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"Hay que dejar la doctrina de seguridad nacional"

¿Hay remedio para la policía argentina? ¿Se puede pensar seriamente en un fin al gatillo fácil, la corrupción y la ineficiencia terminal? Un seminario internacional realizado en La Plata esta semana reunió a expertos en reforma policial, una especialidad que nació con las democracias emergentes. Página/12 entrevistó a tres de los expertos invitados por el Instituto de Política Criminal y Seguridad.

 

Roberto Ramos de Aguilar

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Por Sergio Kiernan

t.gif (67 bytes)  Roberto Ramos de Aguiar se define a sí mismo como "un ex preso político, un profesor de Filosofía del Derecho que siempre vio a la policía atrás, persiguiéndome, y ahora soy el primer civil en dirigir la seguridad de Brasilia". Es una posición curiosa para un hombre que fue arrestado seis veces por el régimen militar y que tuvo que abandonar su carrera de concertista de violoncelo porque le rompieron, deliberadamente, el brazo derecho en la tortura. Pero su militancia en el Partido dos Trabalhadores que conduce Luiz "Lula" da Silva lo llevó a dirigir la política de seguridad de la capital del país, el distrito federal de Brasilia. Y desde esa posición, a experimentar con soluciones progresistas los problemas de un país donde la brutalidad policial es cotidiana.

--¿Qué realidad se encontró al asumir?

--El principal problema de la policía brasileña es que no está preparada para enfrentar los problemas contemporáneos: la criminalidad de la exclusión social y la criminalidad multinacional, los delitos electrónicos del nuevo orden. ¡Nuestra policía sigue en la primera revolución industrial! El eje de nuestra gestión en Brasilia fue tratar de sacarla de esa época y mostrarle el futuro. Y el centro fue cambiar el paradigma, transformar una policía que trabajaba desde la doctrina de seguridad nacional, con el ciudadano como enemigo, en una policía que es un servicio público del Estado para el ciudadano, dentro de la ley. También hicimos mucho trabajo en cosas prácticas, unificando el trabajo de varias corporaciones que se movían como si las otras o existieran o fueran rivales. Hoy, la policía civil, la militar, los bomberos, el servicio penitenciario, el departamento de tránsito comparten sus bancos de datos y usan el mismo software, lo que hace todo mucho más rápido y eficiente, mejora la respuesta.

 

--En Brasil hay una ley para el blanco y otra para el negro, el pobre. Uno es ciudadano, el otro liga los palos. ¿Qué se hace con eso?

--Brasil tiene ese problema y es lo que intentamos superar en Brasilia. La forma de hacerlo es con consejos comunitarios de seguridad, que creamos en las 19 comunidades del distrito federal, y que nos dan un constante feedback sobre nuestra política de seguridad, nos reclaman, nos observan. Hay que ser profesional en esto, tiene que haber control ejecutivo de las acciones que venga de abajo: no puede ser partidario, no se puede politizar. Hay que escuchar a la gente, a sus representantes electos para los consejos. Las estadísticas muestran que la mayoría de las víctimas del crimen son pobres, por lo que ellos deben ser la prioridad del servicio policial. En Brasilia, por la proximidad del poder, se tiende a dar mejor servicio a los ricos, nosotros cambiamos el eje a la periferia, a las ciudades satélites.

--Pero en general las prioridades son al revés.

--En Brasil no tenemos todavía una concepción de la seguridad pública para un estado democrático de derecho. Por eso, hay que trabajar en educación. Nosotros creamos la primera escuela de seguridad pública para construir una nueva concepción democrática y para reformar los currículums de estudio de todas las academias. Por eso entrenamos, mandamos oficiales al exterior, para cambiar las cabezas y las técnicas. No alcanza con cambiar las leyes y las estructuras formales, hay que crear una dinámica nueva de acción, una nueva manera de pensar. Y, muy importante, hay que rescatar la ciudadanía del policía: los servidores de la policía eran brazos armados del poder a los que también se negaba la ciudadanía. Por eso hay que hacer que entiendan que la cuestión de los derechos humanos, de la ciudadanía, es importante para ellos mismos. Y que la seguridad pública no es simple cuestión de represión y de patrullas en la calle, sino de asociarse con el público.

 

--¿Y qué resultado dio este intento?

--De hecho, muy bueno. Tenemos el 85 por ciento de resolución de crímenes denunciados ante la policía civil, cuando hace 28 meses, al asumir, era de apenas 17,6 por ciento. Y logramos cosas que parecían un sueño, porque nos concentramos en programas específicos. Por ejemplo, que mejore el tránsito y que la gente pare ante los transeúntes sin que haya semáforos. Redujimos en un 50 por ciento las muertes por accidentes en el distrito.

 

--¿No hubo castigos? ¿No echaron a nadie?

--Claro que sí. Usamos muchos castigos muy severos, establecimos auditorías, comisiones permanentes de control y disciplina, expulsamos decenas y decenas de agentes, logramos un funcionamiento que vigila y fiscaliza la policía todo el tiempo. Por otro lado, elogiamos a los buenos agentes, premiamos, dimos condecoraciones. Hay que premiar lo positivo y castigar lo negativo.


DAVID BAILEY, UN ESPECIALISTA EN LA REALIDAD CONCRETA DEL TRABAJO DE LOS POLICÍAS

"Hay que romper la pared azul del silencio"

 

 

Por S.K.

t.gif (862 bytes) David Bailey es profesor de la Escuela de Justicia Criminal de la Universidad dena16fo04.jpg (8896 bytes) Nueva York en Albany, y tiene una especialidad por lo menos curiosa: "policing", o las estrategias y técnicas concretas por las cuales se reconoce o se construye una buena policía. Bastante enemigo de las teorizaciones, Bailey se dedicó a estudiar la realidad concreta de las policías de la India, Japón, Australia, Canadá, Singapur, Gran Bretaña y, naturalmente, de su país natal, EE.UU. El resultado es una visión poco idealista y muy orientada a los resultados prácticos de una actividad que, para él, debería ser mucho más simple de lo que es generalmente.

--¿Para qué sirve la policía?

--Básicamente, para estar seguros, para sentirnos seguros y vivir seguros.

 

--¿Y cómo deberían hacer eso?

--...¡Es demasiado complicado! (risas)

 

--No se ponga así... le pregunto porque los policías aquí de ninguna manera nos hacen sentir seguros, no les tenemos confianza. Su respuesta es... un sueño.

--Entiendo. Bueno, si la policía quiere cambiar eso, debería preguntarle al público, en el barrio que tiene que cuidar, ¿cuál es el problema de seguridad que más les preocupa? Los policías deberían escuchar atentamente lo que les contesten y concentrarse en esos problemas prácticos, en esas necesidades inmediatas. El problema con la policía, en todos los países, en todas las épocas, es que ellos tienen una agenda de temas y esos temas son los de la ley, no los de la gente. En las leyes, en las de todos los países, hay crímenes graves como asesinato, asalto o violación que los policías tienden a tomar como prioridad. Pero si uno escucha a la gente, lo que le van a decir es que el problema principal son las patotas, muchachones que se paran en las esquinas e insultan al que pasa. O que el vecino hace mucho ruido. O que las abuelas no pueden ir al almacén tranquilas porque les pueden robar el monedero. En otras palabras, lo que la mayoría de nosotros tememos no son los crímenes más graves, que son más raros, sino este desorden que nos hace sentir miedo. Lo que la policía tiene que hacer es adoptar esta agenda, la nuestra, y no la de la ley o la de las estadísticas.

 

--¿Y qué pasa si la policía hace caso?

--Empiezan a crear un ambiente que puede evitar que la gente cometa crímenes más graves. Hay una teoría básica del crimen: una razón por la que hay tanto delito en los barrios pobres es que esos barrios son mundos violentos, donde el fuerte ataca al débil. En esas comunidades la gente, y en especial los jóvenes, no sienten que tengan la menor responsabilidad hacia nadie. Lo que hay que crear es la sensación en todos de que lograr algún orden es responsabilidad de todos. En los barrios de clase media ocurre todo el tiempo: uno sabe que si se comete un crimen, alguien va a llamar a la policía o te van a parar. Si tirás basura o hacés ruido, los vecinos te van a reclamar.

 

--Y en los barrios más pobres, ¿la policía tiene que reemplazar este tejido social?

--No exactamente, tiene que ayudar a crear este sentido público de responsabilidad, de participación.

 

--Suena bien. Pero no sé si sabe cómo es nuestra policía. No me los imagino construyendo eso, no hasta que alguien los convenza de que los derechos básicos y la ley no son un obstáculo para su tarea. De paso, ¿cómo se les enseña eso?

--No sé. Bueno, ya me contaron cómo es la policía argentina... hay varias cosas que se pueden hacer, no hay una solución mágica. Primero que nada hay que castigar a los malos policías y la mejor manera es nuevamente con compromiso ciudadano. Si la gente se queja y se queja, rápidamente se puede identificar a los malos policías por el simple expediente de contar cuántas quejas recibe cada uno. Y la policía tiene que hacer lo suyo: cuando hay un incidente malo en cualquier parte, los oficiales tienen que reunir a sus tropas para hablar del tema, decirles "pasó esto en tal lado y no quiero que pase acá" y discutirlo para no hacer el mismo papelón. Hay que entrenarlos mejor, pagarles mejor. Y lo más difícil es crear un ambiente en la fuerza donde los policías no se cubran unos a otros cuando hacen macanas. Esto es muy difícil de hacer, en EE.UU. lo llamamos "la pared azul de silencio". La primera responsabilidad es de la superioridad, que tiene que decir "no vamos tolerar esto, bajo ningún concepto".

 

--¿Y qué tiene que decir la comunidad?

--Eso es lo interesante. Usted sabe y yo sé que a mucha gente, políticos y gente común, le gusta que la policía use fuerza bruta contra "los malos". Hable con cualquiera que haya sido víctima de un crimen y le va a decir que no le molesta que la policía le rompa el alma al que lo asaltó. De hecho, el público es parte del problema.


LOS MECANISMOS DE REFORMA INTERNACIONALES

Cómo se enseña la democracia

 

Por S.K.

t.gif (862 bytes) James Dempsey elige con cuidado sus palabras. Alto, con aire melancólico, este directivona16fo03.jpg (14543 bytes) del Centro por la Democracia y la Tecnología, ex subdirector del Centro de Estudios de Seguridad Nacional y especialista en derecho constitucional y seguridad que asesoró al Congreso de EE.UU., es un veterano de los problemas policiales en América Central y, particularmente, en Europa oriental. Si bien, como él aclara, no existe una teoría general de la policía, Dempsey encuentra fuertes paralelos entre situaciones aparentemente disímiles, en países lejanísimos.

 

--¿Hay una solución general para evitar la brutalidad y la corrupción policial? ¿O es un problema local, con soluciones locales?

--Se están empezando a desarrollar, en el mundo entero, conceptos básicos de qué es una policía democrática. Es decir, las democracias emergentes del mundo están identificando los mismos mecanismos de reforma para sus policías. Y digo mecanismos en plural porque no hay una sola manera, un solo mecanismo. Debe haber una serie de reformas, una serie de controles constitucionales y legislativos, con leyes que definan el trabajo policial y que hagan que los parlamentos puedan controlarlo.

 

--O sea, la buena policía es la policía controlada.

--Es que lo más importante es el acceso a la información. Si hay un principio básico y universal para reformar a la policía, es que las autoridades fuera del departamento de policía y el público en general tengan pleno acceso a la información dentro de ese departamento. Y, finalmente, debe existir un mecanismo por el cual los ciudadanos que sufrieron abusos policiales tengan la posibilidad real de denuncia y queja, y que esas quejas resulten en algo.

 

--Cada vez que se intenta reformar una policía corrupta o brutal, mucha gente dice que subirá el crimen, que la única manera de frenar la delincuencia es con mano dura. ¿Cómo se resuelve la contradicción?

--Hay que entender que no es una contradicción sino dos cuestiones que caminan juntas. Volvamos al derecho a la información sobre qué hace la policía: además de controlar abusos, ese derecho permite saber si la policía hace realmente un buen trabajo, si combaten el crimen. ¿Son eficientes? ¿Usan sus recursos de un modo racional? El mecanismo de control que evita abusos a los derechos humanos es el mismo que controla la eficiencia de la policía. Si los políticos, los jueces y el público no saben qué hace la policía, no saben si son buenos frenando el crimen o si están desperdiciando su presupuesto.

 

--Pero hay gente que cree que la fuerza policial es suficiente.

--Desde el punto de vista de los derechos humanos, hay que oponerse a la brutalidad policial, a la coerción, la tortura y las confesiones forzadas. Pero la tortura y los golpes también son malos desde el punto de vista de la eficiencia policial, porque sabemos que por la fuerza uno confiesa cualquier cosa. Los policías que usan la fuerza para conseguir una confesión no están resolviendo un crimen, no están siendo eficientes, porque el verdadero culpable sigue libre para cometer otros crímenes. Esto es: no hay una contradicción entre derechos humanos y eficiencia policial, son dos elementos que van juntos.

 

--¿Cómo se consigue entrenar a los policías para que entiendan eso? ¿Cómo se atrae a un mejor elemento con los magros salarios que se pagan?

--Bueno, obviamente, hay que elevar los salarios de los policías, porque un sueldo digno es unana16fo01.jpg (10041 bytes) precondición para recortar la corrupción. Si se le paga una miseria a los policías se les está diciendo que se las arreglen para mantener a sus familias, que vivan del saqueo. Pero pagar bien no alcanza. Por bien que se le pague a la policía, nunca se va a eliminar la tentación: no hay manera de pagar tanto como pagarían, por ejemplo, los narcotraficantes o el crimen organizado. Por lo tanto, hay que tener una fuerte disciplina interna y pensar bien en cuáles son las recompensas no materiales. Por ejemplo, ¿qué pasa si la policía arresta al hijo de un diputado porque ese muchacho vende drogas a sus amigos? ¿Lo elogian, lo premian, o lo castigan, lo condenan? ¿Qué pasa si un policía persigue a las mafias? ¿Lo premian o lo castigan? Este tipo de estructura de premios y castigos es probablemente la más importante, es determinante de si hay o no corrupción.

 

--No es sólo cuestión de presupuestos.

--Arreglar el problema policial requiere compromiso de los ciudadanos, que escruten lo que hacen los políticos, los jefes policiales, que no acepten las recetas de "ley y orden". Esto es porque las promesas de ley y orden, de mano dura, se transforman en un guiño para los policías, una promesa de tolerancia de sus ilegalidades, una promesa de que siempre y cuando saquen a los criminales de la calle, nadie va a mirar cómo lo hacen. Si los ciudadanos piden o aceptan eso, eso es lo que van a obtener. Hace falta ser honestos en esto: si se pide seguridad a cualquier costo, no hay que quejarse por el gatillo fácil.

 

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