Resulta que en mi
departamento hay cucarachas, polillas, arañas y termitas. Llamo a una empresa para la
desinfección y me mudo por dos días a la casa del amigo Bubi. Su calefón está en
arreglo y por lo tanto no hay agua caliente. Necesito bañarme, llevo en la piel la marca
de todo el bicherío y además a la noche tengo un casamiento. Son las once de la mañana
y partimos rumbo al taller del gasista. Nos atiende un muchacho: "Al patrón lo
encuentran en el bar de al lado". El bar está en la entrada de una feria, hay
ambiente de sábado al mediodía: vino blanco, cerveza, aperitivos, maníes, aceitunas,
queso, salame. Un anciano relojero trabaja en la punta del mostrador: las piezas del reloj
están desparramadas sobre una de las servilletas de papel del bar. Acodado cerca, el
gasista toma cerveza: "Se lo estamos terminando, cuestión de minutos". Pedimos
un aperitivo también nosotros. "Para la tecnología no hay como los alemanes",
comenta Bubi. Desde la feria entran el carnicero, el verdulero, la panadera, la florista.
El gasista ordena otra cerveza, saca un cigarro de hoja, lo corta en pedacitos, lo coloca
en la cazuela de una pipa y fuma. "Este es un buen cigarro cubano --dijo--, ¿por
qué lo destroza?". El gasista señala alrededor: "No quiero ser
ostentoso". Entra un moreno gordo y los presentes callan. El relojero deja de
trabajar. Son las doce y media. El gordo pide un vermut. El gallego se lo sirve. El gordo
pregunta: "¿Usted sabe cuántos muertos hubo en el bombardeo de Guernica?". El
gallego no contesta. "¿Sabe quién comandaba a los republicanos en la batalla de
Guadalajara?". El gallego, mudo. El gasista sale un momento, regresa demasiado
rápido y calculo que ni siquiera llegó a la puerta del taller. "¿Cómo
vamos?", pregunta Bubi. "Casi listo". El gordo vuelve al ataque: "Los
gallegos son unos flojos, los asturianos siempre tuvieron más cojones, y además Franco
era gallego". El gallego traga saliva. Pedimos otra vuelta y le pregunto en voz baja:
"¿El gordo es asturiano?". "Chaqueño --me contesta--, casado con una
asturiana, para mí que es esa bruja la que me lo manda". "¿Sabe en qué mes y
día cayó Madrid?", insiste el gordo. "Nunca leyó nada en su perra vida, ni
las etiquetas de los envases --murmura el gallego--, estuvo un mes en cama y lo único que
tenía a mano era un libro sobre la Guerra Civil, lo aprendió de memoria, ahora me toma
examen todos los sábados y la gente viene a disfrutar del espectáculo y hace apuestas
sobre en qué momento voy a perder la paciencia. Nunca confíen en un hombre de un solo
libro". La una y media. El gasista se hace una nueva escapadita. Noto que camina un
poco escorado. Vuelve: "Le pusimos el diafragma, le ajustamos la camisa, la
serpentina no pierde, estamos probando los quemadores, es un calefón un poco tozudo, pero
ya lo tenemos". Pide otra cerveza. "Me parece que el gasista nos está
empaquetando", digo. Bubi toma un trago: "Mi abuelo se llamaba Agustín y
arreglaba calefones en Heidelberg, yo me llamo Agustín, el gasista se llama Agustín, es
descendiente de alemanes, no puede fallar". Trato de ser convincente cuando le digo:
"Te propongo que nos llevemos el calefón como está, camino a tu casa hay una
librería de usados y seguro que tienen un manual de arreglo de calefones. Me parece haber
visto uno traducido del alemán". El gallego se quedó junto a nosotros: "Hace
tiempo que tengo un sifón preparado, de esos forrados con plomo, lo tengo para
partírselo en la cabeza a este miserable, pero nunca lo hago, yo también estoy casado
con una asturiana, ¿qué le digo a mi mujer cuando me metan preso y la noticia salga en
los diarios?: lo reventó porque hablaba mal de los gallegos y bien de los asturianos. Voy
a tener que leer yo también para refrescarme la memoria, a ver si puedo apabullarlo de
una buena vez, ¿ustedes no tendrán algún libro sobre la Guerra Civil?" "Tengo
Homenaje a Cataluña, de Orwell, tengo La esperanza, de Malraux, si quiere
se los presto", digo. Las dos y veinte. El gasista va y vuelve: "Está en el
banco de prueba, perfectamente estañado, pintura térmica de aluminio, piezas de bronce
bien pulidas, cuando vea su calefón no lo va a reconocer". Las tres. Las tres y
media. Las cuatro. Insisto. "¿Por qué no vamos al supermercado y compramos un
calefón nuevo?, lo sacamos en cuotas, te presto la tarjeta, después arreglamos, esta
noche tengo un casamiento". Acá me parece que Bubi se molesta un poco: "¿Vos
te creés que uno puede cambiar de calefón como de ropa interior? Mi primera mujer,
Estercita, se bañó con ese calefón, mi gato Bakunin se bañaba con ese calefón, el
señor Agustín es un técnico alemán y me lo va a entregar como corresponde, en
perfectas condiciones y garantizado, y me voy a bañar en mi casa, con agua bien calentita
y a vos te lo voy a prestar porque sos un amigo". Pedimos otra vuelta.
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