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Envuelto en una galleta de hilos, con el teléfono celular colgando de su cinto, y dos chiquitos de no más de cinco años observando con ansiedad el enredo en que se había metido su padre, el hombre intentaba a toda costa poner a punto el barrilete. La escena, sobre la plaza que bordea el Hospital Garrahan, fue una más de las infinitas imágenes de una descomunal barrileteada convocada por el Servicio Comunitario del PAMI y el médico pediatra Rubén Omar Sosa. Alrededor de 300 jubilados prepararon barriletes para entregar como padrinos a otros tantos chicos del Hospital Pedro de Elizalde, pacientes del pediatra, y sus familias. El encuentro fue realizado ayer, a pleno sol. Tuvieron todo a favor, menos el viento, que no dio el presente. El lema de la reunión fue un abuelo, un padrino de vuelo. La idea inicial surgió entre los miembros del Servicio Comunitario del PAMI: juntar a los afiliados en una barrileteada. Para asesorarse, los organizadores consultaron al médico pediatra Rubén Omar Sosa, del Hospital Pedro de Elizalde (ex Casa Cuna), quien desde hace cinco años organiza eventos semejantes entre sus pacientes. Pero cuando lo fuimos a ver nos convenció de que los abuelos hicieran los barriletes y se los entregaran a los chicos, apadrinando cada barrilete, dijo a Página/12 Gustavo Martínez, coordinador general del Servicio Comunitario del PAMI, acompañado por sus hijos mientras recorría la inmensa plaza limitada por Garay, Combate de los Pozos, Brasil y Pichincha. Los jubilados llegaron en micros a las 14.30, y se repartieron la plaza: sobre la esquina de Garay y Combate de los Pozos se ubicaron los de Caballito y Flores; hacia Pichincha, se congregaron los jubilados de los centros de Lomas de Zamora. Del lado del Garrahan, sobre Pozos, los de Boca y Barracas. Todos bajaron con cantidades de barriletes confeccionados a mano por los mismos abuelos. Los pibes de ahora no saben hacer barriletes y para nosotros, cuando teníamos su edad, era casi el único juego, explicó Ricardo Toscano, de sesenta y pico. Desde junio que venimos trabajando. Decir que se repartieron la plaza no respeta la realidad, porque a la hora de llegada, el único dueño del lugar era el sol que rajaba la tierra. El despliegue de abuelos duró no más de diez minutos bajo los rayos. Después, todos levantaron sus sillas y se amontonaron bajo la sombra de los escasos árboles que hay en el lugar. No por eso abandonaron su objetivo: cada grupo de abuelos llevaba barriletes, todos con el nombre del niño al que sería entregado. Los coordinadores iban guiando a los chicos y a sus padres para identificar cuál era el barrilete con su nombre. La tarea no era sencilla. Había que hurgar entre 300 barriletes distribuidos en unas cuatro cuadras a la redonda. Un centro coordinador en el que guardaban las listas de los chicos y la ubicación de su barrilete facilitó la búsqueda. A las 15, más de un centenar de chicos ya tenía su cometa en la mano. A partir de ese momento, la tarea correspondió a los padres: intentar remontar el barrilete bajo el sol que abrasaba y sin viento. Menuda tarea que algunos coronaron con éxito. En el cielo flameaban dibujos abstractos, colores de Boca, Racing, River o Independiente, algún posmoderno con forma de pájaro, redondos, cuadrados, romboidales. Tirá, soltá, tirá, soltá. El que daba las órdenes era un chico, mientras su padre veía cómo el barrilete había llegado a cinco metros de altura y volvía a caer. Esperá, esperá que se anudó el hilo, le decía el padre, más ansioso que su hijo. Como un día de pesca, las líneas se entremezclaban en el aire, se confundían, algún experimentado había logrado llevar hasta unos cien metros su barrilete, alcanzando las ráfagas más altas. Así estuvo durante alrededor de una hora, hasta que se vino abajo. No importa, lo que vale es divertirse, decía una voz en un micrófono. Hace cinco años empecé con mis pacientes, explicó el médico Sosa a este diario. Hoy juntamos las dos puntas, los abuelos, que valorizan su conocimiento y se sienten útiles, y los chicos que reciben suaprendizaje. Jugar y ser felices es posible y sólo hace falta cáñamo, hilo y papel, aseguraba, eufórico Sosa.
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