Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


34 POR CIENTO DE LOS HOGARES DE CAPITAL A CARGO DE MUJERES

Las jefas

En 1960 eran 8,6 los hogares sostenidos por mujeres en Capital: hoy son 34,2 por ciento. En el medio hubo un quiebre en el modelo familiar. Pero proveer el dinero no es siempre igual a tener el poder. Aquí ellas cuentan cómo viven. Sociólogas y psicólogas explican qué cambió.

 

Por Alejandra Dandan


t.gif (67 bytes)  --¿Y qué va a decir Perico?

--Si mi marido quiere enojarse que se enoje. Yo voy a trabajar. No se puede vivir así, que hoy tenés, que mañana no tenés.

Y así fue. Perico se enojó, pero sólo un poco. Antonia entró como mucama a un geriátrico y cada mes lleva la plata a casa. El sigue desempleado. Para la estadística Antonia es jefa de hogar. Igual que Valeria: "Cuando decían jefa de hogar me imaginaba a una gorda cargada de pibes". Ella no es gorda, ni está cargada de pibes. Tiene 29, una nena de cuatro y está separada. En la Capital en 1960 eran 8,6 por ciento los hogares a cargo de mujeres. Hoy son 34,2 por ciento. En el país son poco menos de dos millones. La cuarta parte está sola y se hace cargo de sus hijos. Como Antonia, son más quienes deben sostener la familia por el desempleo masculino. Los especialistas hablan de la posguerra para marcar el quiebre en el modelo de familia como contrapunto al avance de las curvas. Desde entonces la subversiva fisonomía femenina consiguió poco a poco descentrar al hombre como jefe de hogar. Pero manejar la plata no resuelve: las mujeres pueden apoderarse de jefaturas en lo privado pero no logran legitimar ese poder puertas afuera.

"Cuando viene el plomero --propone Valeria-- te quiere pasar por arriba hasta que le advertís que ya es el cuarto o quinto presupuesto que pedís". La fórmula se repite ante un préstamo: "Decís que sos madre soltera y llevás las de perder". Colonizar al fin de cuentas espacios masculinos se vuelve una batalla contra la subjetividad propia y social. En el cuerpo de la mujer "jefa de hogar" viejas prácticas persisten soportando las actuales. Ellas muestran --como soporte-- la beligerancia femenina en el espacio público y su reposicionamiento en el hogar. Ana María Fernández dirige el posgrado de campos del problema de la subjetividad en la Facultad de Psicología de la UBA. "Cuando estaba casada --cuenta--, si iba al mecánico a retirar el auto y quería pagar me decía: 'Señora, deje que arreglo con su marido'. El no sabía nada de mis cuentas familiares, pero en su imaginario no existía la posibilidad de arreglar algo de dinero con una mujer".

 

 

Historia de jefas

El dato de 30,8 por ciento de casas comandadas por mujeres modificó --si todavía no hizo estallar-- el paradigma de familia nuclear. Jefas de hogar existieron siempre. "Desde siempre estuvieron las de hogar sobre todo en los sectores populares --indica Fernández--. Las mujeres cambiaban de concubino y los hijos fueron quedando siempre con ellas". Para la psicóloga debería analizarse la distribución de poder y el lugar femenino en función de la segmentación social: "No es lo mismo una jefa de hogar --dice-- de sectores medios, populares o altos". De hecho las matronas, esas "señoras gordas cargadas de pibes", como alguna vez las pensó Valeria, pocas veces ocuparon el lugar de hegemonía. Y María lo sabe. Tuvo cuatro hombres. Quedó viuda hace pocos meses por última vez y su plata pagó religiosamente la olla de diez hijos. En casa la golpearon los hombres como ahora alguno de sus hijos.

"En el censo aparece la palabra jefa de hogar como la que está a cargo de la provisión económica de la casa", insiste ahora Marta Panaia, socióloga del Conicet. Pero bajo la misma coraza se fueron enlatando semánticas distintas. Por eso Fernández entiende que "ser jefe varón garantiza hegemonía de poder, ser jefa de hogar no lo garantiza". En lo económico la mujer puede tener el mayor ingreso, pero el sustrato cultural boicotea la mentada liberación.

Mientras repasa cifras del último censo, Panaia rastrea el origen del desmembramiento de la apocada familia criolla: "La crisis se inicia en los 50, con los procesos de divorcio y reconstitución que se legalizan, sin embargo, en esta última década". Los 60 y 80 quedaron zanjados por este cambio: entre una y otra década las mujeres pasaron de dirigir 8,6 por ciento de hogares a 27,2. Aún sin la ley de divorcio. En el medio, existieron veinte años. Para explicar el cambio Fernández habla de dos variables estructurales: "Por un lado contribuyó la llamada independencia de las mujeres: desde los años 50 para acá, ellas salen al mercado laboral y cambian el trabajo doméstico remunerado con los dones del amor por el rentado. La mujer se corre al mundo del trabajo remunerado e ingresa masivamente en los 60 a la universidad. Por otro lado y curiosamente se da un proceso de mayores divorcios".

--Si tengo que volver a trabajar --se insubordinó Claudia un día--, este matrimonio se termina. Si tengo que trabajar mantengo a mis hijos. No mantengo a nadie más.

Claudia encontró trabajo y dos meses después se separaba. "Mi matrimonio era un desastre, había problemas de todo tipo, sobre todo económicos." Esta vez es Panaia quien asegura que el 75 por ciento de los hombres divorciados no hacen aportes económicos en su antiguo hogar. Aunque el divorcio es generalmente promovido por la mujer, las posiciones varían al tratar de comprender si esto se trata de una decisión o una consecuencia. Desde la Dirección de Desarrollo Social porteña, Cecilia Felgueras prefiere pensar que "es una decisión de la mujer ahora más independiente". Para Ana María "hubo un señor que se corrió de sus obligaciones y deberes". Ese hombre con los pies en casa proveía pero también fragilizaba. "Y ellas admiten cómodas esa fragilización, no son víctimas", dice la psicóloga y agrega un síntoma como recurrente: "Muchas mujeres a pesar de todo siguen anhelando un marido que las mantenga. De ser esposas proveídas después de años de locura pasaron a tener una posición importante pero tienen una profunda situación de desamparo".

Las formas de la ausencia masculina aparecen moldeando --según una arriesgada hipótesis de Panaia-- un símil de antiguas sociedades matriarcales: "Donde el papel de la mujer es cada vez más central porque la familia tradicional se va disolviendo. Esta nueva mujer no sobreprotege a sus hijos, no anula sino que, consciente de su vulnerabilidad, ya experimentada, de su rol transitorio, apuntala a cada integrantes de la familia".

 

 

Con los pantalones puestos

Suena el teléfono. Claudia está en la oficina:

--Mamá, mamá, podés venir a casa.

--Seba, son las dos de la tarde. Mamá no puede ir a esta hora, está trabajando. A las cinco te voy a buscar.

Hace dos años está separada. Tiene 33. Hizo tres años de licenciatura en Geografía y buscó en el marketing alternativas pragmáticas. No habla de secuelas del divorcio. Dice que no las hubo, pero que tampoco las busca: "No podés pararte a pensar, el poco equilibrio que lograste se te desarmaría". Para Panaia ésta es una de las invariantes entre las jefas. La identidad se constituyó desde el lugar que ocupan como madres. "Las mujeres --dice-- consolidan personalidades muy fuertes, tienen la necesidad de mantener nucleado el grupo familiar. Saben que su aporte es esencial y no pueden pararse a pensarlo".

Claudia, como poco menos del 30 por ciento de las jefas de hogar, alquila departamento. Intentó pedir créditos pero nunca llega al 30 por ciento exigido por los bancos. Tiene dos hijos, de diez y de cinco. "Antes que nada soy mamá. Mis hijos dependen de mí. Mis hijos van a la escuela, se enferman. Nunca falté a una reunión de padres, aviso en el trabajo que no voy y si no busco otro empleo". El engranaje de horarios se vuelve esencial. Las mujeres se alternan en búsquedas donde intentan redimir sus distintos roles. Como jefas tienen que trabajar, atender caricias, cuaderno de comunicaciones, MacDonald's, ducha y tenis: "Cuando mi nena --dice ahora Claudia González-- me pregunta: 'Mami, por qué tengo que bañarme a las ocho', debo explicarle que es el horario en que puedo hacerlo. Después la llevo al colegio, después me voy al trabajo, después...".

"¿Mi tiempo libre?. Es de mis hijos." Lo dicen a su modo las dos Claudias, Antonia, Alicia y Valeria. La ausencia del hombre en casa tiene efectos: para ellas que "no somos dos para atender a los pibes"; para su subjetividad y para los chicos. "El primer traje, el nudo en la corbata lo puede hacer la mujer como jefa de hogar, pero para ese hijo varón no es lo mismo, porque necesita la habilitación masculina aunque sea de un primo o un tío canchero". Fernández sostiene lo dicho pero lo repiensa: "Sin embargo con la nueva formalización de la familia es cierto que todas estas categorías caen, lo que ha sido la familia monogámica femenina ahora se derrumba y comienzan a aparecer diferencias". Ellas tal vez se las rebuscan para arañarle al tiempo suspiros de intimidad. Pero cuando lo logran saben que la aparición de un petiso puede torcer el deseo: "Cuando se van a dormir, te desplomás. Decís 'por fin se duermen', vas a tomar un café y a los cinco minutos alguno de los dos se despertó. Esto es parte de..." ser jefa de hogar.

 


Retrato de las jefas

*En la Capital son 388.557 los hogares con jefas de hogar femenino.

*Son el 34,2 por ciento de los hogares.

*El 25,4 por ciento viven con hijos.

*El 2,3 por ciento de los matrimonios con hijos son mantenidos por mujeres.

*150 créditos destinados a jefas de hogar para la compra de inmuebles están a punto de ser otorgados por el Gobierno porteño. La línea fue pensada para una población de 10 mil mujeres de clase media. Exigieron sentencia de divorcio --en el caso de casadas--, ingresos en blanco e hijos menores. Para quienes tienen ingresos menores se habilitará otra línea de crédito inferior a 25 mil pesos. Como requisito deberá presentarse declaración jurada de ingresos.

*El 26,3 por ciento tiene entre 45 y 59 años. El 25 por ciento, entre 25 y 44. Mientras que las de más de 65 son 41 por ciento.

*La mayor parte, el 35,1 por ciento no completó el secundario. El 30 por ciento lo terminó y el 24,2 concluyó también el terciario. Sólo un 9 por ciento no concurrieron al primario.

*La clase media encabeza la estadística. Son 42,8 por ciento. En los niveles más altos se agrupa el 36,4 por ciento y el 20 la clase baja.

*El 97 por ciento vive en casa o departamento. De ellas el 73 es propietaria.

*Las jefas con empleo son 45,2 por ciento. Mientras que las inactivas son 49,5 por ciento.



VALERIA FABIANO

"Te hacen sentir la pobrecita"

 

t.gif (862 bytes) "Una la rema sola. Se achican los tiempos pero sabés que tenés que pagar la olla y el techo,na20fo01.jpg (8621 bytes) vestirlos y que no le debés nada a nadie". Valeria está separada. Hace dos años él se fue a Brasil. "Una vez por año viene a ver a la nena --dice sin pausa--, aunque mantiene contacto por carta". Ella tiene 29, la nena cuatro. Hay unos papeles en el escritorio de ese departamento de San Telmo por el que paga 320 pesos más expensas. Es maestra. Quiso ser psicóloga pero después del ingreso desistió. Está echada en la cama pegada al cuerpo minúsculo de su hija. Tan pegada como ausente estuvo hace más de 29 años su propia madre. Por eso Valeria se dice independiente. "Cuando mamá murió estuve con mi viejo. No congenié con la pareja de él y me crié un tiempo con mis abuelos. Me hice sola y me banqué sola". Rechaza estereotipos como abominó aquel plan matrimonial que de chica le idearon los abuelos: "Tenía la fiesta, la casa, faltaba solamente yo".

Cada día deja San Telmo para viajar hasta "donde el diablo perdió el poncho". El sitio queda a hora y media, en La Matanza. Valeria da clases en un primario durante cuatro horas. Hasta antes de la nena mantuvo dos cargos: "Tuve que largar un puesto por la gorda y busqué cosas que pudiera hacer en casa con entrada de dinero". El rebusque la convirtió en artesana de tarjetas, maestra particular y animadora de fiestas infantiles. A las once deja a la nena en guardería y se mete en el colectivo con destino a La Matanza. "Son tres horas de viaje en total y cuatro que estoy en la escuela. A la gorda no la veo durante todo ese tiempo". Sabe que no la tendrá por siete horas. Pero el ingreso en psicología logró hacerla renunciar al psicoanálisis: "La terapia te ayuda a conocer cuáles son tus mambos y te da herramientas para solucionarlos. Yo conozco mis mambos y resolver mi situación depende absolutamente de mí". De todos modos conoce del entorno social: "Cuando pedís algo como mujer sola llevás las de perder".

Valeria intenta pensarse fuera de casa. "En algunos momentos te hacen sentir la pobrecita". Acaba de completar planillas para el crédito destinado a jefas de hogar que promovió el gobierno porteño. Ahora lo espera. "Cuando iba a sacar un crédito siempre me pedían un ingreso de 1200 o 1500 pesos y en blanco con un cargo docente cómo hago. Cobro 512 y pago el alquiler de 320 más expensas".

La supervivencia la inició en sus códigos. No puede mostrarse vulnerable sobre todo cuando deja el ascensor y pisa la calle: "Hay situaciones que son netamente machistas. Cuando viene un plomero y te quiere pasar por arriba tenés que decirle que es el cuarto o quinto presupuesto que pedís".


MARIA ANTONIA MARTINEZ

"El hasta lava mi ropa interior"

 

t.gif (862 bytes) --Doña Rosita, deme un jugo... aunque, ¿sabe si mi marido ya compró?

na20fo03.jpg (7852 bytes)Antonia hace dos años decidió trabajar. El oficio de vidriero del marido no conseguía abastecer la casa y a Cecilia, Gustavo, Josecito y Elías, el último hijo de año y medio. Perico pasó por dos fábricas a lo largo del matrimonio y la última quebró hace cinco años. Antonia tiene la casa de Hudson saturada de vasos, floreros, platos. Fue el pago de la vidriería a Perico. "Sabemos hacer de vez en cuando rifas en el barrio cuando no tenemos plata." Su empeño por trabajar consiguió domesticar al hombre que repetía "que una mujer tiene que quedar en la casa, que tiene que criar a los hijos, que él es el hombre de la casa".

Después de discusiones Perico se subordinó a los argumentos femeninos: "No se puede vivir así --replicaba ella--, que hoy tenés, que mañana no tenés". Antonia se empleó como mucama en un geriátrico. Y el espejo hogareño quedó invertido: Perico queda en casa, cría a los hijos, compra y "hasta antes que compráramos el lavarropa --se ríe la mujer-- lavaba las cosas a mano y hasta mi ropa interior". Los francos de Antonia varían. Por eso dejó de acompañar a Gustavo al fútbol. "Yo iba todos los domingos, no faltaba nunca, gritaba, lo alentaba. Después lo acompañó Perico, pero él iba y se sentaba". Gustavo dejó el fútbol e inició algún reclamo. A pesar del esfuerzo a Perico se le dificultaron las cosas. Mientras Gustavo repetía quinto y exigía más mimos de mamá, el más chico empezaba a tener problemas para caminar. "Nos dimos cuenta tarde. Cuando nació en el hospital le habían dado mal el oxígeno". Tres veces por semana Antonia se turna con Perico para llevar a Elías a la rehabilitación.

Antonia vuelve a medianoche del trabajo. Los chicos descansan, excepto el bebé. Sigue la mamadera hasta las dos y duermen. Perico enciende luces a las 6.45. Despierta a los tres más chicos. Prepara leche con té del desayuno y a las 7.20 los lleva a la parada del colectivo. Cecilia vuelve al mediodía, "no le gusta quedarse a comer en los comedores", explica Antonia. Así, cuando aparece alguna changa para el padre, Antonia se carga al bebé. A las 11.30 camina hasta la parada del colectivo, espera a Cecilia, le da al bebé y se toma el tren. Después de dos horas de viaje estará en su lugar de trabajo.

Las cosas de la casa no la preocupan. "Perico sabe que el kilo de carne acá cuesta veinte centavos más que allá o treinta más que a la vuelta". De mañana él le pide plata para hacer las compras. Lleva a los nenes al médico y cuando en la calle viejos vecinos le gritan "forro" se obstina en remarcar que "la mujer trabaja más que el hombre, que el hombre tiene que ayudar en casa".


MARIA LEIVA

"Pensé tirarme al río"

t.gif (862 bytes) Una vía de ferrocarril seca es la señal dada para encontrar su casa. En el camino sena20fo02.jpg (8974 bytes) abarrotan chapones y cartón en forma de casas. Dos tipos se paran en una esquina. Cargan algo similar a metralletas. Quien hace de guía saluda y tranquiliza: "Son de aire comprimido". María no aparece. Los datos del paradero se confunden en medio de la villa. La zona es peligrosa y el guía se obstina en repetirlo a cada paso. Detrás de la vía hay un paredón de cemento, más tarde María dirá que fue levantado con cada peso de su sueldo. La cara de la mujer asoma por una boquete ganado a la pared. Vive en Villa Tranquila, con diez hijos y algunos nietos. Ya no tiene compañero jefe de hogar y es "un alivio". Tiene poco menos de 60 años. Dos veces viuda y escapada de un hombre por voluntad de los padres. "Cuando yo vine a tener a la piba, mi mamá dijo que lo tenía que dejar a él. Y por mi ignorancia tan grande me quedé con mi familia". Volvió a la chacra donde "mi mamá me trataba muy mal. Yo no le di nunca una paliza a mis hijos como ella me la dio a mí". El desprecio por la madre fue ganando espacio. Se fue con otro hombre. María esperaba su cuarto hijo cuando un cáncer ganó el cuerpo de su segunda pareja. "Tuve tres desgracias seguidas: el 16 de diciembre se quemó la casa a medianoche, el 1º de enero murió él y el 4 de enero nació la piba". Cada fecha es herida aún abierta. Como abierta está la bronca hacia esa mamá: "Cuando parí mi vieja vino un día y me dijo: agarrá y dala. Qué vas a hacer vos con tres hijos. Ellos chiquititos no se dan cuenta. Igual que un gatito, si querés tirá, tirá". Esa vez María no se sometió: "Dije que no, que no son ningún gatito, ningún perrito, que mis hijos no son para tirar. Va a haber alguna forma de criarlos". Mientras habla de aquella recién nacida, ahora de 19, vuelve al viejo pueblo correntino. "A veces pensaba irme con mis hijos y tirarme a un río, a alguna cosa y después los miraba y me dio una lástima y me quedaba ahí". Con la tercera pareja María se trasladó a Buenos Aires. Hundida en la villa volvió a lastimarse con gritos, golpes y borracheras. Parecía como si la madre hubiese tomado el cuerpo del marido. "A él le ofrecieron un puesto en la municipalidad, pero cuando sus jefes me vieron a mí con las marcas de la paliza lo castigaron y en lugar de emplearlo a Eustaquio, trabajé yo". Después de sus primeras seis horas como personal de servicio en la comuna de Avellaneda volvió a casa y él "ya estaba re en pedo". María soportó la borrachera como soportó ver bolsas de arpillera en las que Eustaquio escondía la comida. "Para que los chicos no agarraran comida --dice María-- la escondía ahí". El hombre murió de cirrosis hace dos años. María sigue en la comuna. Ahora hace también el primario. En el '97 fue abanderada.

 

PRINCIPAL