Por Horacio Bernades desde Mar del Plata
Este premio
es muy importante para mí, porque La nube y el sol naciente es mi primera película, y
los premios ayudan a seguir filmando, dice el realizador iraní Mahmoud Kalari, que
con su ópera prima acaba de llevarse el Ombú de Oro del Festival de Mar del Plata.
Filmada con presupuesto escaso y en un brevísimo mes de rodaje, puede decirse que La nube
y el sol naciente es un auténtico descubrimiento marplatense, ya que la película recién
ahora inicia su carrera internacional. Obviamente que en los corrillos se comentaba que,
de no haber sido Abbas Kiarostami presidente del jurado, otra pudo haber sido la canción.
Pero lo cierto es que, a la hora de un balance mesurado, a nadie se le ocurría discutir
la justicia del premio. En tal caso, todas las furias de la crítica presente en Mar del
Plata apuntaban más bien sobre otras distinciones, más sospechosas, tales como los casos
de la argentina La cara del ángel, de Pablo Torre, y la brasileña Amor y cía., de
Helvecio Ratton.
Representante de una cinematografía que es sin duda el fenómeno
cinematográfico de los últimos años, no puede dejar de verse, en el premio concedido al
film de Kalari, toda una apuesta estética por parte del Gran Jurado. O de parte de él:
nadie ignora que algunos integrantes de ese honorable concejo parecieron ver el festival
por tevé. Filmada al estilo Kiarostami (escenarios naturales, una excusa
argumental mínima, actores amateurs), es evidente que La nube y el sol naciente está en
la exacta vereda de enfrente de cierto cine de golpes bajos que adornó la pantalla del
Auditorium. Nacido en Teherán en 1951, Kalari quien cuenta con una gruesa foja de
antecedentes como director de fotografía no niega que su film guarda un evidente
aire de familia con el cine de Kiarostami.
Si tuviera que hacer una lista de mis diez film favoritos de la historia del cine,
en ella incluiría, sin duda, dos o tres de Kiarostami. Además, tengo con él una
relación de trabajo, ya que hice la fotografía de Ceremonia especial, la película que
él acaba de concluir. Si algo admiro de su cine, es la sencillez, el acercamiento a la
gente común, la renuncia a todo efectismo, a todo golpe bajo, a todo esteticismo
inútil. Coherente con sus principios, Kalari escribió apenas 10 páginas de guión
y se llegó hasta un pueblito del interior de Irán, donde filmó con la propia gente del
lugar. La nube y el sol naciente filmada por apenas 100.000 dólares- gira alrededor
de la misma idea motriz del cine de su mentor: las interferencias entre el cine y lo real.
Un equipo de rodaje no logra filmar la última escena de la película, porque el sol no se
digna a salir. Y cuando el sol aparece, el protagonista debe abandonar el rodaje, ya que
su mujer está gravemente enferma.
Una característica distintiva del film de Kalari es el fuerte peso dramático de dos
personajes femeninos muy contrapuestos: la directora del film de ficción y una chica,
silenciosa y cubierta con un chador. En el Irán actual se vive un momento de
transición, entre la tradición, que todavía condena a la mujer a un rol pasivo, y una
paulatina modernización, que permite que algunas mujeres comiencen a trabajar como
profesionales, a la par del hombre. A través de esos dos personajes intenté reflejar
esta situación. Con un ombú bajo el brazo, Mahmoud Kalari sabe que, cuando vuelva
a Irán, contará con un aval frente a los productores que hasta ahora no tenía. Es
que cuando uno filma su primera película, tiene que aceptar todas las condiciones, y eso
limita mucho. Espero tener más libertad en la próxima.
Escrito en Huelva La
película argentina Escrito en el agua se exhibió ayer en el Festival de Huelva, el
principal del cine iberoamericano, en el marco de la competencia por el premio Colón de
Oro. Dirigido por el boliviano Marcos Loayza, y con elenco argentino, el film ocupó la
primera función del día, y tuvo un tibio recibimiento de parte del público. Es la
historia de los vínculos que establece un joven porteño cuando viaja al campo con su
padre y su abuelo. Escrito en el agua fue producida por el argentino José Antonio
Giancaglini. Actúan Jorge Marrale, Mariano Bertolini, Marcos Woinsky, Noemí Frenkel,
Luciana González Costa y Julieta Novarro. Entre los trabajos anteriores de Loayza se
cuentan el corto Sin Aliento, mención especial en el festival de cine de Viña del Mar, y
Cuestión de Fe, su primer largometraje, premiado en distintos certámenes. |
APUNTES CINEMATOGRAFICOS DE UN FESTIVAL
POLEMICO
Doce buenos recuerdos de Mar del Plata
Por Martín Pérez y H.B., desde M.del
P.
On connais le chanson,
de Alain Resnais (*); y Cuento de Otoño de Eric Rohmer: dos comedias ligeras en el mejor
de los sentidos. En la de Resnais, los personajes cantan cada vez que tienen que decir la
verdad; la de Rohmer cruza y descruza amores desde la óptica femenina.
De deformes y de
hombres, de Alexei Balabanov: pornógrafos felices y niños cantores siameses en la Rusia
imperial. Filmado en sepia, como si fuera cine mudo, con cartelitos y todo. El film más
extraño del festival.
Pi, de Darren
Aronofsky (*): film en blanco y negro sobre la búsqueda de Dios a través de la
matemática. Es como un capítulo de X-Files filmado por Stephen Hawking. Fue
la sensación del último Sundance.
Primavera en mi
pueblo, Kwangmo Lee: a través de una serie de cuadros fijos y lejanos, un grupo de niños
descubre el amor, el sexo y la muerte en la Corea de los años 50, mientras los
adultos se hacen la guerra.
La celebración, de
Thomas Vinterberg (*); y Los idiotas, de Lars Von Trier (*): los dos primeros productos
del Dogma danés son ejemplos contundentes de cómo puede hacerse gran cine con poca
plata, sin artificios y mucha entraña. Dos películas ambiguas, nerviosas y valientes,
sobre grupos en disolución.
Kanzo sensei, de
Shohei Imamura (*): en el Japón de fines de la guerra, un médico altruista se junta con
otros locos encantadores. Terminan cazando una ballena y observando extasiados la bomba de
Hiroshima.
Felicidad, de Todd
Solondz (*): sordidez suburbana para retratar obsesiones sexuales, disfunciones familiares
y una interminable soledad con fondo de easy listening.
Mala época, de Saad,
De Rosa, Rosselli y Moreno (*): cuatro episodios sobre perdedores en los tiempos del
menemismo, contados en un medio tono sin pretensiones ni autoindulgencias.
Ultima noche, de Don
McKellar: en la víspera del fin del mundo, los habitantes de una ciudad buscan la mejor
forma de esperar la catástrofe. Un film sutil, sensible y emotivo, al estilo de Jarmusch
y Hartley.
Torrente, el brazo
tonto de la ley, de Santiago Segura (*): cúmulo de incorrecciones políticas agrupadas
alrededor de un personaje impresentable: un policía racista, sucio y alcohólico. Un
grotesco bestial, la película más divertida de todo el Festival. Una de las sorpresas
que dejó Mar del Plata.
(*) Se estrenarán comercialmente en Buenos Aires.
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