento y la música. A veces, el discurso de los actores incluye hasta las acotaciones escénicas, que por su poética sustancia pasan a formar parte de la escena con total naturalidad. Gené y Oddo se llenan y se vacían de sus personajes cambiando de roles en cuestión de minutos. Un chal sobre la cabeza o los hombros de la actriz ayudan a determinar el personaje que interpreta. El resto lo resuelven sus recursos expresivos. A la vieja chismosa, la madre altanera o la joven aniñada le corresponden un rol preciso, que Gené consigue variando sus desplazamientos, gestualidad o carácter de su voz. El actor asume el personaje del novio ilusionado de Bodas de sangre o el desorientado padre de Rosita, el de Los títeres de cachiporra, y se anima, también, el travestismo: se luce en el papel de una vieja que chismorrea junto a la fuente una postal bien lorquiana, muy de pollerón y embozado el rostro en su chal, apenas cubiertos su barba y bigote. Por su parte, Oddo muestra su vena temperamental y cumple con sensibilidad y precisión los segmentos del espectáculo en los que prima el movimiento, aprovechando su flexible estructura física. Si bien ambos intérpretes se complementan a lo largo de todo este collage escénico, uno de los momentos a destacar es la repetición de un fragmento de Bodas de sangre en el que, interpretando a madre e hijo, los actores reiteran la escena variando el color anímico de cada personaje.
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