Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


El rating de la muerte

 

Después de la difusión del video de una muerte asistida en EE.UU., el debate giró más en torno de la TV que de la eutanasia.

 

Por Mónica Flores Correa
Desde Nueva York

Página/12

en EE.UU.

t.gif (67 bytes)  Esta vez, el Doctor Muerte parece haberse salido solo a medias con la suya. Jack Kevorkian esperaba que el programa del domingo en CBS, con la muerte televisada de Thomas Youk debido a una inyección letal que él mismo le inyectó, provocaría la reacción de la Fiscalía de Oakland County, Michigan, la cual iniciaría acciones legales por presunto asesinato en primer grado contra el polémico cruzado en pro de la eutanasia activa. "Si no hay acción legal significa que no hay crimen", desafió el magro y obsesivo hombrecito. Por toda respuesta, el fiscal David Gorcyca, a cargo del caso, dijo ayer que la policía estaba aún investigando la muerte de Youk y se negó a especular acerca de los cargos que podrían formularse contra el ejecutor. Kevorkian se había propuesto también echar más fuego a la polémica perenne sobre la eutanasia. Lo logró parcialmente. Todo Estados Unidos hablaba ayer un poco del derecho a suicidarse pero, sobre todo, del programa '60 Minutos', en el que se mostró el video de Youk dando su estertor final ante las cámaras. En las radios, en los talk shows, en los programas de televisión por cable, la pregunta reiterada hasta el cansancio no fue si un enfermo tiene derecho a una muerte ayudada sino: ¿se debe aceptar que un canal de televisión exhiba la muerte de un hombre, en condiciones que ni siquiera son normales, como espectáculo y dentro de la programación que va en las horas de mayor audiencia familiar?

El foco del debate estuvo bien centrado. De hecho, la muerte de Youk, un hombre de 53 años que sufría la enfermedad de Lou Gehrig, mostrada en una suerte de "en vivo y en directo" diferido, no aportó nada nuevo a la discusión sobre si una persona que padece un sufrimiento físico atroz tiene derecho a terminar su vida por propia decisión y mano suya o ajena.

Los norteamericanos han visto numerosos documentales en los que pacientes de Kevorkian y de otros médicos que abogan por "ayudar a bien morir" explican sus razones con sus voces debilitadas o distorsionadas por la enfermedad, mientras la cámara enseña las caras con expresiones agobiadas y los cuerpos postrados. No fue distinto en esto el programa del domingo, en el que Youk en una silla de ruedas también contó con tono torturado por la dificultad para hablar y respirar que su único deseo era morir.

Pero sin la muerte enfrente de la cámara, el programa hubiese sido otro documental más sobre Kevorkian, de los tantos que este doctor hambriento de publicidad ha conseguido. Y el médico de Michigan subió la apuesta. Por su parte, CBS, cadena a la que comercialmente no le está yendo bien, subió el rating. Previamente, los directivos del canal se sintieron en la obligación de aclarar que "esta muerte en particular es pacífica, calma y no violenta". Al comienzo de la trasmisión se informó también a los televidentes que las escenas podían resultar "perturbadoras".

Lo más perturbador no fue la muerte de Youk, sino su atormentada fundamentación de por qué quería morir. La parte más valiosa para el debate sobre la eutanasia, por su contenido emotivo y la compasión que inspiraba, fue entonces aquella que era muy similar a otras imágenes en otros programas sobre Kevorkian. En la muerte filmada de Youk, en cambio, toda emoción pareció desactivada. Kevorkian le puso una inyección para dormirlo; Youk cabeceo; Kevorkian le puso una segunda inyección y Youk quedó definitivamente inmóvil. Eso fue todo.

Dónde se traza la línea entre lo que se debe mostrar en televisión porque hacerlo significa una contribución a un debate de la sociedad y aquello que es mera truculencia oportunista, se preguntaban ayer algunos analistas de medios. Un periodista de la radio pública planteó: "Si se acepta la muerte como espectáculo en aras de hacer avanzar una causa, ¿se debería entonces aceptar que se televisen las ejecuciones de los condenados a pena de muerte porque, como dicen algunos, serían imágenes "ejemplares" para disuadir a delincuentes potenciales? Otros podrían mostrar también imágenes de fetos y mujeres abortando porque, según dicen algunos, éstas serían útiles para hacer avanzar la posición "pro vida". ¿Los canales deben prestarse a este uso "político" porque a ellos les conviene en términos de ganancias económicas y audiencia?"

Los oyentes llamaron a las radioemisoras con opiniones bastante divididas. Hubo quien desaprobaba la eutanasia y la trasmisión, quien desaprobaba la trasmisión pero no la eutanasia y quien aprobaba ambas. Más allá de los comentarios personales, fue evidente que el programa provocó un tremendo revuelo, ansiedad y angustia. No tanto por las imágenes proyectadas sino por la constatación de que lo que se había televisado era "La Muerte", con mayúsculas. El acto posiblemente más privado de un individuo, su muerte, había sido impúdicamente expuesto ante millones.

En el New York Times hubo una crítica fuerte a CBS. Caryn James, analista de medios en el matutino, dijo que "al trasmitir el video, CBS fue más allá de su deber de informador de una noticia para convertirse en cómplice, el portador de una muerte planeada para las cámaras". Pero este "show" no es ajeno al clima imperante en los medios, puntualizó James, "en el que las áreas más íntimas de la vida se han convertido en agua común para sus molinos".

 

PRINCIPAL